Negada por la historia tradicional, María Josefa Morales de los Ríos testimonió con su propia vida que a las ideas hay que defenderlas hasta las últimas circunstancias. No solo fue clave en la resistencia ante las invasiones inglesas, sino que se pronunció con firmeza por la libertad de los hijos de los esclavos.
Angelina Uzín Olleros
Especial para EL DIARIO
El libro “Josefa. Biografía de María Josefa Morales de los Ríos, la amiga secreta de San Martín”, de Rodolfo Terragno, es una primera aproximación a la vida de una mujer decidida, que dejó su marca en épocas en que el país pugnaba por lograr la independencia.
Por fuera de la perspectiva de la investigación y del investigador, surgen claras algunas notas que ayudan a caracterizar a esta mujer. Por ejemplo, desarrolló un papel fundamental en las Invasiones Inglesas; en medio de una epidemia se expuso a vacunarse para tirar abajo el miedo reinante; y, sobre todo, fue una de las que se jugó para que la cultura aceptara el derecho que tenían los hijos de los esclavos a ser considerados libres.
En efecto, entre los muchos personajes olvidados en la historia argentina se encuentra María Josefa Morales de los Ríos (1772-1839). Había nacido en México y se casó con Pascual Ruiz Huidobro, por entonces gobernador de Montevideo y Jefe Militar designado por Carlos III.
Integrada a las aventuras políticas de su esposo, participó en la resistencia a las invasiones inglesas a Buenos Aires, siendo elogiada por Santiago de Liniers. Por esa labor recibió un reconocimiento en la Asamblea del año XIII.
La llamaban “la gobernadora”, de gran influencia sobre el gobierno. Pero a la nota la dio su arrojo. Al llegar a Montevideo la ciudad se encontraba asolada por la viruela. En el año 1796 un médico rural había descubierto una vacuna que fue utilizada en Europa para prevenir la enfermedad. Cuando llegó a la capital uruguaya, Josefa eligió vacunarse en público para alejar el miedo de algunas personas que desconfiaban de la medida. De esa manera ella emprendió una campaña de salud pública para convencer de su necesidad e importancia.
Los avatares de la vida en la colonia la llevaron a vivir de un lado y del otro el océano Atlántico. De regreso al Río de la Plata, Josefa Morales y su esposo se vincularon con José Gervasio Artigas (1764-1850), mentor de la Liga Federal, una confederación de provincias, lo que hoy en día es Uruguay, Argentina y Brasil.
Huidobro socorre a Artigas cuando tuvo diferencias con varios jefes en la lucha contra la invasión de los portugueses. Tiempo después Huidobro nombra a Artigas como Oficial de Resguardo Aduanero y hace que le den una casa. Artigas queda viudo y se va a vivir a esa propiedad.
Josefa fue muy activa en la defensa de Montevideo contra la invasión de la Inglaterra Imperial y luego, en la Revolución de Mayo; su actuación política continuó después de la muerte de su esposo, identificada con el proyecto del General José de San Martín (1778-1850). De hecho, Josefa decidió ayudar a San Martín en la preparación del Plan Continental, participando en la lucha contra los seguidores de José Miguel Carrera, cobijando al Libertador en su retirada y convirtiéndose en la primera depositaria del sable corvo que luego fue entregado a Juan Manuel de Rosas (1793-1877).
“Aunque durante su permanencia en Montevideo la llamaban ‘la gobernadora’, a la nota la dio su coraje”
Con San Martín se conocieron en la casa de los Escalada en 1813, sede de un agasajo que la sociedad porteña le ofreció al militar después de su triunfo en San Lorenzo.
En su libro íntegramente dedicado a la biografía de Josefa, el abogado e historiador Rodolfo Terragno (Buenos Aires,1943) repasa los detalles de la amistad entre Josefa y San Martín, basándose en cartas y documentos. Terragno adquirió una carta que fue el puntapié inicial de la investigación. “En la carta inédita que dio origen a este libro hemos visto cómo antes de partir hacia Perú, San Martín le escribe a Moyano: vuelvo a encargar a usted que cuide mucho a mi señora Doña María Josefa Morales de los Ríos. Suminístrele de la chacra lo que quiera, en los mismos términos que a mi mujer propia”.
Otras cartas demuestran el vínculo entre Josefa y San Martín. El libro citado no arriesga la hipótesis de una relación amorosa; otros autores sí lo hicieron. Pero lo más importante es destacar el compromiso que los dos asumieron con la Libertad de Vientres, que fue decretada por la Asamblea del año XIII, apoyada por San Martín. La libertad de vientres es un principio jurídico que consistía en otorgar la libertad a los hijos nacidos de esclavas. Aporta Terragno. “Una vez en Perú, el 12 de agosto de 1821, él también iba a sancionar la libertad de vientres, subrayando que era un primer paso hacia el cumplimiento ‘del más santo de los deberes’. El objetivo final era terminar con lo que llamó ‘un tráfico criminal’ por el cual hombres compraban hombres sin avergonzarse”.
El 2 de septiembre de 1816 Josefa liberó a un esclavo llamado Manuel, de veinte años, que había adquirido su marido. Destacamos que ella hizo de esa circunstancia una manifestación política para la liberación de esclavos por sobre los derechos adquiridos de los propietarios. En esa época, se trataba de un tema arduo sujeto a debate.
Como se ve, Josefa Morales no vivió en vano. Sus convicciones y su fuerte personalidad la llevaron a jugarse el pellejo en más de una ocasión, aunque la historia tradicional se haya empecinado en opacarla.
Con luz propia
La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.
La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.