Un puñado de historias de trotamundos, nos permite asomarnos al mundo de mujeres intrépidas y, a la vez, a la dimensión transformadora de la experiencia de moverse del lugar. La autora del libro Viajeras, Silvina Quintans, brinda detalles de la compilación realizada.
Eva Marabotto
Algunas se vistieron de piratas en el Caribe, otras cruzaron territorios inhóspitos en busca del amor o la promesa de una herencia, hubo quienes aprovecharon la travesía para acrecentar el conocimiento científico, y también las que se desafiaron a sí mismas y a sus sociedades y viajaron simplemente por placer, según relata el libro Viajeras, de la abogada, traductora y periodista Silvina Quintans, quien reunió las biografías de once mujeres que salieron a los caminos y los océanos entre principios del siglo XVIII y la primera mitad del siglo XX.
Quienes protagonizan esas historias viajaron solas por territorios agrestes o mares embravecidos y se enfrentaron a los mandatos sociales que les imponían quedarse en sus casas como madres, hijas o esposas abnegadas y les generaban trabas incluso desde lo más simple: la moda de los salones no era apta para subirse a trenes, barcos, caballos y bicicletas y debieron proveerse de atuendos más cómodos.
La autora accedió a repasar la colección de perfiles e historias que nació en cuarentena y se convirtió en un libro que homenajea a ese puñado de mujeres intrépidas.
–¿Cómo surgió la idea de recopilar las historias de estas viajeras?
–Vengo hace años trabajando temas de género en un programa de radio y también hago periodismo de viajes. El libro cruza ambas cosas. Surgió porque durante el aislamiento por la pandemia tenía una columna de turismo y no había movilidad ni viaje posible. Para hacer que la gente viajase con su imaginación, empecé a recopilar crónicas de viajes y me llamaron la atención las que estaban escritas por mujeres.
En cadena
–¿Conocía los perfiles de estas mujeres?
–A algunas las conocía, como Flora Tristán, la aventurera que viajó de Europa a Perú para recuperar su nombre y su herencia en 1833. Pero luego fueron surgiendo muchas otras. Incluso algunas aportadas por los oyentes. Llegué a tener 25 biografías, de las cuales elegí once para el libro, incluso dos argentinas: Ana Becker, la “gaucha rubia” que me propuso un oyente, Fabián Gómez, y Ada Elflein. Busqué que fuesen de varios países, que pertenecieran a distintas clases sociales y tuvieran diferentes motivaciones.
Me pareció oportuno rescatar esos relatos en plena pandemia, como el de Lady Mary Montagu quien conoció las vacunas en Estambul mientras acompañaba a su esposo diplomático. Después las promovió en Europa en 1718 cuando Eduardo Jenner, a quien se atribuye la creación de la vacuna, lo hizo en 1790. Incluso se animó a inocular a su propio hijo para probar la eficacia del procedimiento. No son historias desconocidas, salvo, quizás la de Ana Becker, pero están difundidas en un cierto círculo. No para el gran público. Eso muestra la invisibilización de las mujeres en todos los campos, incluso en el tema viajes. Sucede que, aunque Ana Becker es de 1950, las demás son de los siglos anteriores. Eran muy disruptivas para la época.
–En su texto, enfatiza que su rebeldía llega incluso a la vestimenta que usan…
–La ropa podría considerarse un tema banal pero hay que tener en cuenta que estas mujeres estaban vestidas para hacer las tareas domésticas o ser anfitrionas en los salones, pero no era habitual que salieran o viajaran. Es el caso de Annie Londonberry, que dio la vuelta al mundo en bicicleta usando bloomers (pantalones parecidos a las bombachas de gauchos) y sorprendía en los lugares donde pasaba por sus músculos y por su piel bronceada. Un diario de Francia la describió como “un ser andrógino”.
La cuestión de la indumentaria atraviesa las historias. Cuando le confirmaron que iba a salir a dar la vuelta al mundo, la periodista Nellie Bly fue a un sastre y se mandó a hacer un trajecito a medida que le sirviese para el calor y para el frío. Después esa prenda se convirtió en un boom. Ella quería viajar con poco equipaje.
Ser y parecer
–En algunos casos, como las piratas, viajaron vestidas de hombre…
–Claro. Porque piratas y corsarios consideraban que las mujeres eran portadoras de mala suerte en los barcos. Así que Anne Bonny y Mary Read se disfrazaron de hombres para embarcarse.
Pero también la botánica Jeanne Baret, que se puso ropas masculinas para realizar una expedición. Ella no contó su historia, pero encontré una biografía que escribió una autora estadounidense. Ella acompañó a su pareja en una expedición de recolección de especies, pero como él estaba enfermo, a todo el trabajo lo hizo Jeanne. Su marido finalmente murió y fue ella la que llevó unas 3.000 muestras al Museo de Historia Natural en París.
–¿Tiene alguna historia favorita?
–Me gustan todas. Quizá la que más me extrañó porque la desconocía es la de Ana Becker, la “gaucha rubia”, que recorrió América a caballo. Después publicó un libro que está muy bien escrito.
Supongo que está invisibilizada porque en un momento del recorrido necesitaba un caballo y se lo pidió a la primera dama, Eva Perón, que se lo mandó. Tal vez quedó asociada al peronismo y después de la Revolución Libertadora no se habló mucho de su hazaña.
Sin embargo, Ana recurrió a todo el que pudiese ayudarla, desde dictadores en Centroamérica al conservador Roberto Ortíz, que era presidente de la Argentina cuando empezó a planear su viaje.
Identidades
–También Flora Tristán se contó a sí misma y a su viaje.
–Sí, en “Peregrinaciones de una paria” relató su viaje a Perú en busca de ser reconocida -ya que era hija de un matrimonio que no había sido legitimado- y de su herencia. Ella provenía de una familia muy rica, pero vivía en la pobreza. Además, la habían casado muy joven con un hombre mayor que la maltrataba y no se podía divorciar.
En Perú no le dan la herencia, pero la tratan bien, escuchan sus consejos y sus opiniones sobre política y eso la empodera. Vuelve a Europa sin un peso, pero con una fuerza y una conciencia de sí misma que no tenía antes de viajar. Eso tienen los viajes, que son transformadores.
–¿Cómo se transformaron las historias en un libro?
–Propuse la idea en la Editorial El Ateneo y les interesó para la colección de biografías. Lo trabajamos con Elena Luquetti, que hizo la investigación de las imágenes. Me gustó el diseño de la editorial que es muy periodístico, con despieces. Se nos ocurrió también agregar la ficha de cada una de las mujeres y proponer material complementario para quienes quieran profundizar las historias. Hay bibliografía, pero también videos y películas sobre las viajeras.
No quise ficcionalizar las historias, pero busqué colocar a las viajeras en una situación extrema, en un momento de duda. No me interesaba pintarlas como superheroínas, sino como personas de carne y hueso.