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Dictadores y retratos: el robo de los cuadros

Una serie de maniobras pone en debate el carácter original de los cuadros retirados.
El 24 de marzo de 2004, el entonces presidente Néstor Kirchner ordenó bajar los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone en el colegio militar de El Palomar. El episodio penetraría en las fibras íntimas de la historia política reciente, y sería fundante de la retórica kirchnerista. Sin embargo, aunque durante mucho tiempo no se supo, los retratos descolgados aquel día no fueron los que debían ser.

El imperativo “proceda”, pronunciado por el entonces presidente Néstor Kirchner, todavía reverbera desde aquel ya lejano 24 de marzo de 2004. El jefe del estado mayor del ejército, Roberto Bendini, cumplió con la indicación y descolgó los cuadros de los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone del colegio militar de El Palomar. Una parte de la Historia reciente comenzaba a escribirse en ese preciso acto. El episodio, sin embargo, tiene detalles que fueron desconocidos durante mucho tiempo: los retratos descolgados aquel día no fueron los que debían ser.

No se trató de una confusión, sino de una estrategia premeditada para contrarrestar un sabotaje. Además del profundo valor simbólico, aquel homenaje sería fundacional de la retórica kirchnerista. Sin embargo, los cuadros fueron robados por un grupo de cadetes la noche anterior. La información no se hizo pública. En lugar de eso, se ordenó imprimir y encuadrar otra fotografía a partir de los negativos originales.

La estrategia tuvo su efecto deseado. Para la gente, los retratos que habían sido descolgados aquel día eran genuinos. Desde entonces, el relato quedó instalado de manera definitiva.

En el libro titulado El cuadro (Planeta, 2023), los periodistas Joaquín Sánchez Mariño y Julián Zocchi llevaron adelante la investigación sobre este suceso. 

“Durante casi dos décadas nadie tuvo la certeza de si ese hurto finalmente se hizo o no, todo quedó oculto tras la imagen efectiva de Bendini retirando el famoso cuadro. Pero un día del año 2020, uno de esos cadetes (hoy un militar en servicio) quiso hablar. Este libro es la historia de esa confesión,una crónica de un robo del que nadie supo nada, pero que sucedió”, narra el inicio de El cuadro.

Los retratos robados, sin embargo, eran también copias. Se trataba de fotografías que reproducían los cuadros originales, retratos pintados al óleo. Bajo argumentos estéticos, los originales habían sido reemplazados por las fotografías que luego fueron robadas.

Para la gente, los retratos que habían sido descolgados aquel día eran genuinos. Desde entonces, el relato quedó instalado de manera definitiva.

Esse es percippi

Al tratarse de un episodio que penetra directamente en las fibras más profundas de nuestra historia política reciente, cabe preguntarse: ¿tiene importancia que los cuadros que se descolgaron no fueran los que debían ser? ¿Acaso no se trata de un rito de valor simbólico? Sin embargo, ¿qué importancia tiene que se diera por supuesto que los retratos descolgados en el acto eran los genuinos? Entonces reverberan viejas, pero aún vigentes, reflexiones filosóficas.

En la antigua Grecia, Platón intentó ilustrar sus pensamientos en la alegoría de la caverna. Un grupo de hombres, prisioneros dentro de una cueva desde su nacimiento, perciben como verdadero lo que la realidad que transcurre fuera de la caverna proyecta dentro.  

Aristóteles, sin embargo, cuestionó la idea del mundo inteligible de Platón bajo su recordada frase “la única verdad es la realidad”. Aunque la frase en nuestro país se asocia al peronismo, tiene un largo bagaje a través de la historia. El filósofo Immanuel Kant y el general alemán Otto Eduard, también conocido como el príncipe de Bismark, engrosan el derrotero de una frase que muchas veces se acuña desde un sentido vacío.

Bajo ese absurdo, cabe preguntarte: ¿cómo conocemos la realidad? ¿Cuáles son nuestras vías de acceso? ¿Todo lo que es real es verdadero? ¿La verdad define a la realidad o la realidad define a la verdad? ¿No son acaso dos signos que dependen del otro para significarse? 

La premisa puede interpretarse como una resignificación mutua entre lo verdadero y lo real. No obstante, si algo falso se postula y acepta como verdad tendrá efectos reales, como ocurre con los hombres en la caverna de Platón. Con lo cual, lo real y lo verdadero a veces no se implican mutuamente. 

Sobre esta fractura entre conceptos trabaja el empirista británico George Berkeley, quien sentencia que lo que realmente le otorga un valor determinado a algo es la manera en que esto es interpretado: “el ser es percepción”.

En 1917, el presidente Woodrow Wilson buscaba comunicar que Estados Unidos ingresaría en la Gran Guerra. Sin embargo, había sido el propio Wilson quien fue electo como el candidato que bregaba por la paz, y la gente que lo había votado no estaba de acuerdo con que Estados Unidos tomara partido en el conflicto bélico. La difícil tarea de convencer al pueblo le fue asignada a un sobrino de Sigmund Freud, Edward Bernays, que aprovecharía la ocasión para erigirse como uno de los pioneros en las estrategias para la construcción de la opinión pública. Al terminar la Primera Guerra Mundial, se develaría que muchas de las imágenes que habían sido utilizadas en la campaña de Wilson en realidad no habían sido genuinas. Bajo la perspectiva del empirista Berkeley, Bernays llevó adelante una campaña que cumplió su objetivo y le auguró una carrera exitosa en el campo propagandístico.

El aura del arte

Volviendo al caso del episodio del robo y de la decisión de ubicar una réplica para descolgar en el rito simbólico que acabó siendo fundacional del kirchnerismo, es justo detenerse a reflexionar sobre la palabra “réplica”. El concepto supone que existe un original, pero no es así.

Resulta interesante analizar el episodio desde la mirada del teórico de la Escuela de Frankfurt, Walter Benjamin. El autor de “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, que estudia el cambio de valor de las obras de arte a través del tiempo, propone el concepto de “aura”. Para Benjamin, el aura es lo que le otorga autenticidad a la obra de arte. Cuando esta se reproduce, dice el crítico alemán, el aura se atrofia. La cantidad de copias de un cuadro es inversamente proporcional al carácter auténtico del mismo: mientras más reproducciones tenga la obra, menos original será.

Desde esta perspectiva, los cuadros robados en el Colegio Militar El Palomar no eran originales, porque eran una fotografía del óleo original. Así, aun sin el robo aludido, se hubiera descolgado una reproducción de la obra auténtica.



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