Una serie de distinciones separa a San Martín de Belgrano, figuras militares clave para la construcción de la patria argentina. Lo curioso es que el creador de la bandera es igualmente reconocido, pese a que son más las derrotas que los triunfos obtenidos en el campo de batalla, lo que lo constituye en una especie de antihéroe.
“Mi querido amigo y compañero: Mi corazón toma nuevo aliento cada instante que pienso que usted se me acerca; porque estoy firmemente persuadido de que usted salvará a la patria y podrá el ejército tomar un diferente aspecto: soy solo, esto es hablar con claridad y confianza; no tengo ni he tenido quien me ayude. En fin, mi amigo, espero en usted, compañero, que me ilustre, que me ayude y conozca la pureza de mis intenciones, que Dios sabe que no se dirigen ni se han dirigido más que al bien general de la patria y a sacar a nuestros paisanos de la esclavitud en que vivían”. Las líneas del general Manuel Belgrano, entonces al frente del ejercito del Norte, anunciaban el inminente encuentro eternizado a través de la historia como la posta de Yatasto. Un momento donde, visto en retrospectiva, parece haberse sellado el destino de una patria libre. Belgrano y San Martín fueron los héroes erigidos como los faros de nuestra historia, aunque no en partes iguales.
Las fechas que se eligen para conmemorar a nuestros próceres y sus gestas están iluminadas bajo la sombra de la muerte. Podría pensarse, con cierta lógica, que el momento indicado para un reconocimiento sea en el fin y no el principio; ya que no es sino al término del camino recorrido que puede hacerse una revisión total. Sin embargo, esto es tan cierto como que sin inicio no hubiera habido camino ni final. Pero, más allá de esta cuestión, una sutil diferencia resulta interesante en la nominación para el homenaje de los dos próceres más grandes de la historia argentina.
San Martín, que falleció el 17 de agosto de 1850, es recordado bajo la consigna que indica su paso a la inmortalidad. Mientras que Belgrano, que falleció el 20 de junio de 1920, es recordado por transición; porque el día de su muerte es el elegido para conmemorar la creación de nuestra bandera. Es claro que su recuerdo está atado a su invención, profundamente ligada a nuestra identidad patriótica. Sin embargo, además de lo que se refleja en la nominación de la fecha patria, es preciso ver lo que se omite. La bandera argentina fue izada por primera vez el 27 de febrero de 1812, pero se elige homenajearla el día del fallecimiento de su creador. Que el 20 de junio sea la fecha elegida para esa conmemoración deja a un lado la oportunidad de darle a Belgrano el día de su paso a la inmortalidad que sí tiene San Martín. La referencia, lejos de ser caprichosa, exhibe una fina coherencia.
Antihéroe
Mientras que San Martín encarna atributos propios de los héroes, Belgrano parece lejano a ese bronce que los baña cuando las gestas derraman la gloria. Aunque el sociólogo italiano Antonio Gramsci (1891-1937) cuestionó que el concepto de Superhombre no lo había inventado el filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900) sino el escritor francés Alexandre Dumas (1824-1895) en su novela El conde de Montecristo, en la teoría de Nietzsche hay un aspecto que puede resultar interesante para referir a lo que representa Belgrano en la historia argentina. En el libro Así habló Zaratustra, Nietzsche se refiere al hombre como tránsito y ocaso. Esta definición podría identificar a Belgrano, diferenciándolo de San Martín. Casi como un antihéroe; o, efectivamente, como tal.
Los triunfos en las batallas de San Lorenzo, Chacabuco y Maipú, además de la gesta del cruce de Los Andes, aparecen en lo que se podría imaginar como una carta de presentación de San Martín; apenas empañada con la derrota en Cancha Rayada.
En la biografía de Belgrano, en cambio, asoman las victorias en las batallas de Salta y Tucumán, además del ingenio para aplicar la política de tierra arrasada en lo que fue el éxodo jujeño. Sin embargo, aparecen con acento agudo las derrotas en Vilcapugio y en Ayohuma. Es cierto que esta comparación, que caprichosamente se establece en el campo de batalla, no tiene en cuenta todo lo que Belgrano hizo fuera de él. Sin embargo, en la consagración de los héroes aparece la epopeya como horizonte. Es así que, bajo esta perspectiva, Belgrano aparece más emparentado con la derrota que con la victoria. No obstante, lejos de desmerecerlo, la derrota y la armadura de antihéroe lo enaltecen. La teoría, que puede resultar frágil, exhibe como argumento sólido una tríada de episodios que tienen a Belgrano como protagonista.
Escenas
El primer suceso tiene lugar luego del traspié en Ayohuma. Los memoriosos recordarán que la derrota había despojado a Belgrano de su ejército, y que los 400 hombres que quedaban eran tan solo sobrevivientes llenos de miedo. El general los libera de cualquier obligación con la causa patriótica, lo que en aquel momento habrá parecido una quimera. Así, los autoriza a retirarse, ante el avance de las tropas enemigas. Pero les afirma que ese no será su destino, pues será él quien salve el honor del ejército. Y entonces sucede: ese atributo mágico que confunde el liderazgo de los derrotados con el bronce resplandeciente de los héroes, eso que a veces llamamos empatía y otras veces oratoria. Cada uno de los soldados sobrevivientes respondió al unísono que se quedaría a morir con su general, y entonces todos esos hombres llenos de miedo volvieron a ser un ejército.
El segundo suceso ocurre de una manera similar, cuando arenga a los jujeños a abandonar su pueblo. Se dice, sin embargo, que Belgrano no tenía una voz prominente. Más bien todo lo contrario. Es claro que el asunto no estuvo en el cómo, sino en el qué.
El tercer episodio tiene lugar ya en su lecho de muerte, como una ratificación del destino de derrota hasta el último suspiro. Aquejado por múltiples enfermedades, acompañado únicamente por su médico, Manuel Belgrano apagaba su vida en las entrañas del olvido. Ya sin tiempo, y también sin dinero, Belgrano pagó los honorarios del médico con su reloj.
El 20 de junio de 2020, se cumplieron 200 años del fallecimiento de Belgrano. Sin embargo, el aislamiento social de la pandemia o el propio destino, no dejaron lugar para homenajes grandilocuentes. Otra vez, Belgrano se vio lejos del bronce y de las pompas. No obstante, en esa nueva derrota se puede reconocer su humanidad.
Puede que sea cierto que en el tránsito y en el ocaso se definen las personas que se identifican con uno de los suyos. De ahí que esté bien atesorar a Belgrano, porque es el faro necesario para construir una moral muy por encima de los triunfos y las derrotas. Porque, aunque la injusticia trame el guion del destino, el camino que recorre quien fue abatido también puede conducir al éxito.