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Las idas y vueltas en la vida de Luisa Bacichi

Luisa Bacichi hizo un culto de la capacidad para sobreponerse a las dificultades.
La talentosa Luisa Bacichi tuvo una existencia marcada por los sobresaltos. Mirada en retrospectiva, con cada episodio de su vida podría hacerse una película. Su capacidad de reponerse fue poniéndose a prueba, como preparándola para el sacudón que significa perder a un hijo.

Su nombre en el acta bautismal era Aloysa Stéphana. Nació en Trieste, en 1855. Ella prefirió que la llamen Luigia. Sus padres eran Lorenzo Bacichi y Aloysa Bonazza que provenían de lo que hoy conocemos como Croacia. Esos nombres fueron en verdad italianizados, porque en su idioma de origen eran Laurentius y Alojzija. No es menor esta circunstancia habida cuenta de que en Argentina los nombres y apellidos fueron retocados en las olas migratorias: la pertenencia a familias se tornaba a veces incompleta por esta razón.

Luisa creció en un ambiente de artistas que la marcó en su juventud. Su tío, Vincenzo, era empresario teatral y la ayudó a dar los primeros pasos en el ballet.

Luisa Bacichi creció en un ambiente de artistas que la marcó en su juventud; su tío, Vincenzo, era empresario teatral y la ayudó a dar los primeros pasos en el ballet

Luisa Bacichi hizo un culto de la capacidad para sobreponerse a las dificultades.

Luego de la muerte de sus padres, cuando tenía veinte años Luisa se fue a vivir a París junto a su hermana menor, María, que también era bailarina. Luisa tenía un registro vocal de contralto, también se destacaba como cantante. El escritor Eugéne Cambaceres, conocido como Eugenio por estos lares, las invitó a acompañarlo en sus giras. Así fue que se instalaron las hermanas Bacichi en Barracas en la mansión de él; de a poco fueron conociendo las costumbres porteñas y a hablar español.

Cambaceres le declaraba su amor a Luisa con regalos, viajes y serenatas. En 1882 viajaron a Europa y ella se dio cuenta de que estaba embarazada. Al año siguiente nació Eugénie, a quien no pudieron anotar como Rufina (que fue el nombre que usó siempre).

La alta sociedad de la época rechazaba esa relación: que uno de sus miembros estuviese en pareja con una artista sin haberse casado, era una circunstancia escandalosa. Ninguno de los dos creía en el matrimonio sin embargo formalizaron en 1887. Él quería resguardar la herencia para Luisa y Eugénie, ya que estaba muy enfermo de tuberculosis. Viajaron a París para asistir a la Exposición Universal con motivo de celebrarse un aniversario de la Revolución Francesa. Eugenio Cambaceres ocupó un lugar preponderante en esa actividad, se quedaron hasta el mes de mayo, pero sus malestares físicos lo obligaron a regresar y falleció el 14 de junio en la casa de su amigo Carlos Pellegrini.

Sin nada

La sorpresa de Luisa al recibir la herencia fue tremenda, estaba prácticamente en bancarrota, la vida de lujos y derroches les dejaba más deudas que patrimonio. La relación con la familia de su marido estaba muy deteriorada, ella decidió una vida austera mientras que su familia política seguía derrochando lo que les quedaba para sostener ese nivel de vida de ricos.

Fue en el año 1893, cuando decidió arrendar la estancia del Quemado que quedaba en la localidad de General Alvear, en la provincia de Buenos Aires, que apareció Hipólito Yrigoyen. Lo que iba a ser un acuerdo de tipo comercial se transformó en una amistad y devino en romance. La pareja vivió diez años en esa estancia, tanto que para Rufina la de Yrigoyen era una figura paternal.

Luisa tenía cuarenta y un años cuando quedó embarazada por segunda vez. Corría el año 1896, don Hipólito le pidió ocultar que él era el padre de ese niño llamado Luis. La hermana menor de Luisa, María, se había casado con Ewald Cords, de origen alemán; en las reuniones sociales decían que Luis era hijo de ellos.

