Una reciente presentación por streaming, acorde a los tiempos que corren, permitió disfrutar de la propuesta de Silvia Teijeira, pianista, docente y arregladora.
Víctor Fleitas / [email protected]
Con la presentación de la pianista Silvia Teijeira se desarrolló una nueva edición de “Cultura de Entrecasa”, una de las propuestas oficiales que procuran acerca el arte de exponentes locales hasta los hogares de quienes se encuentran imposibilitados de encontrarse con ellos de otro modo, en virtud de las medidas de aislamiento social en marcha.
En su propuesta, la intérprete, compositora y docente, oriunda de Federal, radicada en Paraná, integró melodías y poemas, en una combinación que de alguna manera refleja el nervio fundamental de sus presentaciones en vivo.
En efecto, desde el Museo de la Casa de Gobierno y por espacio de media hora, Teijeira hizo de anfitriona a personajes diversos como Isaco Abitbol, Tarrago Ros, Raúl Barboza, Remo Pignoni, Juan Martín Caraballo y Adalberto Zanardi, mientras -entre una y otra composición- fue intercalando textos de Nedi Nardín, Luis Luján, Juan Casís, Pedro Patzer, Alejandro Mareco, Claudio Cañete y Cecilia Oberti, varios de ellos escritos durante la pandemia, circunstancia que aprovechó para transmitir sus inquietudes humanistas, no exentas de crítica.
Teijeira se ha formado con maestros de la tradición académica y popular, tiene tres discos editados, toca generalmente sola y en tantos años de búsqueda ha logrado una alianza única, personal, entre el chamamé y el piano, dos sujetos de trato más bien distante. La entrerriana hace, con la distinción de las citas en el salón, la música de las fiestas patronales, el almacén de ramos generales y las bailantas en patios de tierra.
ESTILOS
El acento de su mano izquierda recuerda el toque de las llanuras de Hilda Herrera y la prístina melodía de la derecha a los paisajes litoraleños de Rubén Durán, sin embargo, Teijeira se ha dado el gusto de formarse al lado de otros grandes referentes: Graciela Reca, Marcela Martínez y Raúl Barbosa, pero también Carlos Aguirre, Claudio Gabis y Joshua Edelman.
Lo relevante es que, en este punto del recorrido, Teijeira suena a ella misma. Guía musical por un territorio de talas, espinillos y palmas yatay, lo que se escucha sabe a conocido y a la vez luce inexplorado.
No interpreta simplemente: sus versiones son verdaderos nuevos arreglos. Y en ese recorrido, cual idónea que comparte sus hallazgos de belleza sonora y armónica, con infantil candidez se detiene por momentos en una melodía, en un arpegio, en un golpe musical o un fraseo, en un silencio o en la autoridad de una nota sola, dicha con hidalguía, pronunciada como una declaración de principios.
Esa disrupción del discurso musical introduce un quiebre en la melodía popularizada que desacostumbra al oído conmoviéndolo y, a la vez, es un indicador para que el destinatario atento deguste la ocurrencia, como ella misma pudo haberlo hecho en la intimidad de los ensayos.
Teijeira emprende ante el piano la experiencia de quien recuerda. No sólo la de los que rememoran lo pasado sino la de aquellos que recrean lo vivido y quedan flotando por un instante en la huella que ha dejado el roce de seda de una caricia, la consistencia de un abrazo, la profundidad de una mirada, la dicha por la mesa compartida. Y el resultado de ese viaje, que se le va manifestando en la expresión del rostro y en la postura del cuerpo, lo va traduciendo a sonidos.
Como la música es una materia que supera el interés específico de los artistas, debe señalarse que en las interpretaciones Teijeira deja traslúcida su visión del mundo, su ideología, su opinión sobre el ayer y qué hacer con él.
CAMINO
En lo formal, el recital mostró a una artista tocando el piano y diciendo unos textos con los que se identificaba. Lució transparente, exenta de lugares comunes, cuando ejerció la comunicación, Silvia Teijeira, decidida y respetuosa, como la niña aquella -la menor de tres hermanos- que buscó estudiar música y que aceptó construir un camino que la sobreexige, dada su condición de mujer.
La gurisa aquella juega todavía sobre un jardín de teclas blancas y negras, cuyas metáforas son sus manos bosquejando luminosas dimensiones del sentir.
En esa mezcla por recuperar textos escritos con capacidad de transmitir mensajes conmovedores y de reescribir obras del cancionero popular, Teijeira se vuelve una artesana de la cultura: colecta hebras de distintos tiempos y configura un tapiz propio. La impresión es que disfruta de ejercer ese rol, un poco anónimo, con el que -sin ocultarse de los compromisos asumidos- pone en común las herencias de los mayores.
Es cierto, en las versiones de los temas que elige busca que la esencia sea respetada, porque algo del paisaje, las costumbres (en el sentido más amplio), la experiencia decantada del/la compositor/a y del/ la intérprete se filtra y se revela. Y también que para tocar el piano Teijeira deja fluir la sutileza en el detalle de la mano derecha; mientras da rienda suelta a la firmeza de las convicciones con la izquierda.
La actuación, así como “La calandria” de Abitbol, pareció terminar en el momento exacto, aunque las piezas del recital quedaron resonando por dentro, cual motivo de cajita musical. Y, de cuando en cuando, caprichoso, empecinado, busca prosperar hecho silbido.