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El desafío de ser artífices de los cambios sociales

Las movilizaciones más importantes de los últimos tiempos están asociadas a los derechos de mujeres y disidencias.

Encrucijadas de la democracia. Desafíos frente a la coyuntura actual, es el título de la conferencia que dictará la doctora en Ciencias Sociales, Malena Silveyra. Será el viernes 1 a las 17 en el aula de la Memoria, en la Escuela Normal. En diálogo con EL DIARIO, la especialista anticipó algunos ejes e invitó a mirar el presente para reflexionar sobre el porvenir.

Mónica Borgogno

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Los 40 años que han transcurrido desde la finalización de la última dictadura militar vienen siendo motivo de reflexión de distintos grupos, asociaciones e instituciones. Los resultados de las PASO, el resurgimiento de discursos que ponen énfasis en la libertad individual, y la insistencia en negar la magnitud de lo que pasó en la década del ‘70 en Argentina, son parte de un contexto que invita a pensar los desafíos a futuro y a redoblar esfuerzos para sostener y mejorar el sistema democrático y la participación social alicaída y desencantada.

EL DIARIO entrevistó a la doctora en Ciencias Sociales Malena Silveyra, quien estará en Paraná el viernes 1 a las 17 en la Escuela Normal, para dictar una charla titulada Encrucijadas de la democracia. Desafíos frente a la coyuntura actual. Lo hará en el marco de un seminario denominado Genocidio en Argentina, que se dictó el año pasado, invitada por la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de Uader. Ese fue el origen de la charla que brindará en los próximos días.

A partir de ese seminario surgió la iniciativa de compilar un libro con los aportes de quienes lo habían cursado y cuyo eje central giraría en torno a los 40 años del fin de la dictadura. “En el marco de la compleja coyuntura actual, con un marcado crecimiento del descrédito de la política (que se expresa en el ausentismo electoral y en el triunfo de opciones que se presentan como externas a las organizaciones políticas históricas) nos pareció que las actividades planificadas para la semana próxima debían articular los debates sobre la democracia, la memoria y los derechos humanos con el intento de análisis de nuestro presente. Siempre que pensamos los procesos de memoria o las consecuencias del genocidio lo hacemos desde una preocupación sobre el presente. Esto es, considerando cómo esa construcción de la memoria y la problematización de la experiencia del genocidio, nos puede dar herramientas para construir un presente en mejores condiciones”, explicó para enseguida plantear que la propuesta abierta al público es “analizar juntos cómo y por qué emergen estas expresiones que podríamos asociar con proyectos de derechas, o incluso de corte neofascistas o, negacionistas, después de cuatro décadas de democracia, de construcción en torno a la memoria (desde la militancia y desde el Estado). La propuesta, entonces, es parar la pelota y pensar esta nueva coyuntura”.

Disputas y complejidades

–¿Qué te dice el actual contexto respecto de lo por venir?

–La primera sensación es que estamos en una coyuntura muy compleja. Estos espacios en los cuales se sintió representado un sector importante de la población (entre los que se destaca la juventud), hacen una propuesta sostenida en una idea de libertad que es muy distinta de aquella construida al calor de la resistencia a la dictadura en los inicios de los años ‘80 (y ni que hablar de los libertarios anarquistas), y que es, en realidad, una expresión del liberalismo neoliberal. Detrás de esa concepción, las propuestas que se presentan como novedosas son las mismas políticas que ya se aplicaron en nuestro país durante varias décadas. Quienes nos acordamos de aquellos años, sabemos que la consecuencia de su aplicación es el crecimiento de la desigualdad estructural. Pero al mismo tiempo, los resultados electorales nos hablan de una realidad que vivimos y que no podemos seguir negando o relativizando. Tenemos que dejar de mirar para otro lado.

Pasada la sorpresa inicial, se presenta el desafío de centrar la reflexión en una serie de elementos que sí veníamos viendo y que podríamos sintetizar en el choque en la vida cotidiana de cada uno y una de nosotros, entre una crisis económica que se profundiza cada vez más y que hace que cada vez más familias estén por debajo de la línea de pobreza, con un discurso desde el gobierno que sostiene estar defendiendo y ampliando derechos. Frente a esta situación, además, no aparecen, al menos no mayoritariamente, propuestas de cómo transformarla desde las organizaciones propias (sindicatos, centros de estudiantes, partidos políticos, etc.), lo que acrecienta la falta de horizontes colectivos, de identificación de posibles salidas a la crisis desde la unidad y solidaridad, y pareciera que las únicas opciones existentes son el “sálvese quien pueda” o la resignación.

Si frente a esa situación seguimos apelando a la defensa de lo existente de manera acrítica sin incorporar lo que necesitamos transformar; el presente aparece como un techo.

–¿Qué pasó en todos estos años con la participación social y el sentido de comunidad?

–Podríamos pensar, para decirlo de un modo sintético, que el proceso genocida vino a construir la fragmentación de los sectores populares, a destruir los lazos sociales y redes, que existían en nuestro país como consecuencia de largas décadas de luchas y que eran las que posibilitaban un determinado modo de ser y estar en el mundo, cuyo ritmo lo imponía la producción industrial, donde el ser obrero era el corazón de la identidad de los sectores populares.

Esa lógica de comunidad, basada en la cooperación entre pares, funcionó mientras la producción fabril marcaba los tiempos. Sin cooperación entre pares no hay producción en masa. El “efecto adverso” de esa cooperación era la organización de los trabajadores, que se intentaba contener con represión. Con la transformación del modelo de acumulación hacia el neoliberalismo, cuyo corazón se encuentra ubicado en la valorización financiera (y por lo tanto en el consumo), ese modelo deja de ser efectivo para los sectores dominantes. Quedan solo los efectos adversos, podríamos decir. 

