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Cuando al otro lo llamamos por su nombre

La hermana Carmen Patat es la apoderada legal de la obra de Don uva en Paraná.
La obra del Padre Don Uva surgió en Italia en 1922 y se extendió a distintas partes del mundo con la Congregación Siervas de la Divina Providencia. La hermana Carmen Patat es una de las referentes de la institución de Paraná, que brinda atención y cuidado a chicos y grandes con discapacidad y a abuelas que viven en la residencia

En 1988 un grupo de hermanas de la Congregación Siervas de la Divina Providencia llegó a Paraná con la misión de replicar en la capital provincial la obra del Padre Don Uva. De prestar servicios, atender, educar y cuidar a aquellas personas vulnerables que no tenían espacio en la sociedad. Así comenzaron y en 1994 en un predio ubicado en la zona sur de la ciudad, en calle José María Paz 4.480, apuntalaron las tareas que dieron origen a la Escuela Especial N° 19, el Centro de Día, la Residencia Sagrado Corazón para mujeres mayores y el Hogar San José para adultos con discapacidad.

La hermana Carmen Patat es la apoderada legal de la institución a la que pertenece desde hace 27 años. En diálogo con Bien! dijo: “Brindamos un espacio donde se valora la vida, acompañamos diferentes realidades. Estamos en los inicios, los procesos y los finales, a lo largo de la vida de todos”. 

La hermana Patat es la apoderada legal de la institución a la que pertenece desde hace 27 años.
QUIÉN ERA DON UVA

Pasquale Uva era un sacerdote diocesano de la ciudad de Bisceglie, en el sur de Italia, que fundó la Congregación Siervas de la Divina Providencia, que se ocupaba de las personas más vulnerables, que deambulaban por las calles. “El padre Uva, siendo ya seminarista, sintió mucho su inclinación hacia las personas vulnerables. Había muchos ancianos abandonados, mendigos y enfermos por las calles de Roma. Se interesó por la vida y la obra del beato José Cottolengo, que había hecho grandes casas en el norte de Italia para las personas pobres y enfermas. El padre quedó profundamente conmovido y empezó a pensar en todas las personas con discapacidad que quedaban en las calles. Además, don Uva era un gran promotor de humanidad. Todo esto lo llevó a ver otras necesidades en su ciudad. Por ejemplo, los jóvenes que volvían de trabajar en el campo, se dedicaban a la bebida, al juego porque no había otra cosa. Fue así, que estableció una escuela de oficios para estos jóvenes. A la vez, advirtió que las niñas quedaban en la casa al cuidado de sus hermanos y para hacer las tareas domésticas, y consideraba que esto no podía ser, era un gran feminista, -diríamos hoy de Don Uva. Entonces, como a los padres no les interesaba que las mujeres aprendieran a leer o que tuvieran cultura, organizaba talleres de tejido, de bordado, y en esos cursos se les enseñaba a leer y a escribir”, comentó la hermana. 

Pasquale Uva era un sacerdote diocesano de la ciudad de Bisceglie, en el sur de Italia.

La Primera Guerra Mundial detuvo las obras porque la pobreza recrudeció en todos los sectores. “Las personas con discapacidad quedaban en la calle totalmente desprotegidas porque no tenían acceso a los hospitales generales, no había instituciones. Entonces empezó a buscar personas con discapacidad que encontraba en la calle y se las llevaba a su casa parroquial, y así nació nuestra obra en el sur de Italia”. 

LA SALUD MENTAL

La apoderada legal de la obra en Paraná dijo a Bien! que “el padre tenía esta particularidad de mirar siempre al más desprotegido de todos. En 1933 alguien le pidió que pensara también en las personas con enfermedad mental”. 

Patat destacó una frase de Don Uva: “Los locos no son siempre locos. El enfermo mental tiene momentos en los que está bien, y esos son los momentos que se tienen que aprovechar para poder rescatarlos. Si nosotros los dejamos sin hacer nada, abandonados a sus alucinaciones, la persona cada vez se va a deteriorar más. Fue así que empezó, con lo que hoy conocemos como terapia ocupacional, a darle a cada uno tareas útiles donde ellos sentían que se los revalorizaba como persona”, narró la religiosa. 

