Hace 37 años, un incendio voraz destruyó por completo las instalaciones de la planta de Czerweny, en el acceso sur de Paraná. Así, se esfumó la esperanza voluntariosa de transformarse en una fábrica de computadoras de punta. He aquí, aquella historia de inmigrantes, emprendedores y visionarios
Una promisoria industria tecnológica radicada en Paraná terminó frustrada por un incendio a mediados de la década del 80. Se trataba de una fábrica de computadoras y calculadoras que se comercializaban con la marca Czerweny, una compañía que apostaba a una industria de punta.
El 10 de junio de 1986 al atardecer el fuego se apoderó del local de la fábrica ubicada en el kilómetro cinco y medio de la ruta 11, en el acceso sur de Paraná. Los bomberos rápidamente se hicieron presente, consigna la noticia publicada por EL DIARIO, y lograron apagar las llamas en las primeras horas de la noche, pero la destrucción fue total. Se perdió la producción y todos los insumos. Lo positivo de la información es que no hubo ninguna víctima.
La empresa tuvo un disparador clave: el arribo de Tadeo Czerweny, nacido en Ucrania, en 1909, a Gálvez, provincia de Santa Fe, en 1913. Con los años, en el lugar fundó su primer taller electromecánico que se transformó en una pequeña fábrica montada en la vecina localidad de El Trébol. De vuelta en Gálvez fundó junto a sus cinco hermanos la que luego sería una de las más importantes fábricas de motores eléctricos del país.
En 1958 Tadeo se desvinculó de la sociedad para dedicarse a la fabricación de elementos y accesorios electromecánicos y luego específicamente transformadores, fundando su empresa unipersonal en 1969. Un tiempo después, Hugo Mazer y Oscar Crippa, dos exempleados de IBM, se integraron a la compañía para fundar la división electrónica de Czerweny con una planta en Paraná, en el kilómetro 5,5 de la Ruta Provincial 11, que diseñó la primera calculadora electrónica totalmente nacional, de la que lograron venderse 100 mil unidades.
Poco tiempo le duró la buena estrella. Con el Rodrigazo de 1975 -que devaluó abruptamente la moneda- y el golpe de Estado del año siguiente -que impuso el modelo económico del ministro Alfredo Martínez de Hoz- se vieron invadidos por calculadoras importadas. De esta manera, tuvieron que pasar de fabricantes a importadores, algo que no estaba en el ADN de los empresarios.
Salvo los chips, todos los accesorios eran fabricados en la planta de Paraná o adquiridos a proveedores locales, lo que permitía un porcentaje de integración nacional superior al 80%
LAS COMPUTADORAS ZC
En 1982, luego de la guerra de Malvinas, la división electrónica renació con el fin de importar las Computadoras ZX Spectrum de la británica Sinclair, pero por el bloqueo comercial hacia las marcas inglesas tuvieron que renombrar los productos con una denominación local. También habían ganado un contrato como proveedores de IBM y ante la necesidad de montar nuevas instalaciones para esa producción utilizaron el local de Paraná, Entre Ríos.
Prontamente, la nueva fábrica se puso en funcionamiento y comenzó la producción de las fuentes. Simultáneamente obtuvieron la representación de National Semiconductors, lo cual les facilitó importar ciertos chips para experimentar. Con esta experiencia los socios Mazer y Crippa empezaron a soñar con producir computadoras hogareñas, esas primitivas “computers” como se llamaban en la época, que tímidamente se iban instalando en las oficinas.
Dos décadas antes de esta incipiente industria había llegado al país la primera computadora científica bautizada Clementina. Era un armatoste que no tenía teclado ni monitor, contaba con 5Kb de memoria RAM y con sus 18 metros de largo ocupaba toda una habitación. Fue traída por el Instituto de Cálculo y la carrera de “Computador Científico” de la Universidad de Buenos Aires.
Decididos a picar en punta en la industria tecnológica los socios de Czerweny le ofrecieron a Sinclar, que fabricaba la Spectrum, clonar los equipos poniéndole el color local para romper las restricciones del conflicto por Malvinas. Dieron el puntapié inicial y en 1983 Sinclair, a través de la subsidiaria portuguesa Timex, les proveía a Czerweny los chips para la fabricación de las microcomputadoras en el país. A partir de aquí, la empresa paranaense iniciaría una pequeña revolución informática. El primer modelo que hicieron fue el CZ 1000, tomando las siglas de Czerweny para, además, aprovechar el histórico posicionamiento de la marca. Czerweny registró la marca CZ para utilizarla en toda la línea de computadoras electrónicas.
De a poco casi todos los componentes, salvo los chips, se fueron copiando y produciendo en el país. Los circuitos impresos, carcazas, fuentes de alimentación, envases especiales, cables y demás accesorios eran fabricados en la planta de Paraná o adquiridos a proveedores locales, lo que permitía un porcentaje de integración nacional superior al 80%. Los equipos contaban con una entrada para el popular Joystick y el revolucionario botón reset. La empresa llegó a fabricar en el país unos 4.000 equipos por mes y ocupaba a 70 personas.
EL FINAL NO ANUNCIADO
En 1986 llegó el final no anunciado. EL DIARIO de Paraná, de 11 de junio de 1986, en su primera plana informaba sobre un “voraz incendio en una planta industrial”, acompañada de una fotografía de los bomberos intentado sofocar las llamas. Según testimonios de vecinos del lugar, recogidos por el periódico, a las 17 del día anterior se empezaron a sentir olores en la planta que estaba cerrada por el feriado; en esa época se recordaba el 10 de junio la reafirmación de los derechos sobre las islas Malvinas. A las 19,30 el fuego se hizo visible y minutos después llegaron los bomberos. Hacia las 23 el incendio se había apagado pero las llamas ya habían hecho su trabajo. Se quemó todo el equipamiento, la producción y el stock de insumos. No hubo víctimas humanas y no se pudieron establecer las causas del siniestro.
El traspié dejó en una situación de quebranto a la empresa. Los equipos destruidos habían sido cedidos a consignación por IBM y además tenían deudas con la compañía Czerweny de Gálvez. Unas 70 personas quedaron sin trabajo. Por un tiempo siguieron operando en un pequeño galpón en el puerto de Paraná, donde habitualmente depositaban el remanente de equipos que les quedaban. “Teníamos contrato con un instituto de enseñanza de Buenos Aires que vendía cursos de informática con nuestra computadora, dijo Hugo Mazer en una entrevista. Este fue el último cliente que tuvimos, por el año ‘87. Luego de cumplir con una tanda de equipos, se terminó para siempre nuestra aventura con las Spectrum”.