Graciela Roskopf se dedica a la cerámica desde hace más de cuatro décadas. Se trata de una actividad que combina la creatividad y la recreación. Además, es recomendada como una forma de desconexión debido al contacto manual que requiere.
La creación de objetos a base de cerámica es uno de los recursos utilizados actualmente, de manera terapéutica, para desconectar de la rutina diaria. Esto se debe a que involucra la utilización de las manos, lo que no permite agarrar el celular; y que concentra la atención en el trabajo, brindando una sensación gratificante al momento de ver la obra finalizada.
Además, se trata del oficio que ejerce Graciela Roskopf desde hace más de 40 años. Es oriunda de Hasenkamp, pero a los 14 años se mudó a Paraná con una familia que le inculcó la cultura del trabajo y le dio la posibilidad de estudiar en la escuela de Artes Visuales hasta los 18 años. “El hombre de esta familia, que hacía todo tipo de trabajo, me dejó los moldes y el horno. Alrededor de los 15 años comencé con este rubro y le agarré la mano enseguida. Hoy, aunque a veces me pongo nerviosa porque tengo demasiado trabajo, me gusta lo que hago. Cuando me jubile, voy a continuar con la cerámica”.
Posteriormente, se casó y se mudó a la zona rural de Oro Verde. En ese entonces utilizaba el horno a leña, cuya diferencia con el eléctrico es que se debe estar más atento a la variación de la temperatura y al esmaltado. Actualmente, está radicada en El Triangular, barrio en el que la conocen por sus habilidades artesanales.
La ganancia económica no representa todo el trabajo que lleva realizar una pieza
Trabajar desde el hogar
Graciela recuerda con especial aprecio a un ex intendente, José Luis Dumé, quien la ayudó con su negocio en el momento en el que inició en el barrio oroverdense. Pudo construir un taller en el patio de su casa, lugar en el que pasa muchas horas creando. “Hago desde la arcilla, el llenado, el recorte, secado, horneado, descarga y pintura. Trabajo con encargos, no con stock. El clima influye mucho en el tiempo de fabricación. La humedad de la zona lo complejiza. También, con el calor, se rajan las piezas cuando se secan rápidamente”.
La artesana tiene clientes particulares como también negocios que le compran siempre en Oro Verde, Paraná, Nogoyá, Ramírez y Cerrito. Vende macetas, bases de velas, adornos, Papá Noel o pesebres para la Navidad.
“La música no puede faltar en mi taller. Cuando hay menos ventas, organizo seminarios para que se anoten quienes quieran aprender el rubro. Las alumnas lo toman como un modo de desconexión de sus trabajos, se van contentas porque saben que hicieron lo mejor que pudieron. Tengo una alumna con algunos problemas de salud que viene todas las semanas y crea lo que quiere”.
Roskopf afirmó que “las cosas llevan sus procesos y trabajar la cerámica lleva tiempo y paciencia”. La mayor dificultad está en el esfuerzo físico: “Tengo 56 años y me cuesta levantar algunas piezas pesadas, por ejemplo, columnas rellenas de arcilla”. Y agregó: “A veces me pone mal que la ganancia económica no te valora tanto trabajo que lleva realizar una pieza. Un tacho de 90kg de barbotina vale 25 mil pesos. Siento que es trabajar todo el día para nada. Cuando dan préstamos, siempre me ponen trabas. Lo mío siempre es a pulso”.
Luego de toda una vida dedicada a este arte, Graciela continúa trabajando hasta los fines de semana y es una apasionada por su oficio. Para ella también significa una forma de aislarse del resto de las actividades y una responsabilidad con el cliente que espera por la obra finalizada.
