Baqueana en su tierra, Martina Chapanay fue una bandolera que llenó de coraje el desierto y los llanos cuyanos. Lejos de los estereotipos, fue una mujer de armas llevar, que asaltaba a los ricos para repartir el botín entre los pobres.
Corajuda y vehemente, en Martina Chapanay (1798-1887) confluyen los mundos diversos de los pueblos originarios, por el lado de su padre, y de la descendencia española, del lado de su madre.
Dispuesta a valerse por sí misma, Chapanay aprendió a montar caballos y recoger redes; a manejar lanzas y cuchillos; a trenzar cuero y totora; a tejer ponchos y mantas; a fabricar cestas y preparar arrope.
De contextura pequeña, pero fuerte y ágil, Chapanay creció entre las provincias de San Juan, Mendoza y San Luis. En su horizonte convivían los bosques de algarrobo y las lagunas. Los habitantes de esa zona se dedicaban a la pesca, a la agricultura y a la caza.
Acaso por las condiciones de existencia, Martina se convirtió en una destacada jinete y muy buena nadadora.
Era muy joven cuando su madre falleció, había cumplido trece años, entonces Ambrosio la envía a San Juan a lo de Clara Sánchez para que oficie de tutora y Martina pueda continuar con su educación; el rigor impuesto fue muy severo en su nuevo hogar, la pequeña rebelde encerró a toda la familia trabando puertas y ventanas escapando para siempre de allí.
Mientras el ejército de San Martín (1778-1850) preparaba el cruce a la Cordillera, Chapanay ofició de chasqui: durante días y noches galopó llevando los partes para el General. Era casi una niña cuando con tanta dedicación cumplía la riesgosa misión encomendada.
La escritora Mabel Pagano (Buenos Aires,1945) escribió la novela histórica Martina Chapanay. Montonera del Zonda. Allí cuenta las travesías por las que pasó esta joven en tiempos de luchas independentistas y guerras internas en nuestro territorio. “Acampados en las cercanías del arroyo Barrientos, en Tucumán, (Facundo) Quiroga y los suyos se preparaban para enfrentar nuevamente a las tropas de Aráoz de Lamadrid. Sentada en el suelo, cerca del fuego, Martina afilaba su cuchillo y sonreía recordando la entrevista que había tenido con el caudillo algunos meses atrás, en Malazán…”
Bravura
Chapanay tenía veintidós años cuando se unió a las montoneras de Facundo Quiroga (1788-1835). Luego de la muerte del caudillo riojano, regresó a San Juan, donde se dedicó al “bandidaje” en la zona rural compartiendo el botín con los pobres.
En el libro del historiador Hugo Chumbita (La Pampa,1940), llamado Jinetes rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina, Chapanay aparece mencionada entre un conjunto de varones señalados como “bandoleros”.
“Por diversión o por dinero apostaba a montar potros indomables y se batía con los mejores cuchilleros”, señala Chumbita, al asegurar que “la policía no podía contra ella”, y que “parecía con frecuencia protagonizando duelos y diversiones, y en todos lados encontraba amigos y encubridores. Repartiendo el fruto de sus correrías, se aseguraba en cada rancho un aliado. La Chapanay era valiente y capaz, era generosa como no hay ejemplo en ninguno de los que mandan.”
Chapanay luego acompañó militarmente a Nazario Benavídez, gobernador sanjuanino, enfrentando a los unitarios. Cuando mataron a Benavídez, en 1858, ella volvió al bandidaje hasta que se incorporó a las filas de Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza (1798-1863), quien luego fuera derrotado por las fuerzas porteñas de Bartolomé Mitre. En esa circunstancia, Chapanay había alcanzado al grado de sargento mayor.
Referencias
Marcos Estrada en su obra Martina Chapanay, arquetipo del gaucho, la caracteriza adecuadamente. “Su fisonomía era melancólica, podía transformarse en afable, por una sonrisa, dejando visibles dos filas de dientes muy blancos. A pesar de que su continente era enérgico, había en él un sello de delicada femineidad. Su carácter, algunas veces alegre, era no obstante taciturno, magnánimo, solía transformarse en irascible, y hasta violento, ante el menor desconocimiento a su persona. El timbre de su voz, era más bien grave, que lo hacía esencialmente expresivo. Ella resistía sin lamentarse el dolor físico.”
Los textos citados son parte de una comunidad de investigaciones. Los primeros en escribir biografías de Chapanay fueron Pedro Desiderio Quiroga en 1865 y Pedro Echagüe en 1894. Ellos tomaron referencias recopiladas de la tradición popular para redactar sus novelas históricas. Ambos autores manifestaron discrepancias sobre el lugar de procedencia de Chapanay y los nombres de sus progenitores, pero compartían la opinión de que ella era mestiza.
Con todos estos ingredientes, la vida de Martina Chapanay se convirtió en leyenda. Se le adjudican muchísimas hazañas; ella es la imagen de la mujer invencible que luchaba por los humillados. Murió en 1887 en Mogna, una localidad fundada como pueblo de indios por orden de la Junta de Poblaciones del Reino de Chile en el Departamento de Jáchal. Su tumba se ha convertido en un lugar de culto.
Una vida de película
Recientemente se presentó en sociedad la serie de ficción histórica Martina Chapanay: Mujer de cinco mil batallas, dirigida por Miguel Ángel Roca. La historia transcurre en Mogna, San Juan. Martina Chapanay recibe a José, un escritor y periodista que llega desde Buenos Aires para conocerla y hacer una crónica sobre su vida. Comenzando por la muerte del “Chacho” Peñaloza, reconstruye los recuerdos que esa mujer quiere hacer públicos, entre ellos, cómo fue el paso de ser hija de un Cacique Huarpe y una madre blanca a una bandida de los caminos. De cómo conoció el amor, cómo lideró batallas, cómo luchó contra los unitarios, cómo perdió amigos y cómo vengó la muerte del Chacho. Martina deja ante la pluma de José su historia personal, pero también la de un pueblo que luchó por la justicia y la libertad.
Con luz propia
La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.
La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.