domingo , 22 diciembre 2024
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La historia del gran hotel Cransac

Entre las paredes del viejo Hotel Cransac, la ciudad escribió gran parte de su historia moderna.
La muerte, la novedad de la luz eléctrica, las discusiones políticas y un universo infinito de historias individuales se sucedieron en el viejo café de Paraná. Se lo llamó de distintas maneras: Cransac o Plaza Bar, según la época

En el hotel donde hoy hay oficinas, arriba del café, se hospedaron personalidades diversas, como Marcelo T. de Alvear o el mismísimo Gardel. La esquina de San Martín y Urquiza, punto neurálgico del centro paranaense, tiene una historia rica y valiosa.

Del inventario de aromas, en Paraná hay uno que se ha mantenido encendido durante más de cien años: el del café que llegó con el siglo veinte y ancló en la esquina de San Martín y Urquiza. La fragancia de la sustancia estimulante y torrada es el único elemento que sobrevive en un punto donde la vida urbana discurrió con toda intensidad. Entre las paredes del viejo Hotel Cransac, la ciudad escribió gran parte de su historia moderna.

A comienzos del siglo, Paraná tenía el destino de ser una gran capital de provincia que se resistía a perder el status que le había otorgado, medio siglo antes, ser la ciudad clave de la Confederación Argentina. Hacia finales del siglo XIX y principios del XX, estaban instalados los ideales republicanos y liberales con que crecieron las ciudades europeas. Argentina tenía ese modelo de desarrollo y Paraná era uno de los lugares donde más había prendido.

Refiriéndose a esa etapa de la historia, el arquitecto Atilio Laurini escribió que “es en este período donde se construirá la mayor parte de la arquitectura oficial, conjuntamente con el desarrollo y la organización, se produce la introducción de la gran corriente migratoria que traerá consigo una gran cantidad de italianos, entre los que llegaron grandes constructores de la época, con un gran sentido del gusto por todas esas formas a la italiana”.

La Casa de Gobierno es el edificio público que mejor representa ese momento, mientras que es el Hotel Cransac el más claro ejemplo de esa etapa en el conjunto de edificios privados. El ex concejal paranaense Ecio Bertellotti contó a este cronista una historia que tiene como protagonistas a su abuelo, el empresario Antonio Bouzada, que fue luego dueño del Cransac, y al Gral. Eduardo Racedo, en cuyo mandato se construyó la sede del gobierno provincial.

“Racedo ve el empuje demostrado por el inmigrante Bouzada, y lo hace depositario de los ideales de progreso que habían alentado a los forjadores de la Nación. Esto lo impulsa a dejar expresa constancia de su voluntad de que Don Antonio sea el siguiente propietario de un inmueble de su propiedad, ubicado en calle Buenos Aires. Y así, en 1913, a poco de la muerte del anciano ex gobernador, se presenta ante don Bouzada el doctor Eduardo Racedo hijo, para cumplir con la voluntad paterna de venderle la propiedad al precio y forma de pago al mejor entender del comprador. Insólita manera para nuestros días, pero que habla a las claras del espíritu que animaba a aquellos míticos fundadores”, dijo Bertellotti, que fuera propietario del Plaza Bar.

Bouzada vendió la casona de calle Buenos Aires y otra propiedad más; así se dio el gran salto empresarial que llevó a don Antonio a comprar en el año 1930 el Hotel Cransac, que ya era para ese entonces un punto de confluencia obligado.

La inauguración

Los paranaenses de principios del siglo pasado asistieron encantados al primer encuentro con la luz eléctrica en las confiterías más importantes de la ciudad. Entre ellas, el hotel, restaurante y café Cransac, inaugurado el 27 de julio de 1901, que según las crónicas de los diarios estaba “instalado al mejor estilo de los bares lujosos de Buenos Aires”.

El profesor Miguel Angel Andreetto, memoria privilegiada de la ciudad, tiene visto –por los ojos de su padre, que se lo contó con finos detalles– el momento en que un pintor, desafiando una de las mayores alturas de la ciudad de entonces, pintaba el número 1901 sobre el medio arco del edificio del Cransac, en el lado que da a calle San Martín. Hugo Andreetto salía de la Catedral después de la ceremonia de su boda con doña María Angela Cavallo. Afuera, los invitados esperaban a los novios para saludar. Los flamantes esposos supieron que era un día especial para ellos, pero también para los paranaenses todos, que habían depositado sus esperanzas en un nuevo siglo iluminado con luz eléctrica.

