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Rosario Vera Peñaloza, por siempre sembradora

Cada 28 de mayo, centenares de niños en el país celebran el Día Nacional de los Jardines de Infantes y de la Maestra Jardinera, fecha acordada el 15 de octubre de 1972 por más de 2000 docentes participantes del VI Encuentro Nacional de Maestras Jardineras reunido en Santa Fe, en homenaje y reconocimiento al esfuerzo y al talento de la educadora riojana Rosario Vera Peñaloza (1873-1950) en pro de la educación de la niñez.

Norma Fernández Doux de Demarchi

Especial para EL DIARIO

Son numerosas al presente las obras publicadas sobre la llamada “Maestra de la Patria”. Maestra (promoción 1891) en virtud de los estudios realizados en la Escuela Normal de La Rioja, durante la gestión directiva de la Profesora Miss Annette Emily Haven, una de las docentes norteamericanas contratada por el gobierno argentino, llegada a tierra entrerriana en 1883 con el grupo de maestras procedentes de la Escuela Normal de Winona (EEUU) y destacada luego por un prestigioso desempeño profesional en la provincia andina junto a una enorme sensibilidad social (1884-1900).

La preocupación por brindar la oportunidad de continuar formándose a sus buenas alumnas, decidió a Miss Haven a escribir una carta en febrero de 1893 al entonces director José María Torres presentando a la ex alumna Rosario Vera Peñaloza aspirante a obtener una beca nacional, con la esperanza de que pudiera continuar estudios superiores en la Escuela Normal de Profesores del Paraná, en ese entonces la mejor Escuela del país según Informes oficiales y, finalizados, la que brindaba mayores posibilidades de acceder a cargos docentes.

Habiendo obtenido el goce de la beca por Resolución Ministerial favorable (24/02/1893), la joven riojana nacida en Atiles (Departamento Gral. Juan Facundo Quiroga, en el Valle de Malanzán) llegó a Paraná en marzo de ese año, completó sus estudios egresando en 1894 e ingresó al ejercicio de la docencia hasta mayo de 1896 en que regresó a su provincia natal, llevándose un entrañable e inolvidable recuerdo de “la ciudad de las barrancas”.

“Ella siempre hablaba de Paraná”, me confió su sobrino nieto Dr. Raúl Peñaloza Camet, de lo que la educadora brindó testimonio en 1946, al disertar en el Círculo de Periodistas de Buenos Aires sobre el Sagrado legado de la Escuela Normal del Paraná, rindiendo homenaje al 75° aniversario de su fundación, con un claro objetivo: “recoger sus enseñanzas para aplicarlas en la futura formación del Maestro Argentino”.

He aquí una muestra de la profundidad de su pensamiento. Con emocionadas palabras antes de iniciar el desarrollo del tema, la disertante expresó con su usual modestia, qué la había llevado a aceptar la invitación que le cursara la Asociación “Leopoldo Herrera” de ex alumnos Maestros y Profesores residentes en Buenos Aires, destacando en su respuesta, valores cultivados por el normalismo: “la disciplina del deber que caracterizó la formación adquirida en ella, me impuso la obligación de aceptar sin réplica, tal mandato; como hija de ese hogar me correspondía realizar cualquier esfuerzo para rendirle el tributo de la gratitud que guardo para ella en mi corazón”.

“El deber que el maestro debe cumplir: dignidad en su rango, rectitud en sus procederes; bondad en su acción; tesón en su empeño; claridad en sus conceptos y propósitos; ternuras en su alma”. Rosario Vera Peñaloza.

Paisajes

Y comenzó entonces la lectura de un profundo, aunque poco conocido texto, donde la montaña nativa de la que llegaba y el río caudaloso que la recibía brindaban un marco para la armonía espiritual necesaria a la vida humana, lo que resuena al oído como una ofrenda geográfica de valor universal dado el momento histórico en que fue expresado por la autora, desde la capital argentina. Cito. “Como hija de la montaña, no extrañéis que haya en mi espíritu algo del medio natural en el cual me despertara a la vida. Allí todo tiene especial lenguaje; vemos en cada cumbre, en cada hondonada, en cada eco cuyas sonoridades repercuten con especial acústica, algo que habla al espíritu, que obliga a meditar y a darle un sentido a las cosas que nos rodean: tanto en el espacio como en el tiempo. Así no parecerá extraño que mire la ciudad del Paraná como una atalaya levantada por la naturaleza, para que velase por la Pampa que se descubre a su vera, por la montaña que se adivina en la lejanía y por las cuchillas que ondulan a sus pies aprisionadas por las aguas del río; no en un esfuerzo de dominio sino en un abrazo fraterno de belleza tan armoniosa, que el hombre se detiene en su contemplación para inspirarse en ella, a fin de descubrir la ley que rige esa armonía, suprema ley que señala al hombre su destino, en la felicidad de amarse los unos a los otros.”

El magnífico pensamiento se enriquece “con la voz de la realidad vivida en aquella Escuela Normal del Paraná, a donde llegué un día atraída por la voz de la fama que ya corría por todo el territorio argentino y (los perfiles de la ciudad) produjeron en mi espíritu la luz de la belleza que el panorama ofrece, lo que fue profundizándose al penetrar en ella y encontrarme en un ambiente (escolar) de franca y sana cordialidad, donde todos éramos para uno, en aquélla Casa que en el espíritu de todos es ya monumento nacional”.

“Aquella sociedad recibía con los brazos abiertos a la juventud estudiosa que llegaba de todos los ámbitos de la Patria y hasta de las naciones hermanas en busca de perfeccionamiento. Y velaba por ella con la convicción de un deber y acogía con afecto hogareño, secundando en todo la obra de la Escuela en su empeño por formar auténticos maestros, forjadores de almas; y como argentinos, del alma nacional” bajo la consigna Ciencia y Moral, “golpeando en todos los yunques para formar la conciencia del deber que el maestro debía cumplir: dignidad en su rango, rectitud en sus procederes; bondad en su acción; tesón en su empeño; claridad en sus conceptos y propósitos; ternuras en su alma”. Ese fue el legado que recibió y recordó con la emoción del compromiso con que asumió su vida vivida como magisterio.

En ese ámbito de formación al que se incorporó la teoría y la práctica intensiva de la pedagogía fröebeliana con Sarah Chamberlain de Eccleston, profesora y guía de Rosario, surgió el primer Jardín de Infantes (1884) y el primer profesorado en Jardín (1886) del que egresaron las pioneras kindergartianas (1888-1903) que desde la protohistoria del nivel continúan inspirando a las nuevas Jardineras en la cotidiana y compartida construcción del Jardín de la Infancia.

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