“La vida padre”, relación humana que se extiende en el tiempo es, en alguno o más aspectos, controvertida. Lo singular está en los sabores que cada quien convida. Y cuando se trata de padres e hijos adultos muchas veces se recomienda tamizar con humor
Esta entrega echa una mirada sobre lazos familiares discontinuos, discordantes (en apariencia), afectivos, polémicos que pueden encontrarse en cualquier familia, pero aquí, en tono de comedia. Se trata de un largometraje de ficción donde el destino y las decisiones desafortunadas provocan un quiebre en las infancias que retrata, y en su opuesto, un estado de abstracción desorbitante. Pero es también el mismo destino el que abre una puerta para desandar, reconstruir y redefinir los lazos de afecto hijo – padre. En esta ocasión se trata de un cine ameno y sin grandes sobresaltos que persigue una apuesta minimalista y pintoresca al entretenimiento cómico y en ese afán puebla (atinadamente) de situaciones surrealistas la percepción de uno de sus personajes principales: el padre.
¿De qué va el menú?
“Ocurrió un sábado, el 18 de agosto de 1990, la noche en que sin querer maté a mi padre. Nada menos que a Juan Inchausti: de lejos, el mejor chef de Bilbao”. Así comienza la secuencia introductoria en la que Mikel (Enric Auquer, quien a hierro mata) cuenta como, a corta edad, pierde a su padre Juan (Karra Elejalde, Ocho apellidos vascos) cuando una broma desacertada echa por tierra la oportunidad profesional de su vida. Esa pérdida es entendida por la familia como un abandono (y desarraigo) intencional.
Treinta años después ese niño se encuentra en su adultez sin otra pasión más que dirigir única y obsesivamente, el restaurante que hereda, ya encaminado a conseguir una tercera Estrella Michelín (el máximo galardón de la crítica otorgado por una cocina excepcional). Ese mismo día el destino vuelve a jugarle fuerte y regresa a su vida el padre desaparecido trastocando su seguridad, sus sentimientos, su manera de entenderse y de ver la vida. Grandes desafíos están a su vera y dependerán de una receta que necesita recuperar de la memoria diezmada de su padre, quien no lo reconoce.
El destino vuelve a jugarle fuerte y regresa a su vida el padre desaparecido, trastocando su seguridad, sus sentimientos, su manera de entenderse y de ver la vida
Ingrediente principal
La actuación de Karra Elejalde (Juan) es el pilar fundamental de esta comedia dramática. Encarna un personaje que puede hilar con toque picante las narraciones más dislocadas que sostienen el correr del film. Padece síndrome de Korsakoff producido por una lesión irreversible en el cerebro, lo que provoca que cada uno de sus días transcurra enclavado en 1990, antes de los eventos desafortunados, entremezclado con sucesos imaginarios irrisorios que él percibe como realidad. Las figuras femeninas de la madre (Maribel Salas) que rehizo su vida y la médica neuróloga (Megan Montaner) que investiga el caso de Juan, hacen su aporte como mujeres dueñas de su destino pero no lideran giros importantes en esta historia. Enric Auquer (Mikel) y Lander Otaola (Ander) interpretan el papel de los hijos contrariados entre el amor de la infancia y la bronca por la decisión que implica el abandono. El caso de Eric es el más desafiante porque lleva el protagónico y la difícil tarea de encarnar el complejo revoltijo de sensaciones que envuelve el reencontrarse en vida con el padre “muerto” habiéndolo echado al resentimiento y al olvido durante todos esos años. Mikel queda enfrascado en cumplir el sueño de su padre, pero a su vez guarda un sentimiento ambivalente hacia él, a tal punto de conectarse muy poco con sus emociones provocando que muchas de sus reacciones ante el encuentro suenen extrañas.
Su primer acercamiento decanta un oportunismo ventajero. No va por el afecto sino por el afán de tomar de su padre malaventurado la clave de su distinción para coronar sus propios desafíos profesionales vigentes. No obstante, en ese intento su propia coraza cae y abre nuevas dimensiones en su vida afectiva.
La pizca que falta
El guión (y a veces algunas actuaciones), así como los personajes, presenta también sus inconsistencias (permitidas por la ficción) que, por momentos, no aportan verosimilitud. Esa es probablemente una oportunidad desaprovechada. Lo que sí destacan son líneas de diálogo bien dispuestas y vivaces. Si bien la secuencia inicial muestra una impronta poética prometedora, se da algún desacople en los tramos posteriores. También hay subtramas que piden mayor desarrollo, pero no obstruyen el avance del relato sobre la relación paterno-filial disfuncional en vías de transformación. Y desde ahí, aunque la película deja muchas preguntas irresueltas en su recorrido eso también forma parte de lo imaginario del Korsakoff y la contrariedad del desarraigo.
Emplatado final
La vida padre abre incógnitas sobre la ausencia en la que se pudiera presumir desparpajo y desapego del rol paterno, dando lugar a la bronca de los hijos y también la oportunidad de desandarla ante la severidad del Korsakoff y, a fin de cuentas, el lazo afectivo que busca su reconstrucción. Mira la enfermedad en tono liviano, pero no se desentiende de mostrarla como algo que requiere su padecimiento conjunto y que es algo por lo que hay que pasar, evitando el tremendismo.
Los contrastes pictóricos entre la Bilbao pasada y la actual son loables y fotográficamente bellos, sumándose a lo cómico del choque temporal y tecnológico en la interpretación de Elejalde. Todo el plan deja predispuesto un escenario agradable y gracioso sin grandes pretensiones, para disfrutar un domingo de junio, con sus dignos recuerdos y amnesias entre padres e hijos.
FICHA TÉCNICA
“La vida padre”
Género: Comedia – Drama
Director: Joaquín Mazón
Estreno: España, 2022
Duración: 92 minutos
Michelin y Korsakoff
El síndrome de Wernicke – Korsakoff es una afección implicada en trastornos mentales, generalmente relacionada al abuso de alcohol. Afecta a la memoria y al aprendizaje (amnesias con dificultades para crear recuerdos nuevos o para acceder a recuerdos del pasado); mientras que los “baches” del recuerdo tienden a llenarse con fabulaciones, situaciones pasadas que el paciente inconscientemente inventa. Esta patología nada tiene que ver con la Guía Michelín si no es por la trama de La vida Padre por la búsqueda del máximo galardón culinario. La guía se inicia como complemento en los albores del mundo automovilístico, que habilita un mayor desplazamiento de personas y sus necesidades de poder alimentarse durante los viajes. Por ello, los iniciadores de la compañía automotriz homónima desarrollan una especie de ranking de propuestas de hoteles, restaurantes y rutas como recomendaciones para sus clientes. Hoy por hoy se premia calidad, técnica, personalidad y consistencia culinaria a partir del escrutinio de inspectores internacionales.