Patat remarcó la intención de Don Uva: “Que nuestras instituciones no fueran instituciones asistenciales, sino que fueran verdaderas casas, hogares donde se viviera como una familia, independientemente del número de integrantes”. 

EN PARANÁ

Las hermanas de la Congregación Siervas de la Divina Providencia desembarcaron en 1988 en Paraná. “Son traídas por el cardenal (Estanislao Esteban) Karlic, quien les da un lugarcito en la parroquia de La Piedad. Luego, en una casita que era de la curia empiezan a recibir mujeres adultas mayores con necesidad de algún tipo de asistencia y de ayuda. Muchas eran viudas que ya no podían vivir solas y empiezan a vivir con las hermanas”. 

Patat indicó que otra de las hermanas comenzó a dar talleres para personas con discapacidad intelectual en la parroquia del Carmen. Pero, las necesidades iban creciendo así que las hermanas pasaron por varios lugares hasta que la congregación pudo comprar este predio y construir este centro”. 

La religiosa destacó: “Trabajamos e intentamos brindar un lugar a aquellas personas que no tienen espacio en otras partes, en otros sectores. A la vez, trabajamos con aquellos que realmente pueden insertarse en la sociedad y estar incluidos”. 

UNA MIRADA INCLUSIVA

Las tareas en la sede ubicada en calle José María Paz 4.480, comenzaron en 1994. “Junto con Santiago (Manzanara) fuimos los primeros maestros convocados, somos psicopedagogos los dos”, comentó la religiosa. Y agregó: “La mirada del fundador iba más allá de las paredes de nuestras instituciones. Era esto que nosotros vivimos y esto de ver a Cristo en cada persona que nosotros asistimos o que nosotros estamos rehabilitando y estamos incluyendo en la sociedad, que lo puedan ver también las otras personas. Entonces, el humanizar las ciencias era una de las cosas que tuvo nuestro fundador. Que las personas no sean vistas como cosas, sino que son hijos de Dios, más allá de nuestros límites y de nuestras capacidades que tenemos todos. Entonces, esa es la mirada inclusiva que buscamos. Para nosotros, incluir es hacer sentir al otro que pertenece a este lugar donde se lo ama. Siempre todos queremos que se nos mire como somos, con una mirada acogedora. Esto es lo que nosotros siempre intentamos ver y cambiar en la sociedad, podemos ir a una heladería y somos igual que ustedes y tomamos helado igual que todos y no somos ningunos pobrecitos y no tenemos por qué dar lástima a nadie. Apuntamos mucho a una inclusión real, que mire a la persona a los ojos y descubra un hermano”, afirmó la hermana Carmen.

Apuntamos mucho a una inclusión real, que mire a la persona a los ojos y descubra un hermano”, afirmó la hermana Carmen a Bien!

LA INSTITUCIÓN

Actualmente, en la obra de Don Uva en Paraná funciona la Escuela Especial N° 19, el Centro de Día, la Residencia Sagrado Corazón para mujeres mayores y el Hogar San José para adultos con discapacidad. Entre las cuatro instituciones, diariamente, se atiende a 200 personas. 

“Nosotros empezamos con escuela, después los chicos crecían y los padres nos decían, ¿y ahora qué? Bueno, ahora tenemos el centro de día para jóvenes y adultos mayores con discapacidad, que no pueden ser incluidos en otra parte. Muchas veces no están ya los papás y necesitan un lugar donde se los pueda atender y donde se les brinden posibilidades para que puedan seguir creciendo y desarrollándose como personas”, indicó la religiosa. 

Por otra parte, en el predio funciona la Residencia para abuelas, que fue la primera obra de las hermanas en la capital provincial. “Cada vez hay más señoras que necesitan y familias que vienen a pedir un lugar”, expresó Patat. 

A lo que añadió: “Cuando nos encontramos de que esos niños que habían entrado en la escuela, que habían pasado por el centro de día, los papás ya no estaban, venían los hermanos y nos volvían a hacer la pregunta: ‘¿y ahora qué?’. Muchas veces para los hermanos es muy difícil poder llevarlos a su casa. Entonces, pensamos en un hogar, donde ellos puedan vivir como que fuera su casa. De hecho, algunos se vinieron a vivir antes porque les dijeron a los padres: ‘mi hermano se fue a vivir solo, yo me voy con las hermanas’, -contó con alegría. Así llegaron dos chicos, Walter y Diego, que viven en pequeños departamentos”. 

