A sólo un puñado de postales ha quedado reducida la vida de Manuela Pedraza. La más cinematográfica es su papel en la defensa de Buenos Aires, contra las invasiones inglesas. El olvido historiográfico ha sido vencido por la cultura popular, que trazó perfiles someros sobre esta valiente mujer.
Los datos sobre la vida de Manuela Pedraza no son suficientes para armar una biografía. El rescate de historias y memorias de mujeres de otros tiempos siempre resulta complicado a la hora de recopilar documentos, cartas y testimonios que ayuden a forjar en el presente esas vidas pasadas.
Por suerte, la cultura con perspectiva popular colabora en dar difusión a personajes de antaño. En el caso de Pedraza fue la cantora Mercedes Sosa (1935-2009) quien en su disco Mujeres Argentinas grabado en 1969, con letra del historiador Félix Luna (1925-2009) y música del compositor Ariel Ramírez (1921-2010), trazó un perfil de Manuela, la tucumana.
Su nombre completo era Manuela Hurtado y Pedraza. Nació alrededor de 1780. Vale aclarar que el apodo Tucumanesa se aplicaba a los y las nacidas en la intendencia de Salta del Tucumán, no exclusivamente en la jurisdicción de la actual provincia.
Algunos historiadores creen que Manuela Pedraza huyó a Buenos Aires para escapar de la condena social que le significaba haber sido madre soltera de un niño bautizado el 6 de mayo de 1798, con el nombre de Juan Cruz.
Vecindades.
En la ciudad del Puerto, se casó con el Cabo de Asamblea, José Miranda, en vísperas de la primera Invasión Inglesa. El matrimonio residía en el segundo Cuartel de la ciudad de Buenos Aires, sobre la calle Reconquista, antes de llegar a la esquina de Av. Corrientes.
Manuela Pedraza era vecina cercana de Ana Perichon, la afamada amante de Santiago de Liniers. En las inmediaciones se instalaría después su comprovinciano, el diputado de la Junta Grande por Tucumán, Manuel Felipe Molina.
Corresponde decir que las mujeres de la pampa colonial compartieron muchas actividades con sus maridos. Por ejemplo, los acompañaron en sus viajes; era algo común que cabalgaran, usaran armas de fuego, vistieran como hombres, por una mayor comodidad en el uso de caballos, usaran lazo o cuchillo. Hasta hablaban libremente con los hombres, opinaban de política y asuntos públicos, cuestiones que escandalizaban a extranjeros y recién llegados a nuestra región.
En su libro Mujeres tenían que ser. Historias de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, el historiador Felipe Pigna (Buenos Aires, 1959) comenta que “Manuela Pedraza, la ‘Tucumanesa’, se sumó a la lucha en torno a la Plaza Mayor en agosto de 1806. Según el informe enviado a la Corona por Santiago de Liniers, jefe de las fuerzas que recuperaron la ciudad, era ‘la mujer de un cabo’ que ‘combatiendo al lado de su marido con sublime entereza mató a un soldado inglés del que me presentó el fusil’. No hay muchos datos sobre esta mujer, evidentemente de los sectores populares, salvo que una real cédula de febrero de 1807 le otorgó el grado de subteniente de infantería, con goce de sueldo de por vida, lo que no deja de ser interesante porque es uno de los pocos documentos en los que el rey le concede sueldo y grado militar a una criolla. Esto no impidió que, tras la Revolución, viviese en la miseria, sufriendo un juicio por falta de pago que la desalojó de la pieza que alquilaba en un conventillo.”
Bombardeos
Las crónicas relatan que los cañonazos retumbaban en aquellas calles regadas de la sangre de los suyos. Manuela se incorporó al fragor de la batalla, junto a su marido; ella arengaba sin sentir las balas que la rozaban, vio caer a su compañero, y entonces tomó su fusil y se enfrentó con el enemigo matando a uno de sus soldados despojándolo de su arma, la cual conservó como un trofeo. Con su uniforme roto por las balas que lo atravesaron el inglés posó su mirada sobre Manuela, ella tomó ese mismo fusil causante de la muerte de su marido. Aquel acto de valentía y arrojo la transformó en una heroína de nuestra historia. De los testimonios que se conservan está el de Pierre Giequel, un francés que luchó también contra los ingleses en Buenos Aires. Él dijo que Manuela iba vestida de hombre, combatiendo junto a su marido; con sus propias manos mató a un soldado enemigo, afirmó que no le sorprendió este hecho ya que tal vez no había sido el primer muerto que Manuela Pedraza cargaba consigo, porque ella ha recorrido largamente los campos como contrabandista.
Es probable que el marido de La Tucumanesa haya sido un Blandengue de la Frontera. Ellos solían quedarse con determinados botines cuando rescataban bienes robados en la campaña donde prestaban servicios. De allí es que se pudo haber tildado a Manuela Pedraza de contrabandista. Los Blandengues tenían fama de no registrar en los territorios confiados a su cuidado el contrabando con buques extranjeros, violando el monopolio forzoso impuesto por España a sus colonias, una política comercial del Imperio Español que prohibía cualquier transacción con otras naciones europeas.
En su artículo A las mujeres les falta calle, el escritor y guionista Eduardo Luis Criscuolo escribió sobre Manuela Pedraza. “Se sabe muy poco de ella. Según algunos historiadores nació en Tucumán y bajó a Buenos Aires para actuar en la primera invasión inglesa de 1806. Las fuerzas de Liniers intentaban tomar el Fuerte en la Plaza Mayor y una mujer, junto a su marido, Cabo del Regimiento de Patricios, se puso a luchar con suma valentía. Su esposo cayó muerto por una bala inglesa, Manuela tomó su fusil y mató al soldado inglés que había disparado. Luego Liniers la recompensó con el grado de alférez y le otorgó un sueldo. Esta heroína criolla murió trastornada y en la pobreza total. La calle con su nombre va de Av. del Libertador al 7200 hasta Av. de los Constituyentes al 6000.” Manuela Pedraza falleció en 1858, en la ciudad de Buenos Aires.
Con luz propia
La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.
La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.
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