A pocos kilómetros de Paraná, cerca del río, se encuentra una comunidad modesta en cantidad de habitantes, pero rica en cuanto atesora postales de la radicación de la inmigración ruso-alemana en Entre Ríos. Visitarla es regresar a épocas de trabajo arduo, destierro, y sueños de progreso.
A 30 kilómetros de Paraná, por la Ruta 11, un viajero curioso se topará con Aldea Spatzenkutter y el arroyo Las Arañas. Luego sobrevendrá un camino de broza, que para los baqueanos es la entrada a una comunidad conformada por un puñado de casas y una escuela. Se trata de Aldea San Francisco.
Paradoja de un caserío que se resiste al olvido, cuenta con un cementerio histórico. El otro tesoro es la escuela n°7 Nicolás Rodríguez Peña, y a su lado, la estatua de una Virgen que no tiene nombre. Las pocas casas de la aldea están dispuestas sobre la calle que la atraviesa. Ahí aparece una primera acepción del tiempo, en las diferencias existentes entre antiguas y nuevas construcciones. Sobre ese camino se erige la iglesia, en el centro de la aldea, tal como era costumbre en la planificación de estos asentamientos. Curiosamente, es una arteria sin un cartel que la nombre. Detrás del templo, yacen las ruinas de lo que fue la Escuela Alemana y la casa parroquial.
El emblemático cementerio de la Aldea San Francisco es considerado Patrimonio arquitectónico, con tumbas que datan del siglo XIX y una historia de 125 años. Ubicada en el departamento Diamante, es una localidad con muy pocos residentes, que administrativamente depende de Colonia Alvear.
A San Francisco, se la denomina también Pfeiffer, en honor al lugar del que provinieron sus primeros habitantes. Fue una de las cinco aldeas fundadas en 1878, junto a Valle María (Marienthal-Vizcachera); Protestante (Protestandörfche-Bauer-Dörfche); Spatzenkutter (Marienfeld-Campo María); y Salto (Heiligen Kreuz-Santa Cruz-Köhler).
Un circuito con historia
Cuando se les pregunta por su ascendencia, los habitantes de San Francisco aclaran que son “alemanes del Volga”. Muchos los conocen como “rusos”. La explicación es que existió un grupo de germanos que emigraron a Rusia por invitación de “Catalina la Grande”, entre los años 1764 y 1767.
Ignacio Getti es el autor de los libros “Emigrantes del Volga -Aldea Brasilera- San José. Primeros pobladores. Una aproximación histórica” y “Emigrantes del Volga en Aldea Santa María, Entre Ríos. Desandando una Hipótesis”.
En diálogo con EL DIARIO, el investigador relató que “cuando llegaron no encontraron lo que se les había prometido, sino solo una estepa desolada” y que “luego de 100 años, Catalina ya no estaba y el gobierno del momento comenzó la rusificación” de la cultura. Esto implicó que, entre otros puntos, debían dejar de lado su idioma alemán y estudiar en escuelas rusas: se les prohibió hablar su lengua nativa y, además fueron obligados a realizar el servicio militar. “Esto los motivó a buscar otro país. Hay versiones que dicen que el destino de nuestros bisabuelos era Brasil y, por un engaño, fueron derivados a nuestro país”, explicó Getti.
Un punto central en la historia argentina fue la promulgación en 1876 de la Ley n° 817, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda. La normativa pretendía promover la inmigración y la colonización. El gobierno de Entre Ríos, al enterarse de la posible llegada de los colonos, decidió poner a disposición 6 leguas cuadradas en el departamento Diamante. Esto derivó en que llegara a la región una delegación de rusos-alemanes que, como se dijo, originalmente habían migrado a Brasil. Getti lo explica de una manera sencilla. “El propósito era encontrar otro lugar donde emigrar, ya que el emperador de Brasil les prometió, a través de los reclutadores, condiciones ventajosas que nunca se cumplieron”.
