jueves , 21 noviembre 2024
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“Los asesinos de la Luna”, un relato moral de Scorsese

De Niro y Di Caprio tienen desempeños superlativos en Los asesinos de la Luna.

Si bien como obra histórica y de concienciación política, Los asesinos de la Luna es irreprochable, la película no tiene la adrenalina que ha caracterizado la obra de su director, Martin Scorsese. En lo que el cineasta se mantiene fiel es en introducir al espectador en mundos desconocidos, donde la presencia del hombre blanco y los pueblos originarios es presentada de un modo novedoso.

Redacción EL DIARIO

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La película de Scorsese, que tuvo su premier en el último Festival de Cannes, está basada en la novela “Killers of the Flower Moon: The Osage Murders and the Birth of the FBI”, de David Grann, que cuenta cómo en la década del 20 existió un lugar en los Estados Unidos en donde los pueblos originarios masacrados por los blancos recibieron algo así como una fugaz reparación histórica, cuando la tribu Osage residente en el estado de Oklahoma se hizo millonaria, con un estilo de vida inimaginable -con propiedades, autos lujosos y hasta choferes blancos- para un pueblo marginado desde siempre.

Con un relato clásico, tan extenso como minucioso, la extraordinaria película del veterano director dedica tiempo y esfuerzos para retratar el pequeño universo de Osage County, en donde los nativos americanos convivían con los blancos e incluso, eran comunes los matrimonios mixtos.

Scorsese, que trabaja a partir de un guion que ha escrito con Eric Roth, elimina el suspenso que Grann generó con tanta maestría en su libro. Tras un prólogo en el que se representa un ritual funerario de los nativos americanos y una introducción a modo de noticiero en donde se explican las vastas reservas de petróleo que convirtieron a los Osage en el pueblo más rico del país, pone en marcha la narración. Un tren transporta al veterano de la Primera Guerra Mundial Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio) hacia Fairfax, Oklahoma, donde pretende buscar fortuna bajo la dirección de su tío Bill “King” Hale (Robert De Niro). En los primeros 20 minutos de Asesinos de la luna, Hale le explica al poco brillante Ernest que los Osage son “el pueblo más bello y hermoso de la Tierra de Dios”, antes de añadir que se puede ganar dinero reclamando los derechos de los indios sobre el petróleo que hay bajo sus tierras tribales, mediante el matrimonio, el asesinato o cualquier otro medio necesario.

Como en buena parte de su obra, Scorsese alumbra en “Los asesinos de la luna”, mundos desconocidos para la mayoría de los espectadores, ya sea el hampa, las finanzas, el circo del rock. En este caso, se enfoca en una comunidad indígena del medio oeste norteamericano que no pertenecía a las grandes tribus, primero desplazada de Missouri, luego de Kansas, hasta ser reubicada en Oklahoma, en donde languidecía hasta que inesperadamente vivió una fugaz época de esplendor por el “oro negro”.

Esa ambición de reflejar el complejo entramado social y político derivado de las extraordinarias riquezas que brotaban del suelo en forma del espeso petróleo, tiene como protagonista a Ernest Burkhart (brillante Leonardo Di Caprio), que llega a la región luego de haber participado como soldado en la Primera Guerra Mundial.

Sin demasiadas luces, pero hambriento de dinero y mujeres, Ernest comienza a trabajar a las órdenes de su tío, “Bill” Hale (De Niro, en otro gran trabajo), ganadero; pero, sobre todo, un villano de trato afable que domina el lugar y de lo que se desprende del relato, el artífice de un plan a largo plazo para hacerse de los campos de petróleo en manos “equivocadas”.

Una de las líneas del espurio proyecto -que también incluye varios tipos de asesinatos a la comunidad indígena-, consiste en casar a blancos con mujeres de la comunidad Osage millonarias para quedarse con sus riquezas.

Es ese es el camino que elige Burkhart, inducido por su tío, al enamorar y finalmente contraer matrimonio con Mollie (Lily Gladstone).

Recurriendo al falso documental, el western, el thriller y hasta el radioteatro (con una deliciosa perla para el final), “Los asesinos de la Luna” va desgranando el completo panorama de la pequeña ciudad, en donde eran parte de la cotidianidad los homicidios, algunos sangrientos y explícitos y otros tantos disfrazados de enfermedades que ponen a los Osange más ricos como inevitables destinatarios de enfermedades que acaban con su vida antes de los 50 años.

Con la corrupción, el racismo y la violencia como única estrategia de discusión, la nueva película de Scorsese se define entre el carácter lábil del ambicioso Ernest Burkhart y la amoral firmeza empresarial que representa “Bill” Hale.

Porque más allá de la asombrosa cantidad de crímenes que asolan a la comunidad, que recién empiezan a ser investigados realmente en la segunda mitad del filme por el agente Tom White (Jesse Plemons) del flamante FBI a cargo de Edgar Hoover -que como dato curioso Leonardo Di Caprio encarnó en “J. Edgar”, de Clint Eastwood-, el centro de la historia es de carácter moral, en tanto la recompensa a la ambición de Burkhart implica el asesinato de su propia esposa, a la que el protagonista ama sin reparos.

Se trata de un dilema que le sirve al director de “Casino”, “El toro salvaje” o “Taxi Driver” para explorar los límites de la codicia, el crimen como herramienta, la culpa y tal vez, alguna forma de redención, lo temas que atraviesan toda su filmografía.

Con 80 años, el realizador italoamericano comienza a despedirse de la actividad complejizando aún más si es posible dentro de su propia carrera, los temas que lo obsesionan desde sus primeras películas, un legado que ya está escrito pero que bien podría ser refrendado con “Los asesinos de la Luna”, que no desentona para nada con su la formidable obra.

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