La literatura de Donald Ray Pollock muestra la parte de la cultura norteamericana que no aparece en las películas de Hollywood. En sus relatos, desarrolla un tono corrosivo y misericordioso, donde sobreviven sin pena ni gloria un puñado de habitantes a cuyas vidas las ordena la religión, la pobreza y las drogas.
Knockemstiff, conocido también como Glenn Shade o Shady Glenn es un pequeño poblado de Ohio, Estado del Centro Norte de los Estados Unidos, ubicado a 19 kilómetros de Chillicothe y a 90 de Columbus, la capital estatal. Se dice que es una comunidad fantasma por la poca cantidad de habitantes. Como en todo el Estado, la mayoría son blancos, descendientes de alemanes e irlandeses. Ohio tiene otra particularidad: el candidato a presidente de los Estados Unidos que gana en ese Estado, triunfa en el país.
En ese lugar que alguien ha definido como “una hondonada en medio de ninguna parte a la que a duras penas se puede otorgar la categoría de pueblo”, suceden los relatos que Donald Ray Pollock narra en el libro que precisamente llama Knockemstiff.
En esa obra, transcurren vidas de seres anodinos, inmersos en un destino inasible y más preocupados por emborracharse, drogarse y abusar de la vida y el cuerpo de otros. Allí, el tiempo pasa sin que pase nada trascendente y la vida se consume en un nihilismo práctico. Leyendo a Pollock se impone el deseo de escapar de ese averno. No hay ningún tipo de conmiseración respecto a las conductas repudiables que se exponen en un libro sin medias tintas ni subterfugios.
Sin respiro
Las historias son asfixiantes y los personajes no tienen escapatoria de un destino ruin e inexorable. Pollock explora en el alma pervertida y en gran parte destruida de esos seres. Les hace decir que “las drogas y el alcohol siguen siendo uno de los grandes problemas de Estados Unidos” y que “la mayoría de la gente de las zonas rurales, bebe mucho y toma un montón de drogas de todo tipo, legales e ilegales”. Asimismo, arriesga que, en la actualidad, en la población rural o sub-rural, “sus vidas siguen siendo tristes; algunos van a la iglesia y otros están enganchados a los analgésicos”.
Es posible que a Pollock le haya sucedido lo de Manuel Puig en General Villegas. Que la exposición de la realidad condene al autor al ostracismo y repudio pueblerino. El detalle de las miserias, discriminaciones, ofensas y angustias de los personajes de los cuentos de Pollock muestran una comunidad que, como todo pueblo chico, oculta sus infiernos y exhibe hipocresía.
Donald Ray Pollock trabajó en un frigorífico y durante más de 30 años como peón de la fábrica de papel Mead Paper Mill. Sumido en un interés por la literatura -que había nacido en sus incursiones en la biblioteca del colegio cuando cursaba sus estudios-, decidió inscribirse en un programa de escritura creativa en la Universidad de Ohio, donde se graduó a los 55 años.
En ese momento resolvió contar sobre las historias y personas que conocía de su Knockemstiff natal. El nombre del pueblo podría derivarse de la contracción de la expresión inglesa “knock them/him stiff” (déjalos tiesos) que le da una connotación difícil de desconocer a esas almas que se fueron ubicando en ese inhóspito paraje.
En Pollock es posible descubrir influencias de Ohio, de Sherwood Anderson, y de las novelas de Erskine Cladwell, en particular El camino del tabaco. Podría decirse que la dosis de violencia, que impacta en sus relatos, es la que ha motivado a Jim Thompson, Denis Johnson o, incluso, Cormac Mc Carthy, el notable autor de La carretera.
Puentes
El banquete celestial es otra novela de Pollock, que transcurre en los Estados Unidos de 1917, casi al final de la Primera Guerra Mundial, en esos mismos ámbitos rurales, donde reina la extrema pobreza y la precariedad. Se trata de otro libro intenso y, por momentos, revulsivo, sobre todo por la crudeza y la inclemencia con que Pollock viste a sus criaturas.
Los personajes de la historia, atravesados por una escasez tanto material como de expectativas, persiguen el día a día para sobrevivir en la marginalidad, sin esperar nada ni vislumbrar una modificación de su realidad. Son crudos, salvajes, naturales, poco o nada refinados, ignorantes y analfabetos. En parte, huyen para adelante, sin saber dónde van. Parecen disfrutar la violencia, aunque, no necesariamente, entienden la perversidad con que se mueven. La determinación social, cultural y geográfica es manifiesta en esos seres absolutamente rudimentarios.
El diablo a todas horas es una novela anterior a El banquete celestial. Relata la vida de un joven integrante de una familia creyente. Transcurre también en Knockemstiff. El padre pierde la razón cuando se entera que su mujer padece un cáncer terminal. Recurren a la fe de manera enfermiza y sangrienta. Se suman personajes secundarios que tienen el mismo nivel de desequilibrio y que transitan carreteras norteamericanas sumidos en locura, obsesión, fanatismo religioso, pre-conceptos y sentimientos de culpa. Pero, como en todas las historias de Pollock, no falta la sangre y la violencia. Es la cara más oscura del sueño americano. Intenta convencernos que viviendo y actuando de la manera en que sus personajes lo hacen, no hay ni redención, ni salvación, ni forma de salir de la hondonada a la que se refiere repetidamente el autor.
Al cine
Las historias de Pollock han llegado a la pantalla grande. La película El diablo a todas horas, filmada en 2020, está basada en un libro suyo. El filme estuvo dirigido por Antonio Campos e interpretado por Bill Skarsgard, Tom Holland, Haley Bennet e incluso el mismo escritor aporta su voz como narrador.
Pollock, con la agudeza de Carver, la poesía de Faulkner, el realismo de Mc Cullers, es una pluma potente y desafiante que sorprende por su crudeza, realismo e impacto. A partir de ahora, evidentemente, imprescindible.
La obra de Pollock retrata a una población sin esperanza, que vive en el desasosiego, para la cual el porvenir es una idea ajena y la violencia, su forma predilecta de encarar las relaciones humanas. El mundo donde sus relatos habitan es un lugar miserable donde la gente lucha por no caer en la espiral de decadencia que pareciera casi genética.
Con dosis de humor negro, Donald Ray Pollock muestra una cruda realidad estadounidense: la de aquellos que no están incluidos en el “american way of life”.