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La Delfina: leyenda perenne en el imaginario popular

Una pelirroja cautiva, de misterioso origen, que peleaba como un soldado, es uno de los mitos de la historia de Entre Ríos. Tironeada por los lugares comunes, La Delfina es un personaje sobre el que se sabe poco y se conjetura demasiado. En los testimonios de época existentes se destaca su arrojo y lealtad a Ramírez, más allá de los aspectos militares.

 

 

Angelina Uzín Olleros

Especial para EL DIARIO

María Delfina o, como suele nombrarse su presencia en los derroteros del siglo XIX, La Delfina, no tiene apellido para la historia oficial. Llega a nosotros a través de los relatos de su encuentro de amor y pasión con el caudillo Francisco “Pancho” Ramírez. Pero La Delfina fue una mujer que, a caballo y con atuendo militar, compartió escenas en los campos de batalla donde se delineaban los límites territoriales. Le tocó habitar un siglo marcado por las derrotas y las conquistas para constituir un mapa geopolítico de aquellos tiempos de alianzas y traiciones, de amistades y enemistades manifiestas. Respecto de su identidad, hoy conviven dos versiones: que su apellido era Menchaca o que ese término era despectivo con respecto a su persona.

La Delfina formó parte del ejército de la República de Entre Ríos y participó de  luchas en los territorios que hoy ocupan las provincias de CorrientesEntre RíosSanta Fe y Córdoba.

En la localidad de Chañar Viejo, actual provincia de Córdoba, La Delfina fue interceptada por el ejército enemigo enviado por los gobernadores Juan B. Bustos, y Estanislao López. En efecto, el 10 de julio de 1821 el ejército de Ramírez fue derrotado. El caudillo se enteró que su compañera, con quien había luchado en toda la campaña, había sido capturada y regresó a rescatarla, siendo herido de muerte en el intento.

Muchas palabras de aquellos tiempos delineaban las subjetividades presentes en esos años: cautivas, caudillos, coronelas, federales, montoneras.

De esas historias de amor, de muerte y de soledad se han escrito numerosos poemas, canciones, ensayos y novelas históricas. La narradora y periodista Susana Silvestre (1950-2008) en su libro Delfina & Pancho Ramírez. La pasión de un caudillo y su cautiva, dice: “Varios historiadores coinciden en afirmar que en una fecha que se desconoce, pero que se sitúa alrededor de 1819, en un combate entre las tropas de Artigas y los soldados riograndenses, muchos de los compañeros de Delfina resultaron muertos, otros huyeron y ella quedó detenida.” Como suele ocurrir con personajes cuya vida no ha sido suficientemente documentada, coexisten diferentes versiones sobre su fecha de nacimiento, su origen, su ascendencia. En ese sentido, de La Delfina muchos sostienen que era la hija bastarda de un Virrey de Brasil y que al momento de ser capturada estaba acompañada por un muchacho que estaba enamorado de ella. El abogado e historiador Leoncio Gianello (1908-1993) cuenta que luego de la muerte de Ramírez ese joven insistió en conquistar a La Delfina sin poder concretar su deseo.

Como sucede con tantas otras mujeres, sobreabundan los datos inciertos en la historia de La Delfina.

Distinciones

A La Delfina le decían también “la portuguesa”. Había nacido en Río Grande Do Sul, aparentemente en el año 1798. La caracterizaban como una “cuartelera”, término que definía a las mujeres que tenían sexo con los soldados. También se ha dicho que ella había escapado de un prostíbulo que regenteaba su padrastro. Lo cierto es que se convirtió en la coronela del Ejército Federal, la amazona de chaquetilla roja con botones dorados, bombacha azul, botas negras y sombrero bordó adornado con plumas de ñandú. Así la recuerdan diferentes ilustraciones al lado de su caballo o con un rostro de destacada belleza enmarcado en una melena pelirroja.

El periodista y divulgador de temas históricos, Adrián Pignatelli describe que el 10 de julio de 1821 Pancho Ramírez, debilitado militarmente, intentaba llegar a Santiago del Estero. Muy cerca de Las Piedritas de Río Seco, en Córdoba, debió combatir durante horas contra las fuerzas de Estanislao López y de Juan Bautista Bustos, que lo superaban en número. En desventaja, intentó huir, cuando se percató que La Delfina había sido capturada por el enemigo. Sin pensarlo, lanza en mano, arremetió solo contra el grupo que retenía a su mujer. Rodeado por soldados enemigos, el capitán Maldonado lo mató de un tiro en el pecho, a quemarropa. Nicolás Pedraza fue el encargado de decapitarlo. Su cabeza, clavada en una lanza, fue llevada a Villa de María de Río Seco, donde se la exhibió. De ahí, envuelta en piel de carnero, se la enviaron a López, en “señal de verdad”.

 

Huellas

Al cumplirse doscientos años de la muerte de Ramírez, Juan Nóbile y el Equipo de Antropología Forense al que pertenece, buscaron la cabeza del Supremo Entrerriano. Una hipótesis era que podían encontrarla en la Iglesia de la Merced, hoy Nuestra Señora de los Milagros, ubicada en la ciudad de Santa Fe. Aquel trofeo en una historia marcada por la sangre derramada se corona en otra ciudad ante la aparente tumba de La Defina, en Concepción del Uruguay. En la placa superior dice: “Junto a la cruz bajo este cielo abierto, su casa alzaron los conquistadores, la soledad venciendo y el desierto. Caminante rogad por cada muerto, alma de los primeros moradores.”

Por su parte, el escritor Juan Basterra (1959) en su libro De pasión y de guerra. Los amores del caudillo Francisco Ramírez, relata el momento del deceso de La Delfina. “Dieciocho años después de la muerte de Ramírez, un pequeño convoy fúnebre atravesaba la calle principal de Concepción del Uruguay; sólo cuatro vecinos acompañaban el tránsito del pequeño cajón. Desde algunas ventanas asomaban los rostros curiosos de los pobladores. Algunos rezaban la oración para el buen descanso de la difunta. Apenas unas horas antes, algunos vecinos compasivos habían colocado el cuerpo -al que asistía una levedad del aire- dentro del féretro. El pelo ya no era largo ni fulgurante, pero un gesto de abandonado descanso embellecía las facciones, que la muerte, en un postrer esfuerzo, matizaría de un blanco azulino”.

La leyenda cuenta que la única que tomó nota de la muerte de La Delfina fue Norberta Calvento, que se había quedado esperando a Ramírez con su vestido de novia para un casamiento que nunca ocurrió y que, como decían antes, quedó para “vestir santos”. El acta de defunción la nombra María Delfina; está fechada en junio de 1839, dice que era portuguesa, soltera; que no había recibido los sacramentos y que sería enterrada en el cementerio local.

Con luz propia

La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.

La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.

 

 

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