El genocidio viene a romper esa comunidad basada en la cooperación, viene a fragmentar ese entramado popular, esa identidad que se reconocía como una comunidad histórica, que comprendía que el mundo no empezaba ni terminaba con uno. Pero, por suerte, ningún proceso genocida es totalmente exitoso. Hubo resistencias durante la dictadura y posteriores, hubo disputas y distintos momentos de reagrupamientos y avances en la conformación de modos comunitarios más colectivos, de los que probablemente, nos debamos todavía un buen balance.

Fragmentos

–¿Qué mojones mencionarías en cuanto a organización y movilizaciones populares?

–Del ‘83 en adelante, la lucha por los Derechos Humanos se constituyó en un espacio de articulación de sectores y luchas populares. La realización del Juicio a las juntas fue un primer gran logro en ese sentido. La impunidad posterior que se consolidó con las leyes de Punto Final (1986), Obediencia Debida (1987) y los indultos (1989 y 1990) fueron un duro golpe, pero el aprendizaje del ‘85, la convicción de que, si había sido posible en un momento, podía volver a serlo, transformó esa derrota en el impulso para la resistencia. Una resistencia que no solo tomó como bandera la lucha contra la impunidad, sino que se transformó en la resistencia al neoliberalismo en general.

En este punto, las Madres de Plaza de Mayo, y Hebe de Bonafini en particular, tuvieron la gran lucidez de comprender que la situación que se vivía en aquellos años ‘90 eran la consecuencia del proceso genocida. Ese modo de comprender y resignificar el proceso represivo tejió solidaridad y un sentido político compartido que hizo que las Madres fueran una referencia para muchos de nosotros. No sólo en la lucha que daban contra la impunidad sino en la posibilidad de articular la lucha de todos los que padecíamos el neoliberalismo porque amplificaban la voz de los reclamos de estudiantes, trabajadores, barrios de distintos puntos del país en sus rondas de cada jueves en la Plaza de Mayo.

Sucesos aislados de los últimos días nos hicieron recordar lo sucedido a comienzos del siglo XXI.

–¿Cómo ubicarías lo que pasó en 2001?

–La crisis del 2001, la rebelión que se produce en diciembre, es el punto de llegada de ese camino. Porque en ese 2001 no encontramos solamente el estallido de la convertibilidad, sino también la capacidad de un pueblo de salir a la calle, de resistir. 

Ahora, ahí hay algo que no hemos podido transmitir a las siguientes generaciones. Hay un viraje de aquellos años en donde uno daba la pelea a pesar de una correlación de fuerzas adversas, a la lógica que parece imperar en este momento en la que el Estado ha pasado a ocupar el rol central de la organización, el lugar en donde se deben dirimir las diferencias y resolver todos los problemas. Los límites que se presentan en la correlación de fuerzas que se expresan en las instituciones se nos presentan como inamovibles, y las únicas transformaciones que creemos posibles son las resultantes de las negociaciones de palacio.

“Veo una dificultad en recuperar nuestra propia capacidad de acción, autonomía, capacidad de construir con otros un horizonte”.

Escenario a futuro

Otra de las preguntas a la docente e investigadora Malena Silveyra, apuntó al título de la convocatoria, las encrucijadas a enfrentar en un futuro no tan lejano.

“La encrucijada que se nos presenta es poder problematizar qué entendemos por democracia, no idealizarla y poder mirar estos años críticamente, para tomar de la experiencia lo que nos ha servido y profundizarlo, o modificar lo que haya que cambiar. En la transición democrática, en el gobierno de Alfonsín estaba esa idea de que con ‘la democracia se come, se cura y se educa’. El horizonte político que había estado en la transformación de la sociedad, en el socialismo, en la liberación, o el modo en que las distintas identidades lo definían, fue reemplazado por la democracia como horizonte de sentido. Al convertirla en eso, la idealizamos y cosificamos. Es por eso que no nos gusta mucho criticar a la democracia que tanto nos costó conseguir. Estos 40 años ininterrumpidos son un logro enorme pero la falta de mirada crítica puede encerrarnos en un conformimo que nos llevan a defender cosas que para nosotros mismos son realmente insostenibles”, puntualizó Silveyra.

“No nos gusta mucho criticar a la democracia que tanto nos costó conseguir. Estos 40 años ininterrumpidos son un logro enorme pero la falta de mirada crítica puede encerrarnos en miradas conformistas”.

–¿Cómo se sale de ese estado de apatía y conformismo?

–No podría decir yo cómo. Ojalá supiera. Pero sí creo que evidentemente tenemos un problema para pensar nuestras organizaciones, para encontrar formas de organizarnos de modos más autónomos; y no me parece que necesariamente eso se resuelva (o al menos no solamente) transformando los mecanismos institucionales. Antes uno no esperaba que lo convocaran, se organizaba e iba a la calle a reclamar.

Aquí hay una crítica a los gobiernos que se definen como populares y que no promueven ni convocan a la participación, pero también a nosotros, que no pudimos todavía avanzar lo suficiente para construir mayores niveles de autonomía y organización. Por ahí esta coyuntura adversa, el “balde de agua fría”, nos sirva para problematizar esta democracia, y ampliar su sentido mucho más allá del funcionamiento de las instituciones del Estado.

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