Una microcultura urbana ha encontrado en el skate no sólo un sustito del marítimo surf, sino también una forma de habitar la ciudad desde un específico sentido de pertenencia. Si bien no hay plaza, parque ni calle que no reconozca a algún vecino acróbata que haya explorado en busca de arriesgados saltos o llamativos desplazamientos o lo esté por hacer, hay un espacio especialmente diseñado en la ciudad para este tipo de expresiones del movimiento, en el extremo de la costanera baja, que suele ofrecer un amplio repertorio de destrezas.