Un singular modo de intervenir socialmente junto a mujeres que sufren violencia de género en La Floresta, dio origen a un libro que recupera y teoriza sobre dicha experiencia. EL DIARIO dialogó con Gisella Margarita Miño Cozzi, autora de “En el tejido está el secreto”, que seré presentado el 27 de octubre, a las 20, en el Centro Cultural La Hendija.
Un entramado de relatos de vivencias personales y un registro poético y comprometido con la complejidad de la realidad social y las posibilidades de transformarla con nuevas formas, que apuestan a la escucha, a contemplar la incertidumbre y valorar la propia intuición, es lo que se desprende de la lectura de “En el tejido está el secreto. Relatos poéticos de una experiencia siestera”, de La Hendija Ediciones.
El texto en sí, invita a pensar críticamente las prácticas del Trabajo Social. Su autora, Gisella Margarita Miño Cozzi, habla de intervenciones profesionales, pero desde un lugar de cuestionamiento, desde los procesos de frustración más íntimos y la fuerza de la creación de estrategias colectivas en el ámbito de la Atención Primaria de la Salud, donde se desempeñó.
Este libro fue surgiendo de su trayectoria personal, sus crisis, sus aprendizajes, su experiencia en el Centro de Salud Ramón Carrillo, de La Floresta, y las múltiples facetas e identidades como artesana, trabajadora social, cantora, madre, e hija.
EL DIARIO dialogó con esta trabajadora social para saber más sobre su particular modo de pensar las intervenciones sociales. “Parto del concepto de trabajo artesanal de Richard Sennett, quien lo define como ‘el deseo de hacer algo bien en donde antes no había nada’. Este autor no considera solo artesanal a la labor manual a través de la cual se transforma la materia prima. Eso mismo se puede trasladar a las intervenciones con la comunidad. Nuestras prácticas pueden ser laboratorios, en los que es posible investigar sentimientos e ideas. Se crea una especie de circularidad entre dibujar y hacer, algo muy típico del enfoque artesanal. Esto es, pensar y hacer al mismo tiempo y a la vez, hacer, rehacer y volver a rehacer”, prologó.
En ese sentido, Miño Cozzi indicó que ese reconocerse dentro de sus aprendizajes como artesana la condujo hacia consideraciones y revisiones de su práctica profesional. “Se trata de aprender haciendo, resolver en el imprevisto, transgredir la idea propia, porque resulta que el color no quedó como lo esperaba. Modificar los objetivos para que estos sean guías y no mandatos, fueron algunas de las principales enseñanzas que trasladé a mi espacio de trabajo”, ilustró.
En palabras de la entrevistada, el origen de la escritura fue su propia incomodidad ante las respuestas automáticas en las intervenciones sociales que tenía que hacer a diario.
Primera persona
–¿Cómo se fue gestando el libro y con qué se va a encontrar el lector?
–Son relatos que, en forma espontánea, fui escribiendo mientras trabajaba en La Floresta; son poesías, dibujos, un modo íntimo de decir. Después de una experiencia traumática con mi hijo, tomé licencia y volví al trabajo en el centro de salud y fue una experiencia rara: vi que la institución había seguido su curso, mientras yo no.
El libro, diría, tiene la particularidad de ser una integración de distintas aristas de mi ser, para compartir y sistematizar una experiencia como trabajadora social en el Centro de Salud Ramón Carrillo, donde cumplí funciones durante 20 años. Ahí fue donde concreté, durante nueve años, la experiencia de trabajar con mujeres. El objetivo inicial fue abordar la problemática de la violencia contra ellas. Eso surgió en 2009 después de muchas intervenciones que se volvían crónicas, muchas idas y venidas con mujeres que llegaban al mismo punto de partida. Empecé a sentir que necesitaba otra exploración, sentí la incomodidad de repetir intervenciones para alivianar y justificar mi tarea.
A la par, observaba cómo las situaciones se sucedían, se cristalizaban, y cómo las mujeres se deterioraban. Todo esto me generaba mucha impotencia y entonces tuve el impulso de convocar a las mujeres, conformar redes y, sobre todo, un espacio para encontrarnos. Como era muy cruda la realidad que ellas estaban atravesando, lo primero fue arrancar con un taller de defensa personal.
Esa experiencia del grupo de mujeres fue nueva para la institución y también para el equipo de salud. Contrariamente al rol esperado de la trabajadora social, que es quien da respuesta o gestiona recursos materiales, es decir un rol asistencial, esta propuesta intentó poner en movimiento nuevas herramientas, gestionar otro tipo de recursos intangibles y simbólicos.
–¿Cómo se canalizaban las inquietudes y problemáticas?
