En los orígenes de la lucha para que en la Argentina la mujer goce de los mismos derechos a la educación que los varones surge claro el nombre de Juana Manso. Estaba en contra de otra forma de violencia escolar: la que se expresa en los premios y castigos hacia los alumnos y en el estudio de memoria
Defensora de la igualdad de oportunidad para las mujeres, Juana Manso (1819-1875) ejerció el periodismo, fue traductora, escritora y sobre todo educadora. Fue una mujer extraordinaria, autodidacta, librepensadora, progresista, una adelantada a su época, en un período político y social virulento, con facciones en pugna que no se pusieron de acuerdo sobre cómo y qué país fundar luego de la independencia. Estos entornos sangrientos, despiadados, la llevaron a tener una vida itinerante. Pero apenas pudo regresó al país.
Según sus biógrafos, Juana Manso era una niña curiosa y precoz, criada en un ambiente cultivado, propicio para el desarrollo intelectual y la afición por las artes. Ávida lectora, su mayor pasatiempo en la infancia fue disfrutar de la lectura. También estudió piano, tenía facilidad para aprender idiomas y escribía poemas.
Juana Manso creía que la educación era la llave para desterrar los males sociales y que las guerras y la pobreza eran fruto de la ignorancia.
Los avances en materia educativa en Norteamérica la impresionaron. Su contacto con Horace Mann (1796-1859) le permitió involucrarse en las características del modelo educativo de ese país.
Manso era una mujer inquieta: escribió numerosos textos, obras de teatro y artículos periodísticos; y fue la primera mujer en desempeñarse como oradora en un acto público. En su novela Los misterios del Plata, desarrolló su pensamiento sobre las causas y los efectos de la “tiranía rosista”; otro de sus libros fue un valiente alegato antiesclavista que también era una novela titulada La familia del comendador.
De soslayo
Manso era separada, con hijas, situación que significaba para esa época un mal ejemplo y pésimo antecedente. A pesar de defender a las mujeres, abogar por su independencia y sus derechos, era rechazada por los círculos de mujeres que dependían de sus maridos. En efecto, en las clases altas se dedicaban a la moda y la vida social en la que el lucimiento pasaba por mostrar signos de pertenencia a las familias “patricias”. Marcadas por el sesgo de la burguesía local, el destino de esas mujeres era un lugar doméstico de dependencia y poca reflexión. En cambio, Juana Manso sostenía que las mujeres poseían inteligencia y que no eran un adorno para que los hombres que las luzcan en sus actividades comerciales o políticas. En su célebre Álbum de señoritas, Juana se manifiesta con claridad. “La sociedad es el hombre: él solo ha escrito las leyes de los pueblos, sus códigos; por consiguiente, ha reservado toda la supremacía para sí, el círculo que traza alrededor de la mujer es estrecho, lo que ella clasifica de crimen en él lo atribuye a la debilidad humana; de manera que, la mujer aislada en medio de su propia familia, segregada de todas las cuestiones vitales de la humanidad por considerarse la fracción más débil, son con todo obligadas a ser ellas las fuertes y ellos en punto a tentaciones, son la fragilidad individualizada en el hombre.”
Itinerarios
En 1849, Juana Manso regresó a Brasil. Allí, su amigo, el escritor y poeta José Mármol (1817-1871), le presentó a Domingo F. Sarmiento (1811-1888), que en ese entonces estaba a cargo de las escuelas bonaerenses. De ese encuentro surge un proyecto ambicioso y revolucionario para el momento, la creación de la Escuela para ambos sexos Nro. 1, la primera escuela estatal de Argentina. El establecimiento se ubicó en el barrio de Monserrat de la ciudad de Buenos Aires y Manso fue su primera directora. Luego, se desempeñó en un órgano creado por Sarmiento para la difusión de su política educativa: los Anales de la Educación Común.
Juana Manso dioa conocer las ideas del pedagogo Johann Pestalozzi (1746-1827) rechazando los premios y castigos que se impartían en los colegios por considerarlos innecesarios, así como también el aprendizaje de memoria de los contenidos escolares, la educación para el pedagogo suizo era necesaria para sacar de la pobreza a los niños y darles la oportunidad de aprender por sí mismos en el ejercicio de su intelecto.
A pedido de Sarmiento, Juana Manso hizo las traducciones del inglés al castellano de la obra Lecturas sobre la educación, de Horace Mann. y La libertad civil y el propio gobierno, de Francisco Lieber. También fundó la primera biblioteca del pueblo en Chivilcoy donde se radicó con sus hijas por un tiempo.
Contra la corriente
En 1864 junto a la sobrina de Rosas, Eduarda Mansilla (1834-1892) escribió La flor del aire, usando el seudónimo de Dolores; y en su columna, Mujeres ilustres de la América del Sud, difundió las biografías de Juana Azurduy y Manuela Pedraza entre otras, rescatando el universo femenino que formaba parte de nuestra historia.
Juana Manso era una mujer decidida, valiente. Su interés por posicionar a las mujeres en el espacio público y su lucha por la educación laica le valió el fuerte rechazo de la iglesia católica a quien ella responsabilizaba por reprimir los cuerpos y las mentes.
Cuando publicó La escuela de Flores, denunció el desinterés de los gobiernos en América del Sur por la educación popular. Los ataques eran muy agresivos hacia su persona: la trataron de demente. Su principal adversario fue Enrique de Santa Olalla (1820-1909) que directamente la acusaba de loca y trastornada. Decía, por ejemplo. “Sus nervios están en una excitación muy alarmante, y, forzoso es decírselo, su razón se halla en inminente peligro”. La trataba de desaliñada e impresentable. Temperamental, Juana Manso se defendía escribiendo en periódicos y hasta llegó a emprender juicios por calumnias e injurias.
La lealtad a sus principios le propició una vida de rechazos y maldiciones. No obstante, al ser homenajeada en premios o con calles que llevan su nombre, su caso enseña que hay batallas que no pueden ni deben evitarse dar.
Con luz propia
La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.
La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.