La tragedia

En el primer lustro del siglo, la tragedia, con su atuendo de muerte y violencia, visitó el bar y cargó con la vida de un joven empleado de Impuestos Internos que estaba tomando café junto a sus amigos. Apenas habían pasado unos minutos de las 10 de la mañana, la hora exacta en que los clientes invadían las mesas en busca de café y compañía. El murmullo encendido del salón se abrió en dos y el silencio se adueñó del ambiente cuando entró al bar un compadrito con toda la estampa de letra de tango o cuento borgeano. “Dejalo. Está buscando pendencia”, fue lo último que el joven empleado dijo antes de recibir un balazo en la yugular, que le dio muerte. El compadrito miró a todos para amedrentar y salió ligero para la calle, con tanta mala suerte que se topó con el secretario de la Policía Provincial, un comisario de apellido Iturrioz, que lo apresó de inmediato. Pero el Cransac, consagrado escenario de historias particulares y hechos de trascendencia pública, siguió su vida. En su salón de café y en sus habitaciones del sector de hospedaje, Angel Piaggio, referente conservador de Entre Ríos, siguió soñando su sueño más ambicioso: unir Victoria y Rosario por medio de un puente. “Aunque sea con pala y pico lo vamos a hacer”, solía decir a quien se le acercaba a su mesa.

El bar Flamingo, en la esquina de Urquiza y San Martín, punto de encuentro de jóvenes y adolescentes.

Más historias

Un artículo de EL DIARIO, publicado en enero de 1933, describe la atmósfera de céntrico café cuando ya se lo llamaba Plaza Bar. “A las 11 de la noche, el público que ha ido a tomar el café, corolario espumoso y estimulante de la cena, se empieza a retirar. Se enciende el último cigarrillo y cada cual toma su dirección. A este público del Plaza lo reemplaza otro público; el de los gustadores de lo exquisito, que saben el minuto en que se producen ciertas excepciones y salen a su encuentro. A esa hora, el maestro Andrada clava su atril en el centro del palco de la orquesta y ésta expande sus armonías en las ejecuciones más notables de un conjunto que en lo clásico tiene intérpretes magistrales y en lo ligero y actual hábiles glosadores”. Así era el Plaza Bar con sus músicos regalando melodías desde el entrepiso del salón. Cransac, Plaza Bar, Flamingo, Gran Flamingo, fueron sus nombres con los que reinó desde la esquina tradicional.

En una de las habitaciones del hotel, Marcelo Torcuato de Alvear resolvió el conflicto del radicalismo entrerriano que hacia el año 1935 mantenía enfrentados a los yrigoyenistas con los antipersonalistas. Una historia poco difundida y nunca escrita cuenta que Alvear estaba muy disgustado con los artículos de un diario local. La situación política era delicada y el ex presidente de la Nación quería tener el control de los hechos. Entonces mandó a llamar al cronista que escribía los artículos que tanto le molestaban. El encuentro se produjo en el Plaza. Las razones políticas de Alvear chocaban en todo momento con el celo profesional del periodista, y tanto fue así que los testigos del encuentro debieron intervenir para separarlos y evitar un inesperado acto pugilístico.

El más grande mito argentino también pasó por el Plaza en los primeros años de la década del 30. Una gran cantidad de admiradores se concentró en la esquina de San Martín y Urquiza para ver a Carlos Gardel en persona. Tanto interés y devoción fueron recompensados por el cantante, que salió al balcón y cantó a capella un tango. Con sonrisa pícara, acaso de quien sabe que su actuación había sido magistral, pidió disculpas antes de volver a su habitación. “Es que no ando muy bien de la garganta”, dijo el Zorzal ante el público extasiado. La anécdota forma parte del inventario que los descendientes de Bouzada recibieron con el inmueble.

Una joven Amelia Bence tuvo distinta suerte desde el balcón. La actriz llegó a Paraná para una actuación teatral. Se hospedó en el Plaza Hotel, cuando la Revolución Libertadora recién había derrocado a Juan Domingo Perón, en 1955.

En la esquina, sobre la Plaza 1º de Mayo, se había concentrado un grupo de personas que festejó el derrocamiento de Perón ocurrido hacía pocos días. Ajena al ambiente, la actriz salió al balcón a saludar, y como respuesta recibió un cerrado abucheo por parte de quienes señalaban a Bence como amiga del régimen depuesto. La actriz se retiró muy enojada, no sin antes prometer que jamás volvería a Paraná. Pero un día perdonó el desplante y regresó.

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