Paraná, la ciudad que no fue fundada, surgió casi de la nada, espontáneamente. Es cierto, se fue haciendo poco a poco, día a día. A mediados del siglo XIX tuvo un impacto de expansión y consolidación urbana producto de que era la Capital de la Confederación Argentina.
No obstante, era un pueblo chico, compuesto por un par de manzanas y viejas casonas. Pero las notas más evidentes de progreso se dieron hacia los años ’80, a finales del Siglo XIX, cuando de la mano del proceso inmigratorio llegan arquitectos y constructores, y el espíritu emprendedor integró estilos y lenguajes artísticos que inundaran las calles.
Una mano de obra especializada construyó esa Paraná inolvidable, con viviendas dignas de contemplar y conservar. La vieja casona de Don Agustín Borgobello, un inmigrante que llegó a nuestra ciudad y al que se le debe la realización de muchos de los más importantes edificios, estuvo ubicada en Salta y Uruguay.
Esa casa fue construida en 1890 y lamentablemente demolida por la llamada piqueta del progreso. La foto, publicada en EL DIARIO, el 16 de enero de 1981, nos ayuda a recordar ese recodo de la huella digital que caracteriza a esta ciudad.