sábado , 23 noviembre 2024
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La paciencia y el detalle en el oficio

Sergio Mascheni insistió en marcar la diferencia entre el oficio y el negocio.
Sergio Mascheni es zapatero desde hace 35 años. El entrevistado explicó cómo fue el proceso de ser aprendiz hasta abrir su propio espacio y analizó las transformaciones que atraviesan al rubro, al que muchos consideran un negocio

Ser zapatero era un trabajo convencional cuando Sergio Mascheni se inició en 1988. Según recordó, cuando era un joven veinteañero tenía la posibilidad de dedicarse a este rubro o a la herrería. Nacido en el barrio San Agustín, a los 16 años se mudó a Rocamora y se interesó en la zapatería como modo de supervivencia. “Nunca me gustó estudiar, quería aprender a trabajar. En esa época era más importante tener un oficio que un título, hoy las cosas están al revés”, expresó el entrevistado a Bien! 

Comenzar como aprendiz

Como buscaba un oficio, un conocido le ofreció un puesto en una zapatería, cuyos propietarios eran dos hermanos. “Uno tenía el taller de arreglo y el otro, al lado, el local de venta de artículos como cuero, suela, tintas, hilos, cordones. Con el tiempo, los hermanos se dividieron y uno de ellos puso su propio taller, pero no tenía gente que supiera del oficio para contratar. Empecé como vendedor a los 23 años. Después, aprendí a usar una máquina de pulir, que luego se la compré y la sigo usando. Trabajé allí durante cinco años en venta y reparación. Éramos ocho personas en un espacio pequeño, nos dividían a los que trabajaban con zapatos y los que arreglábamos zapatillas. En esa época era común la reparación, al estar en venta conocí a mucha gente del rubro, artesanos del interior”.


Sergio Mascheni es zapatero desde hace 35 años.

La gente no valora el oficio, más cuando se trata del trabajo artesanal y los años de experiencia

Según relató Sergio, con el tiempo, el dueño decidió invertir en otro rubro y vender el taller, garantizando que sus empleados iban a conservar el trabajo; algo que, finalmente, no sucedió y el reciente propietario despidió a la mayoría. “Me dijo que no me necesitaba, junté mis herramientas y pensé cómo seguiría. Recurrí a un abogado y, con el dinero que gané tras el juicio, compré varias herramientas, máquinas de pulir y coser, y hormas que son fundamentales porque no permiten que el calzado se deforme, agrande o achique cuando se lo arregla. Abrí un taller durante cuatro años en la casa de mi madre en el barrio, pero no tenía trabajo continuo”.

Posteriormente, Sergio alquiló un local durante seis años en donde “arreglaba lo imposible porque necesitaba el dinero y el cliente”. Cuando se estaba por terminar el contrato de su alquiler, un colega le comentó que iba a cerrar su negocio y le propuso mudarse a ese espacio, que es donde está desde hace 16 años. “El lugar, antes, se llamaba El Zapatero; yo decidí llamarlo Don Chicho. Tengo descendencia italiana y ese era el apodo de un tío abuelo. Hice pintar el frente con el nombre y la pintura, con el tiempo, se salió y quedaron superpuestos ambos nombres”.


El zapatero lleva más de tres décadas en el rubro.

Un trabajo poco convencional

“No me puedo quejar porque siempre hay trabajo. Apunto a hacer las cosas bien. La gente no valora el oficio, más cuando se trata del trabajo artesanal y los años de experiencia, yo cobro por lo que sé y porque sé lo que va a pasar con el trabajo. Hay que cuidar lo que se tiene porque la situación está difícil. En este rubro no hay precios fijos, no se sabe qué es caro o barato. Hay calzados de muy buena calidad, pero también vienen clientes creyendo haber comprado cuero o goma, y es plástico. El que vende necesita la comisión de la venta, pero a veces desconoce de materiales y hay gente que engaña”.

Para ganar la fidelidad del cliente, Sergio insistió en que se debe actuar con sinceridad: “Rechazo algunos trabajos porque es más cara la reparación que comprar uno nuevo. Siempre voy de frente con el cliente, tenga mucho dinero o no. Prefiero que sigan viniendo y no correrlos. Me ha tocado perder muchas veces, pero a la larga tenés tu recompensa. Tengo clientes de la década del 80 y de diferentes generaciones. La mayoría de la gente no cuida al cliente, pasa más por la parte económica. Hacen el trabajo a medias y les interesa el dinero”.

El entrevistado reflexionó que, para ser un buen zapatero, se debe ser paciente y detallista. Asimismo, afirmó que para destacarse en cualquier oficio se debe poder disfrutarlo: “Siempre me gustó este rubro. Hay que tener ganas de laburar y de hacer las cosas bien. En la época en la que empecé, se podía elegir qué hacer, hoy veo que hay menos posibilidades en el mercado laboral. Muchos no quieren trabajar, ser aprendices; pero tampoco es sencillo tener empleados. Creo que no debería faltar el saber y, para eso, se necesita de un buen maestro. A mí me enseñaron ciertas cosas que, con el tiempo, traté de mejorar y marcar la diferencia. Hay que ponerle ganas, prestar atención, buscarle el pelo al huevo”.

No dejo a pata al cliente. Todavía tengo códigos, vivo de esto”, le confió a Bien!

Sergio tiene, actualmente, 58 años. Concurre a Don Chicho todos los días para desempeñarse en el rubro que le permite subsistir, pero al que también considera su oficio y lo diferencia del negocio que para muchos significa. Desea ser conocido por la calidad de su trabajo y por el valor de su palabra. “Empiezo los trabajos con tiempo, no me gusta agarrar al cliente para la joda, pero tampoco que me agarren a mí o que me peleen los precios porque sé lo que vale lo que hago. No dejo a pata al cliente. Todavía tengo códigos, vivo de esto”, le confió a Bien!

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