Getti es un apasionado por la historia. Para describir lo sucedido en Entre Ríos se apoya en crónicas de un inmigrante, llamado Nicolás Gassmann. “Las mujeres lloraban cuando se enteraron que no estaban en Brasil, por lo que decidieron enviar emisarios al país vecino para negociar la búsqueda del contingente de parte del gobierno brasilero, siendo Gassmann, quien estaba al frente”. Según se sabe, Brasil aceptó, pero el gobierno argentino, que estaba al tanto de los acontecimientos, en forma compulsiva embarcó a los recién llegados y los trasladó a Diamante.
Según explica Getti, “los inmigrantes ruso-alemanes tenían por costumbre llamar a sus asentamientos con el mismo nombre de las aldeas de las cuales provenían, denominándolas también aldeas (son de las pocas poblaciones que llevan el nombre de aldeas); o, mejor dicho, de donde provenía el líder del grupo. Es el caso de Valle María, uno de cuyos líderes era Pedro Salzmann, quien propuso llamar a su aldea Valle María, traducción de Marienthal (Rusia). Había varias familias provenientes de otras colonias. También ellos decidieron respetar la denominación que se les daba en el Volga respecto a la orilla del río; Bergseite, lado de las colinas y Wiesensete, lado de las llanuras. Las familias de Valle María eran del lado de las llanuras y de allí que su dialecto alemán varía respecto a los del lado de las colinas”.
Se debe mencionar el conflicto suscitado entre los recién llegados y las autoridades. Estas demandaban a los inmigrantes que se establecieran en las chacras asignadas y los ruso-alemanes querían establecerse en comunidades, tal como lo habían hecho en Rusia a orillas del río Volga. Se llegó al punto de querer utilizar la fuerza pública, la policía, para hacer respetar el mandato de las autoridades. “Allí se plantaron los jefes de las familias y amenazaron con volverse a Rusia si no se cumplía con su pedido o exigencia. Finalmente, el gobierno cedió al pedido. No existe acta fundacional de las aldeas ruso-alemanas”, afirma Getti, antes de agregar que, según las crónicas de Gassmann, “los inmigrantes ruso-alemanes coincidieron en ponerle fecha de fundación el día en que el presidente Nicolás Avellaneda autorizó el asentamiento en grupos familiares, que hoy conocemos como aldeas. Por transmisión oral, ya que no se ha podido encontrar el documento que así lo confirme, fue el día 21 de julio de 1878”.
La aldea en cuestión
Johannes (Juan) Göttig, propuso para San Francisco el nombre de “Pfeifer”, como su aldea en Rusia. Luego también se la conoció como Aldea Araña, ya que estaba a orillas del pequeño arroyo Las Arañas. Cuando se construyó la capilla, se puso bajo la advocación de San Francisco, y de allí le quedó el nombre con el cual se la conoce hoy día.
De acuerdo al censo realizado por el Gobierno de la Provincia de Entre Ríos en 1882, San Francisco ocupaba el tercer lugar en cuanto a cantidad de habitantes: vivían allí 259 personas. La superaba Aldea Protestante, con 312 habitantes; y Valle María, con 435. Con menor población estaba Aldea Spazenketter, con 188 habitantes; y luego Aldea Köhler, Santa Cruz, o Salto; con 154.
“Las deformaciones en los apellidos es muy frecuente, quienes realizaron el censo no siempre tenían una escritura clara y, cuando se transcribieron a documentos oficiales, se cambiaron algunas letras”, explicó Getti. Un ejemplo es el nombre Jakob, que en español es Santiago, y se lo puede encontrar como Jacobo, Gottfried; como Godofredo, Amadeo, o Teófilo. Lo mismo ocurre con las vocales que llevan diéresis, que son la a, la o y la u, que se puede escribir sin la diéresis, pero acompañado por la e, y tiene el mismo sonido al pronunciarla, ejemplo: Göttig-Goettig, Käler-Kaeler, Kühn-Kuehn.
Sagrado
Según los documentos oficiales, la capilla de Aldea San Francisco estaba ubicada en la chacra n° 338, y había pertenecido a Jacobo Göttig 2°, quien la adquirió en 1881 al Gobierno Nacional y se la transfirió a los primitivos habitantes de la aldea en 1888, quienes a su vez decidieron donarla a la Curia Eclesiástica de Paraná, el 30 de junio de 1943.
