Entre silencios, gestos y detalles mínimos pero cargados de sentido, la película The quiet girl, convoca a pensar los pasajes entre la literatura y el cine y la posibilidad de establecer un diálogo entre obras que, en definitiva, requieren de la autonomía que les reclama el formato. La obra fílmica, que actualmente se exhibe en salas del país luego de haber sido nominada al Oscar, es una adaptación de la novela Tres luces, de Claire Keegan.
Ana Clara Pérez Cotten
Invitados por la librería Eterna Cadencia, cuyo sello publicó el texto de Keegan (Irlanda, 1968) en 2010, el periodista Diego Brodersen, el traductor de la obra Jorge Fondebrider y la escritora Inés Garland dialogaron el lunes último sobre los puntos de contacto y las incongruencias entre la novela y la película y, entre varios pedidos de perdón por cometer spoilers, analizaron sobre cómo, en distintos formatos, se explora una misma sensibilidad.
The quiet girl es la ópera prima del director irlandés Colm Bairéad, quien tiene una larga carrera en el cortometraje, el documental y la dirección de series. La película retoma en un breve y delicado relato situado en 1981 en la Irlanda rural la historia de Cáit, Catherine Clinch, una niña introvertida que pareciera esconderse del mundo para evadirse del entorno familiar violento y falto de cuidados en el que vive.
El espectador puede notar durante la hora y media que dura la película que a Cáit nadie la mira. Sus padres no reparan en sus necesidades y deciden, para aliviar a su madre nuevamente embarazada, enviarla una temporada con una pareja de familiares.
Camino
The quiet girl, que se estrenó en la Berlinale 2022 y en marzo compitió por el Oscar al Mejor Film Internacional junto a películas como Argentina 1985, fue filmada íntegramente en gaélico, a diferencia del texto de Keegan, escrito en inglés. A través de los ojos de Cáit el espectador descubre al matrimonio que la recibe y, aun desde la austeridad y el silencio, se vincula con ella sin violencia ni indiferencia.
“Donde hay secretos hay vergüenza y la vergüenza es algo de lo que podemos prescindir”, le dice con convicción la mujer que asume el cuidado de la niña en toda la dimensión de la palabra. El gran logro de la película de Bairéad es advertir que cuidar a un niño no implica únicamente garantizar el sustento y la vivienda, sino también la escucha atenta, las rutinas que inauguran el mundo, los sinsabores de la crianza y también, la dulzura.
Tres luces -que en inglés es Foster, un término usado para nombrar a los padres que crían y no necesariamente los biológicos, tiene la sensibilidad necesaria para dar cuenta del momento preciso en la que un niño empieza a despegarse de la visión del mundo de los adultos para empezar a construir sus propias interpretaciones. Se publicó por primera vez en 2010 en la revista norteamericana The New Yorker y ese mismo año llegó a las librerías argentinas.
“El sol ahora inclinado nos devuelve una versión ahora ondulada de nuestro reflejo. Por momentos siento miedo. Espero hasta verme no como era cuando llegué, con el aspecto de una niña gitana, sino como estoy ahora, limpia, con ropa diferente. Hundo el cucharón y me lo llevo a los labios. El agua está fría y limpia como ninguna que haya probado antes. Tiene el gusto de mi padre yéndose, de él nunca habiendo venido, de no tener nada después de que él se fuera. Vuelvo a hundir el cucharón al nivel de la luz. Veo seis medidas de agua y deseo que por ahora este lugar sin vergüenza o secretos pueda ser mi casa”, escribe Keegan, también autora de los libros de cuentos “Antártida” y “Recorre los campos azules” y de la novela breve “Cosas pequeñas como esas”.
Aventuras
“En el libro van a encontrar muchísimas cosas que no están en la película. Esas cosas, forzosamente, no pueden estar por que obedecen a la utilización de lenguajes totalmente distintos”, advirtió Fondebrider -en su rol de traductor de la obra pero también de eterno lector- a quienes el lunes se acercaron a Eterna Cadencia para participar de la actividad pautada por la Embajada de Irlanda en Argentina.
Y contó, además, por qué Keegan prefirió no hacer comentarios tras el estreno de la película. “Cuando vi la película, le escribí a Claire para decirle que me había encantado. Claire no me dijo absolutamente nada. Estuve en Dublín a principios de año con ella y finalmente le pregunté más directamente qué le había parecido. ´No tengo nada que ver con la película, yo escribo libros. Lo que hicieron con la película es otra cosa y con que me paguen es suficiente´”, relató Fondebrider y contó que se están filmando otras dos películas basadas en cuentos de ella y que tampoco colaborará. Después, especuló con que lo que no le gustó a Keegan fue la forma en la que se interpretó al padre de Cáit.
Garland coincidió en que existe cierto desfasaje entre la película y la novela que se produce gracias a la interpretación del padre: “No hacía falta que el hombre de la película fuera tan desagradable, prototípicamente machista, con una amante. Es un personaje detestable que en definitiva no existe en el libro. Claire tiene una mirada mucho más compasiva sobre las condiciones de vida de ese padre que tiene muchísimos hijos y pierde el dinero jugando, pero sin crueldad”.
Cruces
Para Garland, las posibilidades que Keegan abre en la novela obedecen a cierta riqueza inherente a la literatura. “Los personajes en el libro son más ambiguos. En la literatura no hay buenos y malos, somos todos humanos y tenemos partes horribles y luminosas. En la película se refleja algo muy bien: la niña quiere sentir amor y cuidados y la forma en la que es filmada produce un doble efecto en el espectador, cierta identificación y, además, ganas de cuidarla”, analizó.
Para Brodersen y desde la óptica del cine, “toda película es un ser libre, no hay posibilidad de pelearse con esa idea”. “Creo que Claire tiene razón cuando advierte que, una vez vendidos los derechos, ya no es un tema. Hay un gran mal que afecta sobre todo al cine de gran presupuesto: la idea de que una película tiene que cumplir con todas las expectativas del lector que primero leyó el libro. Y ese capricho atenta contra la calidad cinematográfica y las posibilidades creativas”, sostuvo y reparó en el título elegido, The quiet girl, que parece ser una alusión literal a The Quiet Man, el legendario clásico dirigido por John Ford en 1952.
En esta oportunidad, el título refiere a una niña silenciosa pero repleta de destellos gracias a la elección fundamental de la actriz protagónica, Catherine Clinch. Brodersen advierte que por momentos la película se muestra limitada para dar cuenta de la prosa económica y poética de Keegan. “No está muy bien logrado”, arriesga sobre ciertas desavenencias que pueden darse en todo encuentro entre cine y literatura.