El Festival de Teatro Rafaela concentró muy interesantes puestas en escena, sostenidas por elencos provenientes de una amplia región. El toque del encuentro estuvo dado en los intercambios que se produjeron luego de cada espectáculo.
Mónica Borgogno
Ya es historia la 18° edición del Festival de Teatro Rafaela 2023, que en esta oportunidad se extendió durante 9 días, con 68 funciones de una amplia diversidad de obras, siempre a sala desbordada. Este año mostró producciones de elencos provenientes de Córdoba, Santa Fe, Rosario, Neuquén, La Plata, y CABA. A ellos se integraron 9 trabajos de artistas rafaelinos.
Una nota destacada fue la riqueza de los espacios en los que directores, actores, periodistas y público intercambiaron puntos de vista sobre cada obra. El diálogo generado fue tan fructífero que no puede menos que recomendarse esa metodología para instancias similares que fueran a producirse en muestras y encuentros en Entre Ríos y en Paraná.
Así, queda la estela de lo vivido después de ver piezas tan conmovedoras, divertidas, originales, con artistas talentosos y también predispuestos al diálogo, la escucha, y la mirada de los demás. Precisamente uno de los puntos que distingue a este festival es el espacio que se le da a la prensa especializada, con las sistemáticas rondas de devoluciones en las que periodistas de todo el país son convocados para compartir sus opiniones, junto a artistas y espectadores.
El sostenimiento de ese espacio pensado para el intercambio respetuoso de ideas -también para el crecimiento mutuo, para conocer los vericuetos e intensidades de cada proceso creativo, para formular preguntas, para cruzar diferentes interpretaciones posibles-, es una decisión política que unos y otros agradecen.
En efecto, esas rondas que se dan para hablar de las piezas vistas el día anterior, favorecen la multiplicación del efecto de cada obra, del impacto que genera ver teatro sea en las salas, en las plazas o en los nuevos lugares e instituciones que hace 18 años no existían en esta localidad del oeste santafesino.
En los discursos de la apertura oficial, tanto el secretario de Cultura Claudio Stepffer, como el intendente, Luis Castellano, resaltaron que el crecimiento del festival fue de la mano del que se dio en la ciudad. “Un cuarto de la programación de este año será local y las funciones se harán en salas e instituciones que, en la primera edición del Festival, no estaban”, señalaron para enseguida ejemplificar con la Escuela de Música Remo Pignoni, el Complejo Cultural del Viejo Mercado y el Centro Metropolitano La Estación.
Mientras que, en las palabras del cierre, el director artístico, Gustavo Mondino, valoró que “este festival es de todos, es una decisión política, una política de Estado y es necesario que entendamos que, como ciudadanos, tenemos el derecho a la cultura, porque la cultura es un bien”.
La madurez y expansión conquistadas también estuvieron presentes en su discurso, a modo de balance. “En las últimas ediciones, desde 2021, existen los laboratorios de creación escénica en donde muchos artistas, principalmente jóvenes y de la ciudad, se muestran interesados en hacer teatro. Por eso digo que estamos cosechando lo sembrado”, concluyó Mondino antes de que se abra el telón de un Cine Belgrano colmado, para la última función de Un poco más, espectáculo de artistas callejeros, de circo y pool dance, de Rafaela, surgido de algunos de esos laboratorios.
Investigación.
Otra nota que caracteriza a este encuentro es la variedad de propuestas estéticas que contempla. Una de las obras más impactantes y novedosas tal vez, fue Antivisita. Formas de entrar y salir de la ESMA, una performance de Mariana Eva Pérez, Laura Kalauz y Miguel Algranti, que se hizo en el Archivo Histórico Municipal dentro del complejo del Viejo Mercado. Si bien la resonancia de la palabra ESMA es lúgubre y terrorífica, la obra trajo luminosidad. Hizo mover a los espectadores por distintos sitios, acaso para reconstruir la memoria. Desde el principio, quienes recibieron y guiaron al público, habilitaron distintas formas de recordar el horror, y lo hicieron desde un dispositivo lúdico y un registro personal, y las propias vivencias familiares ligadas a ese capítulo de la historia argentina. El recorrido contempló algunas proyecciones que, al decantar, pueden emerger como simbólicas, bien pueden leerse como un necesario recordar para proyectar o bien un proyectar para ejercitar la memoria. Tras la experiencia, se puede apreciar que lo que es sombra o desaparecido o muerte, de pronto es existencia, se hace carne y tiene entidad.
