Afincado inicialmente como empresario, el español Juan Garrigó desempeñó un papel clave en la organización de la Baxada del Paraná, en el contexto de la Revolución de Mayo. Las crónicas destacan el respeto que se ganó entre los vecinos, pese a que sus intereses primarios estaban vinculados a su condición de hacendado.
Griselda De Paoli
Las biografías, las historias de vida, aportan a la comprensión de la sociedad y lo hacen con elementos esenciales: el o los actores sociales y la temporalidad, el contexto de los que forman parte.
En este caso, un personaje de relieve, cuyo perfil es abordado por un historiador, nos permite acceder al trazado de una vida, totalmente enlazada a los tiempos iniciales de nuestra ciudad, y a la Revolución de Mayo, pero salpicada de elementos que la vinculan a nuestro presente, a lugares vitales de nuestra realidad y de la memoria colectiva.
El contexto: las primeras décadas del siglo XIX, es una red de fondo que conocemos y en la que tienden a imponerse determinados hechos y personajes. La mirada puerto-céntrica de nuestra historia con frecuencia minimiza los actores provincianos, cuyo rol y acción hizo posibles muchos logros comunes, por eso nos parece interesante poner el foco el entorno cercano – alrededor de la significación de Mayo- en un protagonista de enormes méritos como patriota, reconocido así, por sus contemporáneos y por supuesto por quienes habitamos el que fue su espacio.
Llegado en 1809 al villorrio de la Baxada del Paraná, desde Sitges, España, Juan Garrigó (1761-1829), con 48 años por entonces, vino dispuesto a intervenir activamente en la vida de la comarca, expresa el historiador entrerriano Facundo Arce, y sin duda lo logró. Llegó con una regular fortuna y a pocos meses de estar aquí ya tenía un importante establecimiento dedicado a la explotación calífera y de productos de la tierra. Fortaleciendo su vínculo con el contexto, empleaba medio centenar de trabajadores, cifra importante tanto en aquellos tiempos como en los nuestros. Rápidamente se ganó el respeto y estimación de sus vecinos. Y esto no es una expresión vacía. Para abril de 1810, la ausencia del Alcalde de Hermandad Manuel de Isla y la renuncia de su sustituto legal Andrés Pazos hizo que el cabildo de Santa Fe considerara a Garrigó, por sus méritos a la vista y la estima por parte de sus copoblanos y lo designara Alcalde sustituto, cuestión de la que se enteró Garrigó un mes después de producida, el 30 de mayo, en medio del estallido de la revolución. El virrey que lo había designado ya había sido reemplazado por la Primera Junta y su prudencia lo llevó a pedir la eximición de la tarea asignada, aduciendo que “no tenía la antigüedad de seis años de permanencia en la Baxada que las leyes establecían para ello”, agregaba que la reciente fundación de un importante establecimiento reclamaba su atención. La Junta ordenó que aceptara el cargo y que lo desempeñara debidamente. Garrigó “decidió prestar colaboración a la Junta revolucionaria y aceptó el cargo que lo pondría en el sendero de la incipiente vida pública entrerriana” -sostiene Arce- cumpliendo con acierto las funciones de Alcalde de Hermandad, que si bien estaban centradas esencialmente en lo político y militar, “no limitaron su atención a los aspectos que se vinculaban a la propia existencia de la población y su comarca”, que abarcaba más o menos la mitad del actual territorio de Entre Ríos, comprendida entre los ríos Paraná y Gualeguay.
Activo
A apenas un mes de haber asumido la Alcaldía, alentó a los vecinos a firmar su adhesión al gobierno patrio y para octubre, adquiere notoriedad la forma efectiva en que cumple la misión de apoyar al Ejército de Manuel Belgrano en su marcha al Paraguay “con un fervor contagioso puesto en sustento de la nueva causa”. Ayudó a Belgrano con caballos, carretas, implementos de diversa índole y hombres y “creó un centro revolucionario que no cedió ante ningún esfuerzo enemigo y que fue, en gran parte, causa de que se malograse la campaña de Michelena al Entre Ríos de 1810-1811”. Belgrano destacó los méritos del Alcalde de la Bajada en su autobiografía, escrita varios años después.
Entre Ríos por su posición estratégica respecto de los centros realistas de Paraguay y Montevideo y zona de operaciones sobre la Banda Oriental, estuvo en la consideración de Belgrano, cuando, al retirarse de Paraguay y hacerse cargo de la campaña oriental, designa a Garrigó Comisario de Guerra Honorario y Comisionado Especial en la Bajada del Paraná por sus condiciones personales y méritos.
En esta tarea, asegura Arce, “intervino activamente en la defensa del territorio entrerriano y colaboró en el envío de los contingentes que de 1811 a 1814 pasaron por la Bajada rumbo al sitio de Montevideo”, en tanto aportaba a la fortificación de Punta Gorda, incluso con sus propios bienes. Por todo ello, la Asamblea del año XIII lo consagró ciudadano y como tal persistió en su compromiso en el rol de Comisario Accidental con residencia en Entre Ríos ante la inminente guerra contra el Brasil (1825), además de ser Secretario en el flamante Congreso de Entre Ríos (1821), cargo al que renunció pasando a presidir el Tribunal de Comercio de Paraná, para formar parte más tarde (1827) del gobierno de Mateo García de Zúñiga, como Ministro General de Hacienda, sugiriendo medidas de índole económica ante muy difíciles circunstancias y aportando recursos particulares para resolver apuros del erario público, gastando en estas instancias sus últimas energías.
Como si fuera poco, “Don Juan Garrigó, impulsado por el cariño que sentía por Paraná, regaló al gobierno el terreno denominado “El Molino” para ser destinado a plaza pública. Su voluntad se cumplió al establecerse en él un hermoso paseo que en la actualidad se denomina Plaza Alvear”.