Yrigoyen tuvo muchos hijos e hijas que nunca reconoció. Con Antonia Pavón tuvo a Elena, a quien le pagó su educación, fue quien lo acompañó hasta su muerte según la escritora Lucía Gálvez; con Dominga Campos tuvo seis hijos (tres murieron siendo pequeños), los que sobrevivieron: María, Sara y Eduardo recibieron una casa en 1889. Siempre se dijo que Yrigoyen había tenido amoríos con sus alumnas, Alicia Moreau de Justo recordó que “detrás de mí se sentaba una chica que era muy bonita, la más bonita de la clase, pero era bastante ingenua. Él la conquistó, esa pobre chica tuvo un hijo de él. Se llamaba Rosalía.”

Nuevos aires

El siglo XX encontró a Yrigoyen en una excelente situación económica. El engorde de animales del Quemado le permitió arrendar la estancia Los Médanos en la localidad De la Riestra. En 1903 pudo adquirir más de trece mil hectáreas en Villa Mercedes, en San Luis; un año después sumó La Victoria, seis mil hectáreas más y otro tanto en El Tala, más de quince mil hectáreas, también en esa provincia.

En diez años se había convertido en propietario de casi treinta mil hectáreas de campo. Esa situación de bonanza se vio empañada por una desgracia, la muerte de Eugénie (Rufina). En su libro Los amores de Yrigoyen, la historiadora Araceli Bellota cuenta los detalles de aquella tragedia familiar. “El 31 de mayo de 1902 era un día de fiesta en el palacete de Montes de Oca. Rufina, la niña de la casa, celebraba su cumpleaños y todo estaba dispuesto para recibir a las amistades que vendrían a saludarla. Luego, el palco del Colón las esperaba para coronar la jornada con música lírica a la que ambas eran tan afectas. Pasaban los minutos y la joven no aparecía. En su cuarto la joven yacía en el suelo, con los ojos abiertos y fijos. Estaba muerta. Poco después, el doctor Carlos Ruiz Huidobro confirmó que todo había terminado, que la joven había fallecido a causa de un síncope.”

El profundo dolor de Luisa se convirtió en desesperación cuando le avisaron del cementerio de la Recoleta que el ataúd estaba caído y con la tapa rota; la versión oficial dijo que se había tratado de un robo porque Rufina fue sepultada con sus mejores joyas, pero Luisa pasó toda su vida pensando que su hija había sufrido un ataque de catalepsia y que la habían enterrado viva.

Iba todos los días a llevarle flores a su hija. En 1905 se inauguró la estatua de Rufina Cambaceres del escultor alemán Richard Aigner, en la Recoleta. En 1916, Hipólito Yrigoyen asumió la Presidencia; ella era la primera dama oculta siendo una fuente de consulta de su compañero; en la década del 20 Luisa enfermó y murió de cáncer en 1924, a los 69 años.

Con luz propia

La idea de “Las otras en nosotros” es poner la lupa en biografías de mujeres que en otro tiempo y en otro lugar acompañaron a personajes célebres de la historia: fueron hijas, hermanas, esposas, amantes, maestras, que brillaron con luz propia, pero quedaron recordadas en un segundo plano y hasta fueron olvidadas por las crónicas de época o tímidamente mencionadas.

La mayoría de los casos guarda relación con esta circunstancia, la de pertenecer a un círculo de ámbitos como los de la ciencia, la política, el arte, y las organizaciones sociales. Sin embargo, también haremos referencia a mujeres que, por su carácter temerario, sus aventuras fuera de lugar o su intrepidez quedaron fijadas en un imaginario popular que alimentó esos mitos con anécdotas y relatos que otorgaron rasgos ficcionales a sus personalidades o actuaciones.

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