Es un dato de la realidad que cada vez son más las editoriales chicas preocupadas por conformar colecciones valiosas para la cultura regional. Lo que no siempre se conoce es el esfuerzo que tienen que hacer para sobrevivir. Se trata de aplicar un criterio artesanal tanto para la edición de los libros como para su posterior circulación.
Cristal Bella
Gretel Schroeder es fundadora de La Ventana Ediciones, librería ambulante desde 2015 y editorial desde 2018. La itinerancia la lleva a compartir su trabajo en ferias regionales, redes sociales y a realizar repartos a domicilio. El catálogo de su sello independiente está orientado a narrativa, poesía y arte de autores y autoras del litoral, especialmente de la ciudad de Paraná. Esta persiana autogestiva que se abre a la región es una apuesta por instalar proyectos literarios nuevos sin perder de vista el objetivo de difundir obras y autores locales.
Schroeder egresó de la Tecnicatura en Producción Editorial de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de Entre Ríos, en 2019. Sin embargo, su interés por los libros se remonta a la infancia. Aprendió a leer antes de primer grado porque tenía una rebosante curiosidad por la lectura. Inició su travesía con tesoros literarios que encontraba en la casa de sus primas.
Esta pasión libresca se reeditó a sus 12 años cuando comenzó un taller de literatura a cargo de la reconocida docente universitaria María Elena Lothringer, quien se convertiría en su mentora. “Antes de esa experiencia, leía desordenadamente; más bien, caóticamente”, manifestó la editora.
Actualmente, en un contexto de hiperpantallización y fragmentación de textos multimediales, Schroeder expresó que “leer me ha dado la posibilidad de vivir muchas vidas: de repente ser otra persona en otro tiempo. La lectura es un ejercicio para la mente y el alma porque invita a imaginarse algo sin que te lo muestren”. Aún en medio de una amplia disponibilidad de soportes, el libro de papel sigue generando un atractivo entre editores como Schroeder y lectores apasionados. El vínculo entre ambos, entonces, es de complicidad, pero también de mutua exploración. Esta dimensión aparece cada tanto como un telón de fondo en la forma en que Schroeder da cuenta del oficio del editor, que desarrolla de manera artesanal y minuciosa desde el punto de arranque que siempre es la escritura del autor. Ciertamente, el oficio silencioso del editor suele pasar desapercibido cuando se habla de autorías. De hecho, la edición es una labor que juega seriamente a tejer las partes sin que se noten sus hilos. Sobre la fina hebra de la curaduría editorial, Schroeder planteó: “quien está por fuera del mundo editorial quizás no comprende la diferencia entre un texto y un libro. La escritura es muy solitaria. El editor es la compañía del autor; la mirada de afuera que guía”.
La entrevistada participó de las Jornadas Profesionales que tuvieron lugar en la última edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires llevada a cabo en el predio de La Rural del 25 de abril al 15 de mayo. En esos espacios se brindan programas de capacitación y vinculación profesional para los diferentes protagonistas del mundo editorial. A continuación, una síntesis del diálogo mantenido apenas regresó a Paraná.
—¿Qué provecho sacaste de las Jornadas Profesionales de la Feria Internacional del Libro?
—Hace siete años que participo de estas actividades exclusivas para actores del mundo editorial. La primera vez fui como estudiante de la Tecnicatura en Producción Editorial. En ese carácter preguntaba con curiosidad en los stands acerca de todos los procesos inherentes a la práctica. Hoy, con más experiencia, presto atención a lo que se conversa en reuniones de negocios, sobre compras de derechos, representación de autores o distribución de las obras. Si bien estoy a cargo de una editorial chica, aprovecho para generar relaciones con otros sellos y librerías, a aprender cómo editan y a conocer nuevas propuestas.
La ventaja es que durante las Jornadas Profesionales nos encontramos cara a cara con los editores porque atienden ellos mismos los stands. Mientras que para el resto de la feria contratan personal. Además, en esos días, hay descuentos de hasta el 50 % que nos sirven mucho a los libreros. Allí te dan el carrito y la caja y te garantizan el traslado gratuito a tu lugar de origen. Se trata de apostar a materiales que te gustan o que sabés que van a funcionar. Hay que tener capital y arriesgarse.
Este año me acompañó el colega Lucas Mercado, de Azogue Libros.
