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Hemingway, un cronista en el borde de la cornisa

El personaje de Hemingway sigue vigente, pese a que falleció hace 62 años.

Ganador del premio Pulitzer y del Nobel de literatura en años consecutivos por su novela El viejo y el mar, de espíritu intrépido, pero también de genio inestable, Ernest Hemingway puso en riesgo su vida más de una vez para luego contarlo como ficción. Al tiempo que sus aventuras se hicieron insumo de sus tramas, la literatura del siglo XX maduró al trazo de su prosa.

Alejo Román Paris

Especial para EL DIARIO

Trascurrían los últimos días de enero de 1954. El escritor estadounidense Ernest Hemingway (1899-1961) asistía, con enorme asombro, a la consagración de su propia alegoría. Estaba leyendo su necrológica en los periódicos, el mundo entero hablaba de su muerte; él, apenas se enteraba. Se encontraba convaleciente, recuperándose de diferentes heridas que había sufrido cuando el avión en el que viajaba se incendió antes de poder despegar.

El asunto era todavía más increíble, pues ese accidente fue el segundo que le ocurrió en pocos días. Aficionado a la cacería, esta vez Hemingway parecía la presa.

En África, el destino le había tendido dos trampas mortales. El 21 de enero de 1954 fue la primera, cuando resultó ileso de un accidente aéreo. El avión en el que viajaba, que había despegado del aeropuerto del norte de Nairobi con destino al Congo Belga, cayó después de que la hélice se dañara al golpear con el alambre que en algún momento había sido un cable telegráfico. Algunos días después de ser rescatados, a 5 kilómetros de las cataratas de Murchison, ocurriría la segunda desventura. Hemingway y su esposa volverían a subir a un avión; esta vez el destino era Entebbe, Uganda. Poco importó, porque el avión se prendió fuego antes de poder despegar. Aunque sobrevivió, esta vez el cuerpo de Hemingway sí acusó recibo como el cazador cazado.

El relato de las necrológicas exhibió la misma incredulidad que las que se escribieron el día en que el escritor murió de verdad, en la mañana del 2 de julio de 1961. Aunque el mundo tampoco quisiera creer, esta vez era cierto; Ernest Hemingway se había perforado el cráneo con una bala de escopeta que usaba para cazar tigres. Era inverosímil, porque ese final no parecía cuadrar con la narrativa que él mismo se había forjado.

Perfiles

Hemingway era un tipo tan rudo e intrépido como emocionalmente inestable y agresivo: boxeador, cazador y aficionado al alcohol; diestro en el manejo de armas incluso antes de su adolescencia, cuando su padre le enseñó a usar una; voluntario de la Cruz Roja, en la primera guerra mundial; corresponsal de la guerra civil española; y corresponsal de la segunda guerra mundial. No era creíble que un hombre que había vivido, y sobrevivido lo que él, pudiera terminar así. O quizás sí. Quizás, la única manera de que Hemingway muriera era por su propia mano. Pero detrás de la máscara del héroe, en las profundidades etílicas, el hombre estrangulaba su pena.

Capaz de arriesgar su vida para justificar el gesto de uno de sus personajes, Hemingway hacía de su existencia aventurera el insumo de su literatura y un intento de escape a la depresión. No obstante, al regreso de cada viaje, cuando los fogonazos de la guerra y de la cacería se apagaban, le aguardaba una cita con su implacable reflejo. Condenado al destino que él mismo tantas veces tramara para sus personajes, Hemingway sufría en silencio mientras su intrépida vida alimentaba su obra. Los demonios le acechaban en sus genes, desde que supiera que el suicidio de su padre se debió a un deterioro en su salud mental. Al final, los miedos del escritor se hicieron realidad.

En diferentes oportunidades en el año previo a su muerte, Hemingway fue hospitalizado en clínicas psiquiátricas para recibir terapia electroconvulsiva. Había sido diagnosticado con una enfermedad genética que le imposibilitaba metabolizar el hierro, lo que le produjo deterioros en la salud física y mental. Ernest Hemingway se suicidaría meses después, y dos hermanos suyos tendrían el mismo desenlace trágico. El drama no terminó allí, porque las enfermedades mentales continuaron en sus descendientes.

“Ernest Hemingway era un tipo tan rudo e intrépido como emocionalmente inestable y agresivo”.

Más allá de la ficción

Bajo el título de Un hombre ha muerto de muerte natural, el escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez (1927-2014) se ocupó de la muerte del autor estadunidense. En efecto, el título alude a que la muerte natural de personas como Ernest Hemingway solo podía ser el suicidio. No solo por cómo había llevado su vida al borde del abismo varias veces, sino por lo que había sufrido.

Hemingway había tramado su literatura en base a héroes que debían padecer la amargura del triunfo, casi como un derecho para luego poder morir. Así, en esos casos, la muerte se hacía alivio. En el obituario, García Márquez narra que aquella falsa muerte de Hemingway en suelo africano no podía ser cierta. “Las comisiones de rescate lo encontraron alegre y medio borracho, en un claro de la selva, a poca distancia del lugar donde merodeaba una familia de elefantes”, dice Gabo, en referencia al primer accidente aéreo antes mencionado. 

Cuando Hemingway efectivamente murió, las hipótesis del momento navegaron entre el suicidio y el accidente. Respecto de esto García Márquez destaca dos argumentos, uno a favor del suicidio y otro en contra. A favor, refiere a un argumento técnico: “su experiencia en el manejo de las armas descarta la posibilidad de un accidente”. Mientras que, en contra, habla de un argumento literario: “en sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía, sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y valor físico”, lo que quizás podría explicar su pena silenciosa.

Además de regar su literatura con el jugo de su propia vida aventurera, Ernest Hemingway forjó un estilo determinante para el género ficción del siglo XX. Fiesta, Adiós a las armas, Por quién doblan las campanas, El viejo y el mar, son algunas de sus novelas que se pueden destacar. Sin embargo, una parte de la crítica elige resaltar su labor en narrativa breve, como cuentista.  Arquitecto de la técnica del iceberg, supo madurar su estilo literario a partir de una forma de escribir que germinaba desde la redacción periodística. Por otra parte, Hemingway velaba el tema central de cada obra para que estuviera presente sin verse.

Acaso de la misma manera murió, sublimando en sus aventuras literarias aquello que personalmente lo aterraba.

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