El arte de espigar sentidos. Una cámara en mano, una belleza cruda pero cuidada y una actitud curiosa hacia lo humano y social abren un convite de historias mínimas, surcos que hacen mella en la vorágine del descarte para sembrar otros ritmos, otros protagonistas y segundas oportunidades por nuevos caminos
Un gato gris atigrado, de mirada bien despierta, frota confiadamente su hocico en la enciclopedia abierta en la definición del verbo espigar. Así comienza el relato de una realidad construida y documentada sobre huellas de una indagación erudita y su encuentro con lo doméstico inusitado, con los usos que están por fuera, con las relaciones inesperadas que asumen rol protagónico y las vidas posteriores.
La palabra
Espigar comprende muchos significados, pero en esta entrega se relaciona con una recolección alternativa, con la práctica agraria de recoger (para consumo doméstico) las espigas que han quedado desechadas en el rastrojo. Eso y toda su simbología.
Los espigadores son personajes que emergen en el siglo XIX en el mundo agrícola y espigar refiere a costumbres de recolección espontánea del excedente que queda después de la cosecha de granos. Aunque la práctica propiamente dicha se fue perdiendo también tomó otras formas. Entre los resabios, en Francia es muy común ver muebles en las calles, cosas que antiguos dueños dejan en desuso y disponibles para quien quiera y pueda llevarlas. Es un modo de espigueo.
Pesquisar sentidos
“Les glaneurs et la glaneuse” (Los espigadores y la espigadora) es un documental de la realizadora belga Agnès -Arlette- Varda (la abuela de la Nouvelle vague) apenas iniciado el siglo XXI. Resulta difícil de mirar para las visualidades hegemónicas de la aceleración, los efectos especiales y sonidos shockeantes por estar grabada con estética muy casera y reveladora. En ese sentido se pregunta por las distancias reales (y los diálogos implícitos) entre la cultura canónica de los museos (validada como relevante) y las prácticas socioculturales alternativas caídas en desuso o descuido en una época de pronta obsolescencia y derroche. Se pregunta ¿qué pasa con aquello que alguien desestima? ¿Desaparece? ¿No sirve? ¿Se transforma? ¿Qué implicancias tiene?
El documental (que lleva un fuerte sello personal y experimental) comparte un peculiar recorrido por distintos campos y ciudades francesas e incluso por memorias de un viaje a Japón, como un modo de hacer foco en realidades a la vista pero ignoradas: recolectores de papas de descarte, espigadores en la basura, artistas del reciclado, buscadores de materia prima gourmet entre sobras de la cosecha, que pueden garantizar sustentabilidad desde el compromiso de la acción humana. Descubre así, por ejemplo, que un espigador de alimentos entre las sobras al cierre del mercado popular parisino, es un profesor de biología desempleado que voluntariamente enseña el idioma a inmigrantes y refugiados. Ellos se preguntan qué es el éxito. Otros rebuscan la vida en los márgenes de la urbanidad, otros arreglan objetos desechados para compartir o revender e incluso para transposiciones artísticas. Todas ellas son maneras de refuncionalizar lo viejo o lo que ha cambiado sus características y ya no parece rentable, pero por ímpetu creativo gana una nueva oportunidad. También una forma de ver la vejez.
Varda incluso pone la lente sobre la postura conflictiva de un terrateniente que permite el espigueo como aquella que desanda lo que se propone. Ese personaje habla del descarte y compara desdeñosamente a una mujer con una manzana que no le sirve para comerciar. Lo que dice después de eso es difícil de interpretar no por su vocabulario sino por la letal huella de la sentencia previa.
Sello autoral
En formato DV (una estética televisiva de los 90 – 2000), la autora indaga en lo que el mar deja, lo que el mercado deja, lo que la gente deja. Ella misma se inscribe en el largometraje como sujeto pensante que construye una mirada, espiga imágenes y en esa búsqueda también juega a “cazar” sobre la ruta camiones de carga, que transportan la mercancía por montones (aquella que sí se selecciona). Se encuentra con las raíces del cine en la cronofotografía y la vuelve parte, se pregunta junto a sus entrevistados acerca de dónde acaba la diversión y comienza el arte. Se sirve de la fotografía y la composición con una cámara ligera, doméstica y se inmiscuye en las situaciones como un ser afectado por lo que vive. Halla que una papa para descarte es la que excede el diámetro comercializable (pero creció como un símbolo en forma de corazón), que un cuadro desechable mixtura grandes obras de Millet y Le Breton compuestas en una pintura anónima sobre el rebuscar (dejada en un garaje). Evidencia que sus manos ya no son las mismas, son manos arrugadas pero que aún juegan, “filman” y abrazan. Encuentra que el tiempo se vive distinto y que entre el descarte, un reloj sin agujas es un recordatorio reconfortante de que la medida del tiempo es personal. Agnès se apersona en los registros, se compromete para enunciar que aquello que se compila y acopia para su máxima productividad muchas veces vela el valor social de lo que queda por fuera e incluso los otros usos, las segundas oportunidades que albergan prácticas sustentables y colaborativas, posibles transformaciones que permitan vivir dignamente. Así regala una película documental que “rinde homenaje a la energía de los anónimos”.
FICHA TÉCNICA
Realización: Agnès Varda
Género: Documental – Experimental
Idioma: Francés con subtítulos
Estreno: Francia, 2000
Duración: 82 min
Plataformas: Gratuito en Vimeo a 540p / Pago en FilmIn o PrimeVideo (HD)
Continuidad de la vida
En 2002 la documentalista lanzó una secuela titulada “Los espigadores y la espigadora… dos años después”, con una duración de 63 minutos. En ella se hace eco de las miles de cartas de espigadores y recolectores recibidas como respuesta a la publicación de la película anterior. Cada uno cuenta su realidad y sus experiencias, sus aficiones. La otra motivación de Varda es reencontrarse con los protagonistas anteriores y ver qué sucedió en sus vidas después del documental, para encontrar gratamente casos de mejoría en la calidad de vida y en aspectos laborales, reivindicando esa manera de hacer cine como una necesidad de expresión y como un posible vector de cambios sociales.