Hace una semana, miles de fieles se reunieron en la Ermita de Hasenkamp para dar inicio a la tradicional Peregrinación de los Pueblos. Se trató de un evento significativo, dado que la caminata hace 41 años que viene realizándose.
Natalia Strack
El viernes a las 17 estaba pautada la salida. Previamente, los peregrinos comenzaron a acercarse hasta el punto en común, en el cual ya se entonaban los primeros cantos religiosos. Se distinguían las remeras y pañuelos de las diferentes parroquias, y se observaban los colectivos, camionetas y autos que se estacionaron a metros de la Ermita.
Mientras se esperaba la hora de largada, muchos fieles optaron por realizar la fila para saludar a la Virgen en Hasenkamp. Otros tomaban agua, se colocaban protector solar, se sentaban en rondas en el pasto y se preparaban para la caminata.
A las 5 de la tarde, puntualmente, los caminantes se reunieron para empezar la peregrinación hasta Paraná. Algunos más preparados que otros, hombres y mujeres de diferentes edades, compartieron el mismo objetivo aunque cada quien conservaba su propósito. Tenerlo presente era fundamental para afrontar los 90 kilómetros por delante.
La Virgen fue aplaudida por los presentes, quienes se repartían y lanzaban pétalos de rosa. Se mencionó que había más de 25 mil personas al momento de partir. El ritmo fue continuo, combinado con la música y los rezos que se escuchaban en los parlantes, los cuales fueron acompañando a los peregrinos durante ambos días como fuente de motivación.
Las paradas
Luego de subir a la ruta, caminar durante más de dos horas y escuchar reiteradas veces “a la banquina”, a modo de cuidado por parte de los servidores, el sonido de la sirena indicó que había llegado el momento del primer descanso. Este tuvo lugar en el paraje frente a la casa de la familia Podversich. Ya era de noche, se encendieron las primeras linternas y se oían los gritos de los dirigentes de los diferentes grupos que buscaban reunir a su gente para brindarles el alimento y el espacio de relajación que los relajará durante un par de horas.
La caminata nocturna tiene la ventaja de no contar con el sol primaveral de octubre. A diferencia de otros años, esta edición de la peregrinación tiene la característica de no ser demasiado frío ni lluvioso, lo que agiliza el ritmo.
Lo cierto es que algunos peregrinos llegaron hasta la primera parada y otros se sumaron desde allí hacia el segundo destino: la estación de ferrocarril de Cerrito, a la que se llegó cerca de la medianoche del viernes.
Este fue uno de los momentos claves y más característicos de la peregrinación. Cientos de personas se agregaron al grupo, con sus camperas, gorros, capuchas y hasta guantes. La sirena, nuevamente, anunció que continuaba el recorrido y los ayudantes brindaron antorchas para iluminar el camino. La presencia del fuego se entrelazaba con la melodía de la música y las oraciones que unificaban a la masa. El cielo estrellado completaba el panorama y la luna se volvió un faro más.
La tercera parada fue en El Palenque. Allí, muchos aprovecharon a dormir unas horas y los colaboradores de la zona ofrecían café y tortas fritas para desayunar. Más de la mitad del objetivo ya estaba realizado y esto se manifestaba en el cansancio de los peregrinos. En cada parada hubo carpas disponibles para vendarse/curarse las heridas de los pies. Pero las ampollas no fueron una limitación para continuar hacia el último punto.
Con la salida del sol de fondo, los caminantes comenzaron a quitarse los abrigos y a afrontar física y mentalmente el trayecto más extenso hasta Sauce Montrull. El sábado acompañó con elevadas temperaturas y en los parlantes se recordaba, reiteradamente, el uso del protector solar y la ingesta de agua.
Al ser un evento que carga con 41 años de historia, su organización fue destacable. Cada tanto, había autos ofreciendo agua, “conectores” que levantan a quienes se sienten agotados y ambulancias disponibles.
Al atravesar La Picada el camino se volvió más tedioso. El calor y el cansancio se hacían sentir con intensidad. Fue aquí cuando los peregrinos se aferraban a los propósitos que los movilizaron a estar presentes durante ambos días. Agarraban con fuerza sus rosarios o miraban las fotografías de sus seres queridos que los acompañan plasmados en collares, gorras y remeras. Se rezaba por las diferentes intenciones, y se bailaba y cantaba, pese al agotamiento notable.
La última parada sobrevino al mediodía del sábado. Los peregrinos almorzaron y descansaron para prepararse para el tramo final, el que tendrá como destino el Santuario de la Loma. Cuando los pies se enfriaron, las rengueras complejizaron el reinicio de la caminata. Fue el momento de valorar el cuerpo. De hecho, más allá de los dolores, quedó demostrado que se pudieron finalizar los 90 kilómetros.
Miles de personas se sumaron a este último trayecto. Los palos y bastones cumplían un rol fundamental. La solidaridad se manifestaba entre la multitud y los primeros recibimientos de los habitantes de las localidades aledañas a Paraná generaban un impulso en los caminantes que ya llevaban más de 20 horas en peregrinación.
La llegada
El destino se aproximaba, se escuchaban los aplausos y se dio ingreso a la capital entrerriana por calle Almafuerte. Unas curvas destinaron hacia la interminable avenida Miguel David, pero la emoción por haberlo logrado era mayor que cualquier síntoma de dolor o cansancio. Los peregrinos omitieron esto y cantaban con mayor energía aún. Muchos familiares y amigos recibieron a los caminantes con carteles, aplausos, caramelos y cítricos para acompañar los últimos metros. Algunos incluso se agregaron al grupo hacia El Santuario.
La alegría abundaba, al igual que las lágrimas de quienes aún no podían creer lo que habían logrado. Cuando se llegó a destino, nuevamente se realizó una fila para ingresar a saludar a la Virgen de Schoenstatt. El Santuario se colmó por la multitud y durante varios minutos continuaron llegando peregrinos.
Hacia las 19, luego de haber caminado más de 24 horas, se culminó la travesía con la celebración de una Misa. Muchos se acercaron a comulgar ayudados por los bastones. Las sonrisas en sus rostros y el brillo en sus ojos decían más que las palabras que puedan tratar de emitir. El haberlo logrado los emocionaba y motivaba a volver el siguiente año: desandar 90 kilómetros como parte de una manifestación de Fe para la Virgen, en el marco del Día de la Madre.