La visita a un lugar que no es la ESMA está armada como un gran juego, muy pensado e investigado, para representar las ausencias, eso que, de manera nefasta alguna vez se definió en términos de “una incógnita, no está, está desaparecido, no existe”. “Es un desvío que presta atención a la dimensión espectral de la desaparición forzada, propiciando el diálogo y convivencia con los fantasmas en el marco de una experiencia performática”, completaron las intérpretes.
Por otro lado, De la mejor manera, de Jorge Eiro, Federico Liss y David Rubinstein -con actuaciones de estos dos últimos-, en el bar La Mula, deslumbró con dos composiciones tan atractivas y explosivas como conmovedoras. Dos hermanos de la comunidad gitana arrancan desde la vereda a actuar, rivalizando por todo, azotando puertas y mesadas, a los gritos, mientras se aprontan para el funeral de su padre, hasta que se permiten llorar y abrazarse en silencio. Antes de que ocurra eso, el espectador será arrastrado y atrapado a la vez, por la vorágine y tonos en los que se comunican, se celan, se ningunean o empoderan.
A su turno, La Celestina, tragicomedia de Lita, una hilarante versión libre del texto de Fernando de Rojas, del siglo XV, puso en escena el talento de la actriz y bufona Julieta Daga, bajo dirección de David Picotto. Amarrada y enredada entre piolas y cuerdas que sostenían una ingeniosa escenografía que parecía una cinta de Moebius, pero también una red o una víbora venenosa, la actriz busca complicidad y ayuda para desandar la trágica historia de unos amores no correspondidos. Con humor, dejó resonando e instaló en periodistas y espectadores, el imperativo “¡resolvé!” que ella aplicaba al espectador que convocaba para que la desenrede o acompañe en su soledad.
En tanto, “Los santos” podría figurar en una suerte de catálogo de obras inolvidables. Ya sea por la historia mínima que se cuenta entre un hombre y una mujer, encerrados en un espacio totalmente despojado y por lo que consiguen transmitir allí sin palabra alguna, o por la originalidad de los objetos que manipulan con tanta naturalidad y maestría. Según comentaron en las mesas de devoluciones, tienen años de trabajo encima, con botellas, copas y vasos de vidrio. De ese juego y culto a las cosas, surgió el espectáculo que hacen desde 2009, dirigido por Karl Stet.
En dos sillas y una mesa circular como pequeño escenario, Claudio Inferno y Eleazar Fanjul (Aluminé), se lucen con sus múltiples gestos y osadas destrezas. Ambos van tejiendo una relación que por momentos es cruel y muestra las violencias cotidianas, y por otros, transitan escenas más amorosas, pero en ambos casos no dejan de ser desopilantes por la manera en que lo narran. La imagen onírica de un monstruo hecho de botellas y ventosas de vidrio, iluminada de verdes, fascina y suma poesía, así como los arriesgados malabares y piruetas que forman parte de la dramaturgia.
En No hay banda, Martín Flores Cárdenas, condensa y remueve las angustias que vienen con la muerte no solo de sus seres queridos sino con las de quienes miran desde la platea. Cuando el protagonista representa a su abuelo muerto en el piso, citando una enumeración de ideas acerca de la propia muerte y el legado de las cosas de uno al llegar ese momento, estremece. El trabajo, como bien coincidió la crítica, es inclasificable, por la intimidad que el actor confía a la platea, y por la actuación-no actuación y experimentación y osadía que regala.