–Teníamos un dispositivo grupal como herramienta para generar otros modos, habilitar la posibilidad de pararse y pararme de otra manera frente al agresor. Siempre el abordaje de la problemática fue desde la perspectiva de género, pero también desde un paradigma fenomenológico que tiene que ver con reconocer y recuperar la intuición, la integración de las personas, para tener en cuenta la incertidumbre en cada una de las intervenciones. Es un modo de trabajar con el que me encontré siempre y ahora lo puedo definir y compartir en esta escritura, junto a otras personas que me ayudaron a enmarcar académicamente lo que pongo en práctica.
El libro no pretende ser un informe de investigación. Se trata de compartir un modo de existir, que va de la mano con una escritura en primera persona, por eso el material privilegia la comunicación de las emociones. No es académico, digo yo, porque tiene mucho de visceral, sale del desahogo y no pasa por un raciocinio. Sin embargo, hay descubrimientos que se fueron haciendo durante la labor misma. Incorporo la idea del trabajo artesanal porque una de mis actividades fue el artesanato y pude conjugarlo con el trabajo social y la atención primaria de la salud.
–¿El trabajo social no debería ser así, no académico?
–Modestamente, desde mi experiencia, considero que hay que desprenderse de la exigencia del deber ser, porque salimos de la facultad con el bagaje académico de lo que se debe hacer frente a tal o cual situación. Eso me generó mucha frustración. La realidad tiene una complejidad tal que escapa a las exigencias de los objetivos que nos planteamos.
El grupo de mujeres del taller que hicimos durante 9 años me enseñó a ajustar o flexibilizar los objetivos, a trabajar en la incertidumbre e improvisación y la atención plena de lo que sucedía en el grupo. Desde esa tarea, despojarnos por momentos del deber ser, es imperioso para que surjan otras posibilidades. Hay que estar atentas, activando el pensamiento paralelo que nos traen las vicisitudes de la tarea.
Pararse en otro lugar
Pese a la opinión de Miño Cozzi, en el prólogo de “En el tejido está el secreto”, Lorena Fernández, Gabriela Romero, Mabel García y María Isabel Muchut, coinciden en definirlo como “un libro académico” que habla de “lo que un trabajador social realiza en el campo profesional, pero desde una perspectiva humana, simple, sencilla y vivencial”. Asimismo, destacan el formato innovador que encara Miño Cozzi, para producir teoría “desde una perspectiva artística, creativa y articulando con los procesos personales”, que es una reflexión y una invitación a evaluar las prácticas en el primer nivel de atención.
En otro orden, valoran lo pionero de recuperar la experiencia y el modo de concebir el trabajo social junto a mujeres víctimas de violencia. “Estas páginas fueron escritas en una época en la que apenas asomaban herramientas para trabajar las violencias, y soñábamos con el reconocimiento de derechos para las mujeres. Surge como libro hoy, cuando el Ni una menos ya habita las calles”
En otro párrafo, se reconocen en ese trabajo al cuidado de otros y ponderan que el texto “invita a la responsabilidad y honestidad de ocuparnos al mismo tiempo de nuestro autocuidado y de la atención de las propias heridas. La autora las expone sin vergüenza de nuestras miradas, porque tiene la certeza de que lo que es adentro también es afuera y lo que es afuera también es adentro”.
En suma, el libro insta a “no tener miedo a dejar la repetición que desconecta, a desempolvar la queja que nos disculpa, la frustración que anestesia nuestra energía vital, ser honestos con nosotros mismos y correr la nube que ensombrece nuestro propio sol como trabajadores profesionales. Resiste al paradigma médico hegemónico que atraviesa históricamente la Atención Primaria de Salud invitando a crear espacios de grupalidad”.
La experiencia del encuentro
El título del libro hace referencia al horario de la convocatoria a las mujeres del barrio, la siesta. “Ese momento en que la tarea doméstica cesa y podía haber un tiempo concreto para participar”, se lee. La intervención social que aquí se recupera consistió en abrir un espacio y tiempo para hacer y practicar defensa personal. “Fue una intervención/interpelación desde el cuerpo, aprender técnicas que nos dieran la seguridad de bloquear/parar el golpe, intuyendo que este cambio de postura que se reflejaría en el plano exterior, también implicaría en el interior una transformación”, sintetiza la autora.
Con el tiempo, aquel objetivo primero fue mutando y no solo asistían mujeres atravesadas por situaciones de violencia. Se fue generando una red y grupo de amigas que siguieron gestionando el espacio, los profesores, las actividades que querían realizar.
La propuesta se pudo llevar adelante junto a un equipo de salud constituido por la psicóloga Natalia D´Agostino, la psicopedagoga Claudia Gabás, la trabajadora Social Mercedes Rodríguez Traba y los talleristas Cristian Aizcorbe y Silvina Garay.