martes , 29 octubre 2024
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Aprender, una política para restituir dignidad

La experiencia de formación universitaria en cárceles es valiosa para docentes y estudiantes, pero también es inquietante en tanto plantea una serie de interrogantes referidos a por qué un sector de la sociedad no accede antes a determinados derechos humanos.

Mónica Borgogno 
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“El único requisito es desear estudiar una carrera universitaria”, señaló Matías Finucci Curi, responsable pedagógico del programa La Facultad de Humanidades en contextos de encierro. Lo dijo al explicar el alcance y significado de llevar las propuestas académicas a las personas privadas de libertad y, al expresarlo, subrayó el deseo como condición indispensable para aprender.

Las cárceles en Argentina no se caracterizan por ser ambientes amigables con la lectura y el estudio, y suelen ser espacios en los que abundan las restricciones y los controles. No obstante, hay experiencias que tratan de restituir derechos a quienes muchas veces, atravesaron situaciones de vulnerabilidad, desde mucho antes de quedar detenido/a o preso/a.

El control permanente, las prohibiciones, el encierro, el hacinamiento, como es previsible, atentan contra la posibilidad de, por ejemplo, concentrarse para estudiar un determinado texto. Sin embargo, en la Unidad Penal N° 1 de Paraná, existe un salón con aulas y biblioteca en el que se dictan diversas clases y talleres, para esa población y la de la Unidad Penal N° 6, de mujeres.

Entre esa oferta, está la que brindan los docentes y tutores de la Facultad de
Humanidades. EL DIARIO entrevistó a Finucci Curi y con la coordinadora del proyecto de educación en las cárceles, Dana Godoy, con la intención de conocer los desafíos que como docentes implica esta experiencia, y el impacto que puede tener en el estudiantado.

“Desde 2005, la Facultad lleva adelante este programa. Se acercan carreras que puedan ser adaptables a ese espacio; ahora estamos dictando el profesorado de Historia y de Psicología. En estos momentos, son 10 los profesores y tutores que se trasladan a la Unidad Penal N°1, donde está el salón de clases, y tenemos un total de 50 estudiantes aproximadamente”, destacó Godoy para enseguida añadir que desde hace un tiempo empezaron a sumar el dictado de talleres de alfabetización, de música y de cerámica.

Sólo en la Unidad Penal N° 1 de varones se alojan entre 900 y 1.000 internos, distribuidos en distintos pabellones. Estas cifras ayudan a dimensionar las realidades puertas adentro de este tipo de instituciones. Por eso tal vez, al ser consultados sobre la trascendencia de sostener la propuesta educativa allí, ambos entrevistados remarcaron el valor de la dignidad en sus respuestas.

“Se observan diversas demandas y problemáticas que, si bien son comunes a otros ámbitos, en contexto de encierro son más palpables sobre todo para un sector social que históricamente ha estado excluido del acceso a determinados derechos. La universidad y nuestra Facultad se vio interpelada y en ese sentido decidió implicarse particularmente en la alfabetización de los y las internas”, detallaron.

Además, implementaron talleres para habilitar temas ligados a las masculinidades y la perspectiva de género y se empezó a atender de manera más sostenida los espacios de alfabetización. “Es el tercer año que vamos con la iniciativa de alfabetizar y con talleres artísticos. El año pasado hicimos un taller de arte cerámica en el que el profesor no sólo explicó cuestiones teóricas, sino que dio la posibilidad de construir diversas piezas al interior de la unidad penal”, explicó Godoy.

Como responsables del programa, los entrevistados están en permanente contacto con el personal de las unidades penales y sus coordinadores educativos de la unidad penal, para organizar la tarea y los encuentros, así como procurar recursos y materiales de estudio. Esto es, mover las piezas que sean necesario mover, para generar las condiciones que garanticen el acceso a la educación, porque otra de las problemáticas de esta población es la económica.

Un salón educativo con aulas, una biblioteca y computadoras, pero sin acceso a internet, es el espacio cuasi sagrado en el que tienen lugar las clases. Las computadoras, explicaron, son solo a los fines de acceder a material de apoyo y consulta y también para utilizar la plataforma de Moodle, a partir de la cual se pueden comunicar con docentes o tutores para una clase de apoyo, formular preguntas, o aclarar una duda.

FINES

“Estos proyectos tienen que ver con garantizar el acceso a la educación, no son pensados como resocialización o cura, sino para fortalecer los espacios de acceso y garantía de derechos porque los derechos humanos tienen que ver con eso, con generar proyectos de vida y condiciones de vida más digna.

Desde ahí se piensan todas las propuestas de intervención en este tipo de territorio que es sumamente complejo”, caracterizó Finucci Curi. En tanto, Godoy planteó que el concepto de educación que barajan es “como un derecho fundamental que hace a la condición del ser humano; la condición de privación de libertad no priva al sujeto del derecho a educarse”.

Más adelante se les preguntó acerca de cómo surge el dictado de una u otra carrera o taller. “Por lo general algunas propuestas universitarias fueron transformadas a partir del diálogo con los estudiantes; por ejemplo, el taller de música. Nos decían que querían tocar un instrumento, no les interesaba tanta cuestión teórica, entonces se lo redefinió como un proyecto de extensión específico”, compartieron.

