domingo , 22 diciembre 2024
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El puerto de La Santiagueña y los baños refrescantes

Si bien la intervención humana es un factor común entre los distintos arroyos, La Santiagueña es el que más ha sido atravesado por la urbanización céntrica de Paraná. Foto: Juliana Faggi

Paraná está atravesada por una serie de arroyos. Esos cursos de agua, vitales para el ecosistema, han sido intervenidos durante el siglo XX, perdiendo su condición de antaño. Uno de esos arroyos es La santiagueña, que alguna vez fue un sitio de moda y de solaz para los vecinos, porque ofrecía la frescura de sus aguas y la sombra de su rica vegetación.

Griselda De Paoli
Especial para EL DIARIO

Los arroyos que surcan el suelo en que hemos construido la ciudad de Paraná son nuestra articulación con el río. En el ámbito de la ciudad hay muchos de estos cursos de agua a los que ya no vemos y  otros que ya no veremos o transformaremos en canales de cemento, a pesar de que “el debate” de estos tiempos es en torno al ambiente y su preservación.
Se entiende que  las intervenciones, en relación con los arroyos, están siempre orientadas a  mejorar los desagües pluviales y drenajes urbanos, con deficitario funcionamiento  por  malos usos y costumbres de los propios vecinos; y paralelamente, la aspiración cuando se interviene es mejorar la calidad ambiental de la ciudad y particularmente la de los vecinos que la habitan.
“Si bien la intervención humana es un factor común entre los distintos arroyos, La Santiagueña es el que más ha sido atravesado por la urbanización céntrica de Paraná, al punto que su único tramo a cielo abierto se encuentra desde calle Nogoyá hasta avenida Laurencena”, se expresa en un artículo de la Revista Charco para Fundación Cauce, publicada en el pasado mes de diciembre.
La cuenca del arroyo La Santiagueña abarca aproximadamente 200 ha de espacio urbano de la ciudad de Paraná, lo que da una idea de su enorme significación. Para ubicarnos, la publicación antes mencionada nos indica que el arroyo es el que pasa junto al Parque Berduc.
“Cuando Juan Manuel Pauletti –vecino e iniciador de lo que sería La Tribu del Salto– era chico, las orillas del arroyo eran su patio de juegos. Fue testigo de cómo el paisaje cambió con los años, pasando de ser un pulmón de la ciudad a un tiradero de basura y desechos cloacales, que cuando llueve hace que el hedor se apropie del aire”, se indica en el artículo.
En 2011, la vecindad ubicada en las márgenes de esta cuenca, se movilizó por la situación ambiental crítica del arroyo. Un grupo de vecinos se organizó y logró limpiar las barrancas por su cuenta hasta devolverle el aspecto selvático que solía tener tiempo atrás.
De esa experiencia reconocida como proceso de aprendizaje nació La Tribu del Salto, una asociación civil que trabaja por el bienestar de La Santiagueña que multiplicó y multiplica sus acciones en pos de una conciencia ambiental responsable.
Vistas las cosas en el presente, y considerando que lo que una vez fue periférico hoy está en el centro de la ciudad, resulta difícil imaginar que este lugar -que hoy requiere de la intervención municipal continua para limpiarlo, y para evitar desmoronamientos que se producen por erosión pero también por el abuso al avanzar sobre él-, alguna vez fue un sitio de moda y de solaz para los vecinos,  precisamente porque ofrecía  la frescura de sus aguas y la sombra de sus rica vegetación.
Traemos al presente una descripción que puede ayudarnos a imaginar lo que fue, y lo hacemos  a través de un recorte del paneo que nos hace Juan Giménez en su texto Paraná Capital de la Confederación Argentina, escrito en 1906.

LOS BAÑOS

Era otro de los parajes atrayentes para la reunión del público.
Si bien el objeto principal era la conservación de la salud por medio del baño, no dejaba por eso de ser un pretexto para constituirlo en paseo de moda.
Entonces no había agua corriente, no había casa de baños, las familias, el pueblo todo, iba a tomarlos en el paraje conocido por El puerto de la Santiagueña. Se trata de todo  lo que actualmente comprende la extensión del nuevo puerto.
No había  anchas calles, sino reducidas y estrechas sendas; todo era montuoso y cruzado por enormes zanjones que impedían el tránsito; no había más que un solo camino, hacía la parte Este de la población,  que partiendo de la casa del General  Ferré pasaba por el Seminario hasta llegar al río.
Era curioso ver aquellos numerosos grupos que, como un camino de hormigas, hacían esa travesía diariamente, muchas veces, en tardes de excesivo y sofocante calor, con un sol abrasador, llevando en la cabeza atados de ropa para  lavarla durante el rato del baño  y conduciendo de la mano a sus hijitos. También se apreciaba a señoras de la más elevada posición conducidas en carros de bueyes, con techo formado de sábanas, sentadas en bajas sillas de paja. Mientras, otras a falta de esa sombra, se cubrían con paraguas o sombrillas.
Todo ese conjunto de seres humanos desfilaba diariamente a recibir el fresco y saludable ambiente del río y poder allí humedecer, aunque por instantes, sus caldeadas carnes.
Aquella peregrinación, era más un paseo de moda, que el beneficio que les reportaba  para la salud, pues los que llegaban a refrescarse al arroyo luego tenían que regresar bajo la influencia del calor que nuevamente recibían en el trayecto.
Pero eran costumbres de la época, todos quedaban satisfechos.
Veinte años después de la capitalidad,  hemos comentado ya en algún artículo, que calle Salta  fue  una de las primeras ensanchadas – 1889-90 – y que ello dio lugar a que se transformara en un atractivo paseo para los paranaenses, modificado ya lo que describía Giménez, al hacer desaparecer el bosque allí formado, que fue sustituido  por espacios de jardín de flores  y árboles de poco crecimiento. En ese momento se extrajeron las viejas plantaciones de paraísos, naranjos y acacias.
Ofelia Sors, aporta valiosos testimonios sobre el arroyo y su situación. En este caso de una gacetilla publicada en El Constitucional, en 1888, que comenta la nueva modalidad adquirida por la sociedad paranaense y que la moda establecía como un hecho indispensable y demostrativo de la elegancia y la “high life”, ya no los baños, sino  los paseos en carruajes los días domingos por calle Buenos Aires -considerada de suma distinción-  y Salta con su nueva bajada hacia el puerto de la Santiagueña (hoy Puerto Nuevo). La idea no era ya refrescarse sino mostrarse.

A comienzos del siglo XX, un propósito de la población era conservar la salud por medio del baño, objetivo que colaboraba para constituir las márgenes del arroyo en paseo de moda.

La cuenca del arroyo La Santiagueña abarca aproximadamente 200 hectáreas de espacio urbano de la ciudad de Paraná, lo que da una idea de su enorme significación. – Foto: Juliana Faggi

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