“Apuntamos mucho a una inclusión real, que mire a la persona a los ojos y descubra un hermano”, afirmó la hermana Carmen a Bien
EL VALOR DE ACOMPAÑAR

“Esto es una obra maravillosa, cuando uno asiste a las personas y está acompañando procesos, acompañando la vida de las personas, sobre todo en la etapa final, se da cuenta y puede apreciar el valor de la institución. Cuando viene un hijo que ha perdido a su mamá y me dice: ‘gracias, hermana porque realmente, mi mamá acá estaba bien, se fue bien. Esto para nosotros fue una gran ayuda’. La gente se va bien porque no solamente acompañamos a la persona que capaz está falleciendo o está en un momento difícil, sino también a la familia”, dijo la religiosa. 

Patat recordó el período de aislamiento por la pandemia de Covid 19. “Fue un momento muy difícil. Fuimos, gracias a Dios, uno de los pocos geriátricos, residencias geriátricas que no tuvo fallecidos por Covid, Pero nos hizo volver muy creativos, dicen que el amor siempre es creativo. Por suerte, la estructura de la residencia nos permitió hacerlo, porque la videoconferencia no es lo mismo. Como todas las habitaciones tienen ventanas hacia afuera, podían venir las familias, verse y hablar a través del vidrio”, relató.

“Lo que rescatamos en la obra es el valor de lo humano porque para nosotros lo humano es el paso de lo divino. Son 27 años que tengo en la congregación, y lo que me enamoró fue eso de poder acompañar lo humano descubriendo lo divino. Esto de mirar los rostros, de quedarse a veces a pasar el tiempo teniendo la mano de una abuela. Nosotros tenemos diferentes realidades porque acompañamos los inicios, los procesos y los finales, estamos a lo largo de la vida de todos. Y a veces acompañar a las familias a aceptar a este hijo con discapacidad. Aquí se les brinda un espacio, donde realmente se valora la vida”, aseveró. 

ACTIVIDADES

Con respecto a las actividades para los adultos, Patat contó: “Siempre estamos pensando en que no se queden quietos. Acá tenemos mucho espacio verde para caminata, huerta, un polideportivo, la pileta climatizada, siempre estamos pensando qué otra cosa podemos hacer y en cómo los podemos ayudar. 

Patat señaló que “la pileta climatizada no es un lujo, permite que los adultos mayores puedan relajarse, y eso repercute en tomar menos medicina. Y para los chicos que son hiperactivos y que tienen hipertonía también es un beneficio, que los reconforta”, explicó.

CELEBRACIÓN DEL CENTENARIO

El año pasado la obra de Don Uva y de la Congregación cumplió 100 años. “Se hicieron muchísimas actividades, tuvimos juegos deportivos con otras instituciones, peñas folclóricas y la representación de la vida del padre, interpretada por los concurrentes. La obra se presentó en el Teatro 3 de Febrero y también la llevamos a Buenos Aires. Todo el mundo quedó fascinado con lo hicieron los actores. Ellos pueden hacer eso y mucho más si nosotros les damos espacio, si creemos que lo pueden hacer”, señaló Patat.

LA VISIÓN DE DON UVA

La hermana Carmen Patat dio detalles de la obra del padre Don Uva comprendía la realización de barrios privados. “Allí, las personas que ya habían hecho un tratamiento en el hospital, pudieran vivir en pequeñas familias con una supervisión central. De modo tal, que pudieran trabajar dentro del barrio privado como una preparación para la salida a la sociedad. Y en caso de una recaída o lo que fuera, podía volver a cualquiera de las partes, pero ir trabajando paulatinamente. El padre Uva tenía tan presente el mirar los rostros de las personas y darse cuenta que no es un grupo de pacientes, sino que es María, Juan, Pedro con sus historias, con sus capacidades y con sus limitaciones, como las tenemos nosotros”, remarcó la religiosa. 

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