Mientras que el taller de masculinidades se dio a partir de que uno de los estudiantes del profesorado de Historia se enteró, viendo la tele, de una convocatoria sobre este tema, le interesó y los consultó al respecto. “En la actualidad es el tercer año que lo damos. Allí abordamos cuestiones de machismo, y de estereotipos. Todos los años se va sumando gente. Con las mujeres, se articula con el programa de Género y un dispositivo de formación territorial de género que depende del Ministerio Público Fiscal de la Nación. Fue la primera experiencia de este tipo en contextos de encierro y constituye un espacio más para debatir todas estas cuestiones”, precisó Finucci Curi.

Además de saberes específicos, en las cárceles se comparten propuestas culturales de diversa índole.

EL CONDICIONANTE DEL ESPACIO

“Unas 50 personas participan hoy de todos los espacios de formación que ofrecemos desde Humanidades, pero a lo largo de estos años hemos visto personas que salieron en libertad y continúan sus estudios. En esos casos, en general buscan nuestra ayuda y asesoramiento. Les cuesta, porque tienen que mantener una familia o empezar a trabajar, pero vemos con alegría esa elección”, aportó Godoy.

Ahora, cómo afecta al proceso de enseñanza el ámbito restrictivo o el sostenimiento de las trayectorias educativas, se les indagó. “En estos contextos el vínculo es fundamental, la presencia es lo que sostiene. En pandemia también se vio claro, en la educación en general, que las clases presenciales eran necesarias, pero acá resultan vitales. Por otra parte, las personas detenidas pasan la mayor parte del tiempo en los pabellones que no son espacios ideales para estudiar, entonces los momentos para eso, se concentran en el salón universitario, acompañados de docentes y tutores”, apuntó el responsable pedagógico para enseguida añadir que “el estudio universitario demanda mucha autonomía, otro desafío a sortear o tener en cuenta. En cuanto a la conectividad, en tiempos de pandemia fue prioritario, pero ya con la vuelta a la presencialidad, en el salón se usa internet para aprovechar la plataforma de contacto con la vida universitaria, descargar materiales, tomar clases de consulta, o instancias de acompañamiento y apoyo”.

Este tipo de experiencias, advirtieron Finucci Curi y Godoy, no se pueden medir de manera cuantitativa tal como ocurre con el sistema educativo general. Acá la vara para evaluar tiene que ver con “el impacto subjetivo de llevar educación a estos espacios”, coincidieron. “Una vez escuché de un chico que salió hace un tiempo en libertad, pero también de boca de muchos otros, que la universidad era para otra clase social o para gente super inteligente, hasta que vieron que la universidad era un espacio abierto a quien desee estudiar. Ahora, el Estado tiene el deber de generar condiciones para poder facilitar el estudio.

De pronto uno de ellos entra a la universidad y luego puede incorporar la experiencia al mundo familiar, a sus hijos, y puede pensarse de otra manera”, dijo el entrevistado.

A su turno, la responsable del proyecto dio cuenta de las múltiples tareas organizativas que desarrollan para que se den las clases. Según apuntaron, es crucial coordinar una grilla de días y horarios de modo de contemplar los días de visitas que también son “sagrados” para los internos. “Nos tiene que movilizar como sociedad que una persona privada de libertad pueda acceder a la universidad. En ese sentido, creemos que es necesario dar un debate en torno a por qué los internos acceden a la universidad estando privados de libertad y no antes”, dijo Godoy, en alusión a las vulneraciones de derechos que ocurren desde antes de ingresar a un penal.

“Como profesional de Trabajo Social -contó-, conocí a una persona privada de libertad que había estado toda su vida en contextos de encierro, en residencias, en hogares. Yo veía que era el único que no se quejaba del sistema penitenciario y en un momento me dice: acá estoy bien, puedo estudiar, puedo trabajar. Si estuviera afuera mi historia de vida sería otra”.

“Esa es la gran metáfora del encierro, esas son las alarmas que deberían encenderse desde el momento en que una persona encuentra dignidad en el encierro. Y la educación conmueve roles asignados a los sujetos y que se reproducen de manera casi inconsciente. El encierro muchas veces genera violencia y hay determinados roles como por caso el delito asociado a masculinidad donde el varón es sometido a presión por sus pares para cometer delito, y en estos espacios de formación, se empiezan a poner en discusión al menos”, remató Finucci Curi.

COMUNICACIÓN Y TEATRO

Como se dijo, la experiencia de la Facultad de Humanidades de Uader no es la uncia que se desarrolla en las cárceles de Paraná. Hecha la aclaración, vale informar que desde el Programa de Extensión denominado La UNER en contextos de encierro, del Área de Comunicación Comunitaria de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos lanzaron ahora una nueva convocatoria para participar de las actividades que vienen haciendo en las Unidades Penales N°1 y N°6 de Paraná. La propuesta invita a estudiantes de las carreras que se dictan en la casa de estudios, a sumarse al dictado de los Talleres de Comunicación y Teatro que arrancaron en mayo.

Para participar del Programa también se requiere disponer de tiempo para reuniones de planificación y formación, además de asistir o participar de alguno de los dos talleres. No es necesario tener experiencia previa, aclararon desde el área de Comunicación Comunitaria de la FCEdu. Para más información comunicarse a: [email protected] o [email protected]

Para conocer más sobre la línea de trabajo en contexto de encierro, ver blog en
www.chamuyofm.blogspot.com

Para tener en cuenta

Equipo de trabajo: Coordinadora: Lic. Godoy, Dana Elina; Responsable Pedagógico: Dr. Finucci Curi, Matias.

Contacto
[email protected]

Celular de la Coordinadora: +543434729414

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