La sapo, de Ignacio Tamagno, pudo verse ahora después de haberlo hecho como work in progress en el marco del festival del año pasado. La obra concentra una historia bellamente escrita, sobre el vínculo entre una abuela y su nieta, y un abuelo idolatrado. El espectador se sumerge en una atmósfera densa que luego se disipa y tiene el alivio del personaje que, amargo, siempre escupió sapos, y de pronto empieza a respirar en su patio de tierra y una tapia ya desarmada y reconvertida en camino. El contraste entre la impronta de ambas actrices, una áspera e imponente Eva Bianco y una jovial Carolina Saade, es pura ganancia para este trabajo que está plagado de una diversidad de metáforas.
La actuación de Vilma Echeverría en Los cielos de la diabla (Rosario), ha sido memorable. Su versatilidad para entrar y salir de los personajes, el modo en que rompe la cuarta pared y amigablemente interpela y busca complicidad del público, así como los objetos que eligió para su puesta, es igual de atractivo y conmovedor. Al ingresar a la sala, los aromas a hojas secas, a burro, a cedrón y a eucaliptus, inundan la escena, refrescan y a la vez cargan de sentido las acciones e imágenes que la actriz encarna y comparte. Es otra historia mínima que sabe combinar ternuras y delicadeza con rudezas e inclemencias.
“Una nota que caracteriza al Festival de Teatro Rafaela es la variedad de propuestas estéticas que contempla”.
Infantil.
Entre las propuestas pensadas para todo público sobresale el último trabajo de Kika producciones (Río Cuarto) titulado El aviso desoído. En este caso, los artistas recrearon personajes de leyendas de pueblos originarios, con títeres y escenografía de cartones y papeles, en medio de una penumbra, con una trama sonora en vivo y con una diversidad de instrumentos, que asombra. Se ve magia en los mecanismos de los personajes de cartón articulados y en los paisajes desplegados en una suerte de gran libro con páginas de las que afloran figuras tridimensionales. Es decir, mucho trabajo y talento, que además propone otro ritmo, que resulta imperioso para estos tiempos de tanta inmediatez y clics modernos.
Tiburón XXL, del grupo La gorda azul, de Santa Fe, hizo funciones repletas de público en el Belgrano, cautivó y supo divertir a la platea infantil y los adultos que los acompañaron.
“Otro aspecto destacado fue la riqueza de los espacios en los que directores, actores, periodistas y público intercambiaron puntos de vista sobre cada obra”.
El valor de la propia comarca
Por primera vez en la historia del FTR, la clausura estuvo a cargo de artistas rafaelinos con Un poco más, producción que salió del Laboratorio de Creación Escénica Circo en 2022 y que continúo en 2023 bajo la dirección de Ana Gurbanov. A ese laboratorio, vale añadir, se sumaron tres más dirigidos por Agostina López (Teatro con jóvenes), Luciano Delprato (Teatro I) y Juan Parodi (Teatro II), en los que participaron más de 80 artistas locales.
Por otra parte, el colorido desfile de apertura llegó de la mano de un colectivo de artistas de la ciudad. Además, hubo obras de autores y actores rafaelinos como Imaginación, lo que más amo de ti es que no perdonas, escrita por Luisina Valenti en codirección con Mayra Armando, que recrea esas pequeñas rebeliones que se inventan para eludir las trampas del sistema laboral –aquí, una obra de teatro dentro de una obra de teatro-, tema que después de la pandemia y el predominio del trabajo virtual, cobra renovado interés.
En este apartado se incluye Decir sí, una reversión del texto de Griselda Gambaro con pregnantes actuaciones de Danilo Monge y Mariano Patania; y El último, diatriba de amor por mensaje de audio -pieza concebida y dirigida por Marcelo Allasino-, una cruda historia de amor y desamor atravesada por la violencia pero también por las distintas realidades sociales y económicas de cada personaje.