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Dos fechas clave para la italianidad

Junio comienza con festejos importantes para la comunidad italiana.

El mes de junio es particularmente importante para la italianidad, ya que el 2 se celebró el aniversario de la República Italiana (este año, número 77), y el 3 fue instituido como el Día del Inmigrante italiano en Argentina, por Ley n° 24.561, en honor a la figura de Manuel Belgrano que se constituyó como el símbolo de esa inmigración.

*Laura Moro | Especial para EL DIARIO

Al referirme al aniversario de la República Italiana que se celebra todos los años -en todo el mundo donde haya al menos un inmigrante italiano- lo voy a definir como un fenómeno universal difícil de ser repetido. Es un hecho de amor, capaz de establecer en el mundo entero una gran red que une ese maravilloso país que es Italia, mediante un invisible hilo comunicacional y afectivo, con todos los italianos, dentro y fuera de ella.

Se recuerda una fecha que fue tan cara en aquella oportunidad y que sigue siéndolo a través del tiempo: el 2 de junio se evoca y se celebra el momento en el cual, tras los trágicos años de la Segunda Guerra Mundial, la población italiana fue llamada a un plebiscito para definir su futuro. Y, por primera vez, en ese plebiscito pudieron las mujeres ejercer su derecho al voto, símbolo de otros derechos cívicos que ellas tenían impedidos.

Después de la gran ruina, reconstruir era la imperiosa necesidad:  reconstruir material y espiritualmente, en lo social, en lo cultural, en lo afectivo, en todos los aspectos.  Había dos maneras de continuar, dos maneras para retomar la esperanza, dos maneras para darle nombre y sentido a una Italia que resurgía de las cenizas de la guerra. 

Esas dos maneras eran:  la continuidad del sistema monárquico o la renovación de elegir un gobierno democrático.

Difícil elección, y más aún para un pueblo herido, lastimado, que había sufrido grandes pérdidas, que se sentía interiormente tan destruido como los edificios bombardeados. 

Dos maneras. Una significaba seguir estando bajo el cobijo de un manto real, una aparente protección que daba una falsa seguridad en tanto seguía alimentando un pueblo sometido y dependiente, necesitado de una figura “paterna” que lo mantuviera en una “infancia” constante, que pensara y decidiera por él. Con los derechos cercenados por una voluntad superior, indiscutible.

La otra, el riesgo, el salto al vacío, la adultez, la seguridad reemplazada por la incertidumbre de las decisiones propias, de la posibilidad de equivocarse en las elecciones, de reconocer los errores y volver para atrás para corregirlos, de marchar todos juntos hacia adelante, hacia un destino que iba a ir forjándose día a día en el armónico conjunto de todas las voces. También en la disidencia, pero a través del diálogo. 

Fundamentos

Hoy, a 77 años de esa histórica decisión, Italia sigue demostrándole al mundo que no estuvo equivocada; que el camino hasta aquí, estuvo lleno de marchas y contramarchas, de numerosos yerros, pero también de muchos aciertos. Y que el fijarse objetivos comunes y tratar de lograrlos no es fácil, es discutido, es pesado, es doloroso a veces, pero cuando un pueblo se siente artífice de su propio destino encuentra las coincidencias y es capaz de crecer, de elevarse, de ser consciente de su propia consciencia. 

Hoy, a 77 años de esa histórica decisión, Italia le muestra al mundo un país coherente con el objetivo que expresó al votar su Constitución, donde sin ninguna duda escribió en el artículo 1°: Italia es una República fundada en el trabajo.  

Dos ideas clave sintetizadas en esta frase tan breve pero tan dinámica que motorizó todo el cambio. Primero, la República, que implica libertad.  Italia eligió ser y es una república, con todo lo que esa palabra conlleva. Proveniente del griego: “Res Pública”, que significa “cosa pública”. La “cosa” de todos es la patria y no admite dueño de ninguna clase. Nadie en nombre de la República puede erigirse en salvador, en mesías, en profeta, en dueño: es responsabilidad de todos.

Pero esa República, (esa cosa pública), ese país del cual nadie puede sentirse dueño porque es de todos, tiene un gran motor que la moviliza. 

Y aquí está la segunda idea contenida en la frase del artículo 1° de la Constitución Italiana: el trabajo. Todos los italianos tienen la gran responsabilidad de trabajar, lo cual no es magia, sino que encierra la esencia misma del hombre, es decir la dignidad, la capacidad de regir cada uno su propio destino, la libertad. 

Y por tener esa condición moral de dirigir su propia vida, de ser cada uno dueño de sí mismo, sin dependencias, sin humillaciones, los hombres adquieren la capacidad moral de ser dueños del destino de su país: hombres dignos de una patria digna. 

Una patria que hoy se erige orgullosamente ante el mundo mostrando su capacidad; con hechos comprobados, con datos, con indicadores y porcentajes comprobables, con un dinamismo que la lleva a estar en los primeros lugares entre los países del mundo, siempre dispuesta a superarse. 

Los miles de millones de italianos que vivimos en el extranjero también respondemos a ese mandato que proviene de nuestras propias raíces. Orgullosamente mostramos al mundo nuestro origen italiano con esa misma esencia, siendo capaces de ser dueños de nuestro propio destino, de trabajar con dignidad, no sólo para nosotros mismos, sino para el país en el cual vivimos, para orgullo de nuestra patria madre, la amada Italia.

Más allá de la distancia y del tiempo nos unen esos valores. Y sabemos ponerlos en práctica en cualquier país, en cualquier contexto. 

Muchos de nuestros jóvenes, descendientes de inmigrantes, formados en esa escuela, están haciendo hoy una nueva elección y regresan – temporal o definitivamente – a reencontrarse con la Madre Italia.

Quiera Dios que, al sumergirse en ese contexto, vean una sociedad que supo concretar con creces su desafío; que descubran que un cambio es posible y que el ser humano es el motor de los cambios. El mayor deseo es que estos jóvenes, al reencontrarse con su cultura de origen, vuelvan y sean factores positivos en su país de residencia.

Por estas razones, concluyo diciendo una vez más que al celebrar este aniversario no sólo hacemos una recordación histórica, sino que vivimos un trascendental hecho de amor. 

*Consejera del Comité Rosario del Consulado Italiano y fundadora de la Asociación Familia Piemontesa de Paraná.

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