Caracterizada como la estrella de cine más elegante de todos los tiempos, Audrey Hepburn puso mayor énfasis en el desarrollo personal que en el éxito y la fama. Sus comedias tuvieron notable repercusión, pero ella nunca abandonó su opción por los sufrientes, condición sobre la aprendió durante una niñez y adolescencia repletas de necesidades básicas insatisfechas
El mundo del cine brinda esas posibilidades. Fue Sabrina, la hija del chofer de un millonario que enamora a sus dos hijos; encarnó a la princesa Ann que estaba dispuesta a vivir sin protocolo en una Roma mágica; representó a Holly, la acompañante de lujo que en Manhattan encuentra el amor en su vecino escritor; y también a Eliza, la criatura que un pygmalion aspira a modelarla a su gusto sin conseguirlo.
Pero, debajo de cada personificación, siempre fue Audrey Kathleen Ruston (1929-1993), con los años conocida por su nombre artístico: Audrey Hepburn. Nacida en una familia acomodada en los suburbios de Bruselas, Bélgica, se convirtió en una de las actrices más valoradas y bonitas del cine en el siglo XX. Su padre, de origen inglés, trabajaba para una empresa de seguros de su país y había recorrido gran parte de las naciones que actuaban bajo la órbita de la Comunidad Británica de Naciones. Su madre, cantante amateur de ópera, era descendiente del rey Eduardo III de Inglaterra e hija de quien fuera gobernador de la Guayana holandesa.
Hacia 1934, cuando la familia se radicó en Inglaterra, el padre de Audrey evidenció simpatía hacia la ideología nazi, como algunos aristócratas ingleses; despilfarró parte de la fortuna de su mujer y finalmente la abandonó.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Audrey vivió en Arnhem, en Países Bajos, junto a su madre. Allí tomó conciencia de la crueldad de la situación; pasó hambre como gran parte de la población. Con interés humanitario, se involucró en acciones solidarias y se conmovió con la deportación y envío a los campos de concentración en trenes a la población judía. Tenía la misma edad de Ana Frank, cuya historia la marcó.
Superado el amargo escollo de la conflagración, ya con su nombre artístico Audrey Hepburn, estudió y comenzó a desarrollar una carrera de bailarina en Inglaterra. Ante la cámara, hizo su estreno en el corto Holandés en 7 minutos, que le abrió las puertas del modelaje y la actuación.
Así participó en Londres en una comedia musical, de comedias y de programas de televisión, antes de debutar en 1951, en “Oro en barras”, junto al británico Alec Guinness (1914-2000).
Trayectoria
Su primer papel descollante fue “La princesa que quería vivir” (1953), deliciosa película filmada en Roma, dirigida por William Wyler (1902-1981). Las numerosas escenas callejeras permitieron difundir mundialmente a una ciudad que comenzaba a mostrar una recuperación después de la destrucción de la guerra. Su papel era el de una princesa que quería escapar del pegajoso y rígido protocolo y disfrutar como una turista más de la Ciudad Eterna. En la historia, el norteamericano Gregory Peck (1916-2003) representaba a un periodista que la ayuda en su propósito. Hepburn y Peck conformaron una pareja recordada por lograr una de las mejores comedias románticas del cine.
Habitual director de comedias, Wyler había elegido a Hepburn, a pesar de que el interés de los productores estaba centrado en Elizabeth Taylor. Y no parece haberse equivocado: con ese papel obtuvo el Premio Oscar de la Academia como mejor actriz.
Una curiosidad es que el guion había sido escrito por Dalton Trumbo (1905-1976), uno de los autores incluidos en la maccartista lista negra de esos años. Así, en los créditos del filme aparecieron como autores de la historia, Ian McLellan Hunter (1915-1991) y John Dighton (1909-1989), quienes recibieron el Premio Oscar al mejor guion. Para completar esta historia corresponde agregar que, en 1993, póstumamente, la Academia le concedió un Premio Oscar a Trumbo y desde ese momento en las versiones que se exhiben aparece su nombre en los créditos.
Volvamos a los años ’50. Luego de semejante repercusión, otro gran director de comedias, Billy Wilder, dirigió a Hepburn en Sabrina (1954), junto a Humphrey Bogart y William Holden. El desempeño en Hepburn le confirió una nominación al Premio Oscar que finalmente obtuvo Grace Kelly por La angustia de vivir. Con esa película Audrey Hepburn comenzó su relación con Hubert de Givenchy. Fue la imagen de varios de sus perfumes; de hecho, la fragancia L´interdit está inspirada en ella. En 1995, Sydney Pollack filmó una versión de Sabrina, con la actuación de Julia Ormond, Harrison Ford y Greg Kinnear.
En los años en que era consagrada como actriz, la labor humanitaria de Hepburn como embajadora de UNICEF le permitió recorrer el mundo y recaudar fondos para esa causa
Bisagra
En 1961, Hepburn protagonizó Desayuno con diamantes, un papel que resultó consagratorio bajo la dirección de Blake Edwards, basado en un libro de Truman Capote. El escritor, que ya era reconocido y valorado por el mundillo artístico, pretendía que ese papel fuera interpretado por Marilyn Monroe, porque decía que lo escribió pensando en ella. Pero el director y la producción lo convencieron y fue Hepburn la que se quedó con el papel de la acompañante de lujo que brega por lucirse en Manhattan y se enamora de un vecino escritor.
Dijo la protagonista que era el papel más “jazzero” de su carrera y sumando sugestión y encanto, en una escena recordada, interpreta una canción suya, Moon River, sentada en una ventana, con una pequeña guitarra. También en este caso fue candidata al Premio Oscar, que ganó Sofía Loren con su notable actuación en Dos mujeres.
Luego, Hepburn protagonizó La calumnia (1961), una relación entre dos mujeres, junto a Shirley Mac Laine, dirigida por Willam Wyler. Más tarde, Eliza Doolittle fue su papel en Mi bella dama (1964), una comedia musical, versión del Pigmalión de George Bernard Shaw, dirigida por George Cukor, con Rex Harrison como el profesor que transforma a la humilde y simple florista que encarna Hepburn en una fina dama de la sociedad.
En los años en que era consagrada como actriz, la labor humanitaria de Hepburn como embajadora de UNICEF en defensa de los derechos de los niños, le permitió recorrer el mundo, recaudar fondos para esa causa y llamar la atención de las necesidades que millones de niños padecen en muchos países.
Fue una mujer que, como tantas, debió afrontar fuertes desafíos vitales. Pero que, cuando le tocó disfrutar del éxito, no dio vuelta la página sin más, sino que trató de ayudar a crear las condiciones para que las personas puedan tener otras oportunidades.