El contexto no era el mejor. Pese al clima de nerviosismo extremo por la cotización del dólar, nos ingeniamos para recorrer la feria con la otra misión a la que fuimos.
—¿Cuál es?
—Ambos lanzamos el Servicio de Librería Amiga. Consiste en tomar pedidos de lectores que quieren libros específicos, procuramos rastrearlos en la feria y acercárselos a Paraná ahorrando el costo de envío. La verdad es que no pudimos conseguir todo lo que nos encargaron, por la devaluación del peso. Por ejemplo, algunas publicaciones de España son directamente imposibles, con precios increíbles y sin sentido. De todas maneras, nos encanta esta práctica porque al hacernos los pedidos nuestra comunidad lectora, nos recomienda editoriales y lecturas que quizás no teníamos en el mapa.
Escenarios
—¿Tuvieron la posibilidad de acceder a un stand propio en alguna edición?
—No, porque el costo es altísimo. Implica gastos de traslado y de estadía; y la disponibilidad para atenderlo durante dos semanas. Es un esfuerzo grande que no hemos podido concretar. No tenemos dinero suficiente para invertir, ni un stock grande de libros para ir y vender bien. Un par de años atrás, entusiasmados por salir de la situación de pandemia, tuvimos la idea de armar uno compartido. Es una estrategia colectiva común que sellos pequeños e independientes tengan un espacio bajo determinado nombre, pero con varias editoriales adentro. De hecho, en la feria hay un sector reciente que se llama Nuevo Barrio. Se trata de una zona destinada a editoriales emergentes que previamente presentan un proyecto y tras un proceso de selección, les hacen un pequeño sitio de manera gratuita con el objeto de favorecer la biodiversidad bibliográfica.
—¿Cómo evaluás el estado del mercado editorial en Argentina?
—Está cada vez más en crisis, pero se sostiene gracias a la pasión de los lectores y editores. Lo cierto es que los precios aumentan mes a mes. Sucede que tenés un libro y lo tenés que liquidar sí o sí. Los costos de impresión y venta al público están atados al dólar. Es un combo que no beneficia. Ante este panorama, la intención es tener presencia en ferias regionales como Santa Fe, Chajarí y la de Gualeguay, que es la que más me gusta. Además, acá en la ciudad contamos con Paraná Lee, la más importante de la provincia. En ediciones pasadas, la gente se interesó por obras alternativas que no es habitual encontrar en librerías del interior.
Confluencias
—¿Notás que en la Feria del Libro de Buenos Aires hay mayor presencia de la obra y los autores de provincias?
—Siempre se está intentando. El aporte de las librerías del interior es acercar obras que se editan en distintos puntos del país. El mercado editorial está muy centralizado. La mayoría de las editoriales y las imprentas son de Buenos Aires.
Incluso, es unitaria la política de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares. Como se sabe, la Comisión ofrece a las bibliotecas populares del país la posibilidad de ir a la Feria del Libro a adquirir ejemplares, tal como lo hace la de Paraná. Así, las bibliotecas nunca van a comprar los libros que se venden en Paraná, es decir, las editoriales locales no entramos dentro del circuito de compras importantes de nuestra propia ciudad.
Paralelamente, en el trabajo diario tenemos un problema de logística y distribución que nos impide llegar a otros lugares. Se vuelve endogámico. Aunque tiene su lado positivo, porque a los lectores de acá les interesa. En el camino a la expansión, es más efectivo para nosotros asociarnos con otros libreros y editores.
—La masividad de la Feria del Libro habla acerca de la permanencia del libro de papel, ¿qué pensás al respecto de la idea de que el objeto libro como dispositivo de lectura puede desaparecer?
—Es una premonición que se viene haciendo hace décadas. Creo que pasa lo contrario. Con el efecto de la pandemia aún más. A raíz de la sobreexposición de pantallas, ir al libro de papel es encontrar otro tiempo de lectura, más lento, y salir de ese ciclo vertiginoso de estar viendo una cosa y otra y otra, neuróticamente. Incluso, al interior de las redes sociales, hay un montón de bookinfluencers o bookstragrammers que hacen reseñas y promueven el libro de papel como una opción de lectura. De todos modos, si bien hay editoriales chicas que trabajan en redes de manera voluntariosa, sigo prefiriendo encontrarme con los lectores reales en ferias y eventos por el estilo.