En las ruinas detrás de la iglesia actual, funcionaba la escuela particular y la casa parroquial y la oficina de registros de los sacramentos, ya que el Registro Civil aún no había sido creado. Una vez instalada la escuela oficial, fue destinada a la enseñanza de la lengua alemana. Pero, finalizada la Segunda Guerra Mundial, desde Alemania dejaron de enviarles el dinero para el mantenimiento, lo que concluyó en su deterioro y cierre.
En su trabajo, Getti recupera la declaración de los vecinos y propietarios, fundadores de la Aldea San Francisco, donde se lee: “Declaramos y exponemos que en el año 1885, al comprar la chacra n° 338 en mancomún y destinada para la población y aldea, hemos donado libre y espontáneamente, para el culto, a la Iglesia Católica Apostólica Romana y sus Ministros, un área de tierra compuesta de tres cuadras cuadradas ubicadas en la chacra n° 338 de ésta comunidad y que hasta la fecha está designado como sigue: dos cuadras cuadradas, que pertenecen al sitio donde se halla construida ‘la iglesia’ o sea la capilla, y el establecimiento para casa parroquial y escuela; y una cuadra cuadrada, donde se halla el Cementerio; todo lo cual lo hemos construido exclusivamente para el culto católico y donado a la misma Santa Iglesia Católica y Apostólica Romana”.
Identidades
El idioma siempre fue un conflicto. Ya en 1893, en un informe del delegado del departamento Diamante, G. Barzola, al jefe del Consejo General de Educación, señala que “los señores rusos están muy interesados en la educación de sus hijos, como lo demuestra el número de niños que concurren a sus escuelas y los dos hermosos edificios construidos al efecto en Aldea Santa María y San Francisco. Sin embargo, la educación que se da en ellas presenta deficiencias que más tarde producirán resultados nada halagüeños para la Nación”, refiriéndose a que se impartían clases en idioma alemán.
Si se mira en retrospectiva, se podrá ver que, con los años, cada aldea fue buscando su propio destino y forjando una identidad entrerriana, sin olvidar sus raíces. En efecto, Aldea San Francisco conserva una importante parte del pasado de numerosas familias que, por distintas circunstancias, se desplazaron a otras zonas en busca de su propio destino. A diferencia del resto de las aldeas, San Francisco tiene la particularidad de no ser actualmente reconocida y de que su historia corra el riesgo de ser olvidada. No obstante, hay investigadores e historiadores que insisten en evitar ese final. Es un lugar característico por su tranquilidad, la sonoridad agreste, la escasa población y una numerosa cantidad de animales.
Allí, se entrelaza un pasado lejano con un presente renovado, y eso se denota en la arquitectura de sus edificios, en las tumbas de su cementerio y en el quehacer cotidiano de los propios habitantes.
Patrimonio Arquitectónico
Destacado por su antigüedad y sus cualidades pintorescas, el cementerio de Aldea San Francisco posee tumbas del siglo XIX, cuyo diseño gótico fue ideado por Di Bernardi, un vecino del lugar.
Según el investigador Orlando Britos, la inclinación de las tumbas “se debe exclusivamente al paso del tiempo; se mueven por las lluvias y la constitución de la capa superior de nuestra tierra es humus o tierra orgánica, que no es tan sólida como la zona esquelética de abajo. Incluso, como son lugares no habitados, los animales lo utilizan como refugio para sus cuevas”.
En ese sentido, Getti explicó que “existen discrepancias en distintos documentos; en este caso, sobre las dimensiones del lote perteneciente al cementerio, que se encontraba dentro de la chacra n° 338. Una fuente indica que las dimensiones eran de 104,30 metros por 230 metros y estaba limitado al norte: Andrés Strack; al sur: Jorge Heinrich y José Haspert; al este, Pedro Rickert y, al oeste, Andrés y Santiago Heinrich. Otra fuente indica que la donación firmada por los vecinos dice metros 130 por 130, y otra posterior dice una cuadra”.