La prosa, salpicada de anécdotas personales, de la española Irene Vallejo le agrega valor a una investigación exhaustiva sobre el origen y las formas que fue asumiendo el objeto libro, al contar su larga historia en El infinito en un junco. Más allá de la precisión de los datos, la obra se destaca por la defensa del libro como tal y de las bibliotecas como universos de saber, erudición, fantasía y amor por la humanidad.
Gustavo Labriola
Especial para EL DIARIO
El libro, podríamos decir, desciende del árbol. Pero no siempre ha sido así. Hubo una época en que la escritura necesitó otras superficies. Así, hubo libros de piedra, de arcilla, hasta que el junco cambió absolutamente la perspectiva de la escritura.
La doctora en Filología Clásica, Irene Vallejo (España, 1979) ha conseguido con la publicación de El infinito en un junco (2020) que todos los que amamos los libros y, por ende, las bibliotecas, quedásemos prendados de una historia apasionante con formato de ensayo histórico que recorre desde los griegos el nacimiento de los libros y las bibliotecas.
En El infinito en un junco, que obtuvo el Premio Nacional de Ensayo en España, es posible conocer que en estos treinta siglos de vida que tiene el libro, ha sido fabricado con materiales tan absolutamente disímiles como el humo, la piedra, la arcilla, e incluso el cuero.
Con un lenguaje asequible, atractivo pero erudito, Vallejo nos introduce en la historia de la cultura occidental, desde las hazañas de Alejandro Magno y su preocupación por la creación de múltiples Alejandrías y sus bibliotecas. Hay mucho de épica en un relato que sin ambigüedades cuenta el nacimiento del papiro a partir del junco y las dificultades para conservarlo. Nos enteramos que los sumerios escribían sobre tierra o en arcilla.
Irene Vallejo nos explica que el libro nace, en realidad, derivado de una preocupación por los inventarios, por llevar la contabilidad de los bienes. Nos enteramos que el término historia deriva de pesquisas, e investigaciones; que el oficio de bibliotecario nace con Demetrio de Falero (350 a. C-280 a. C), el bibliotecario de Alejandría; y que cada libro era único porque las copias eran escasas.
Primero fue el verbo, dice la Biblia. En realidad, las primeras narraciones eran orales. De eso mucho y bueno cuenta Vallejo en su libro.
Cimientos
El caleidoscopio admirable de El infinito en un junco, nos hace recorrer la historia de la humanidad desde Heródoto y sus viajes; Heráclito, uno de los padres de la filosofía y su debate entre contradicciones; y Antifonte como precursor del psicoanálisis.
Nos enteramos, entre otras tantas cosas, del nacimiento del pergamino y la escritura sobre cuero (por Pérgamo, actualmente Bergamo) cuando Ptolomeo restringió el papiro por intereses personales. El origen árabe (valga paradoja) de Europa “el país donde muere el sol”. El origen del alfabeto se presume que haya sido en Egipto, dado que los vestigios más antiguos, de 1850 a. C., se han encontrado en una carretera en Wadi el-Hol, que atraviesa el desierto entre Abidos y Tebas. La irrupción del teatro (“lugar para mirar”) y las tragedias. Desde ese tiempo se ha considerado a la comedia (la otra cara) como subversiva y peligrosa.
Por eso también el recuerdo a El nombre de la Rosa, de Umberto Eco, con su bibliotecario ciego (un homenaje a Jorge Luis Borges), y su trama policial en el medioevo en atención al tratado perdido sobre la comedia, la segunda parte de la Poética, el ensayo de Aristóteles sobre el universo revolucionario de la risa.
El infinito en un junco nos acerca a la Roma imperial, bárbara y opulenta, en la cual los cultos esclavos griegos educaban a los hijos de los poderosos. La constitución de la primera biblioteca pública en Europa, en 1444, que fue la que hoy se encuentra en el Convento de San Marcos en Florencia.
Asimismo, Vallejo nos cuenta del nacimiento de los códices, y nos sorprende con el dato de la instalación de una biblioteca pública en las termas de Caracalla, sostenida por el Estado romano. Y en el variopinto de personajes y hechos, aparece la censura a Ovidio y el poema titulado El arte de amar. Nos narra que con Esopo en Grecia y el ex esclavo Fedro en Roma se difunden las fábulas con sus metáforas y analogías que describen a la sociedad. Y cómo siempre fueron las bibliotecas públicas y la escuela el refugio de los libros y la difusión del conocimiento. En las páginas del libro de su autoría, Vallejo nos comparte también la proverbial ayuda que Gutenberg -un tallador de piedras preciosas- con la invención de la imprenta generó para la universalización del libro.
“Irene Vallejo nos explica que el libro nace, en realidad, derivado de una preocupación por los inventarios, por llevar la contabilidad de los bienes”.
Al cine
Pero también nos impacta cómo el fuego siempre ha sido utilizado para la destrucción de los libros y las bibliotecas. Se dice que el papel arde a 232 o 233 grados centígrados, lo que es igual a 451 grados Fahrenheit, como Ray Bradbury lo desliza en el nombre de su libro Fahrenheit 451. En 1966, bajo el mismo título, la novela fue llevada al cine por Francois Truffaut (1932-1984).
En esa historia, Bradbury, y después Truffaut, hablan de una intervención distópica de un Estado totalitario que dispone la prohibición de los libros y la destrucción de ellos mediante su quema. La inmolación de una mujer que prefiere morir quemada antes de permanecer con vida luego de la destrucción de su biblioteca, impacta al jefe de bomberos que, a partir de ese momento, arriesga su vida en pos de memorizar textos que no sean posibles salvar del fuego para trasladarlos a las próximas generaciones.
En una especie de banda de Moebius se vuelve al punto de partida del libro de Vallejo, cuando refiere a que antes del libro existían los relatos verbales. Cuenta Vallejo en su libro que “la novela (Fahrenheit 451) parece una fábula distópica, pero no lo es. Algo muy semejante sucedió realmente. En el año 213 a.C., cuando un grupo de griegos intentaba reunir la totalidad de los libros en Alejandría, el emperador chino Shi Huandi ordenó que se quemasen todos los libros de su reino. Solo perdonó los tratados de agricultura, medicina y profecía. Quería que la historia comenzase con él. Pretendía abolir el pasado porque sus opositores lo invocaban en añoranza de los antiguos emperadores.”
La obsesión por la destrucción física del libro y las bibliotecas atraviesa toda la historia del hombre, desde la mítica de Alejandría hasta la de Sarajevo, destruida en 1992 por el ejército serbio, pasando por los gobiernos totalitarios que buscan anular la cultura, por lo que el libro y las bibliotecas son emblemas estoicos de resistencia y transmisión de ideas y valores.
Alude la autora en una entrevista que “cuando la realidad se vuelve asfixiante, en los libros nos reencontramos con todo aquello que nos calma, como la belleza, la imaginación, los paisajes y los viajes. El libro es la forma más sencilla y asequible de cultura”. Por otra parte, pondera al escritor Stefan Zweig (1881-1942) cuando en el cuento Mendel, el de los libros, dice: “Los libros se escriben para unir, por encima del propio aliento, a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido”.
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