La vertiginosa circulación de la información, los cambios en el ecosistema mediático, el grado de violencia y la incitación al odio son algunos de los cambios más significativos ocurridos en los medios en estos 40 años de democracia, indicó Miriam Lewin, antes de presentar un libro de la Defensoría del Público que registra crónicas periodísticas como “un signo de la época que no podemos ignorar”.
Guillermo Lipis
De este modo, la Defensoría del Público presenta un registro de los acontecimientos que marcaron la historia democrática argentina, reunidos en un libro y una serie de podcast que recorren el nacimiento de las Abuelas de Plaza de Mayo, el protagonismo de la radio, el rol del periodismo de investigación y la importancia de la presencia federal de los medios públicos, por citar algunos hitos.
El libro “40 años de Comunicación Democrática. Instantáneas de las crónicas periodísticas de la democracia argentina”, es una recopilación que marca la historia argentina. De la presentación del material participaron Miriam Lewin, Carlos Ulanovsky, Annamaría Muchnik y Pedro Saborido.
Antes, la funcionaria accedió a ser entrevistada. “En estos 40 años, el periodismo estuvo a la altura de los desafíos”, opinó Lewin, antes de agregar que el libro en cuestión “reúne algunas fotos y textos con la intención de destacar los esfuerzos y los desafíos enfrentados. No pretende ser un registro riguroso, sino proponer un recorrido en la intersección del periodismo, el derecho a la comunicación, la política, la democracia y el pluralismo”.
–¿De qué hablamos cuando hablamos de comunicación democrática?
–La comunicación es democrática cuando todos los sectores están representados en los medios con respeto a sus derechos, pueden hacer oír su voz y visibilizar sus distintas realidades.
La ciudadanía debe tener el derecho de informar y ser informada, de hablar y de ser escuchada. Tiene que tener el derecho a ser visible en el espacio público, a existir en la sociedad tanto individual como colectivamente.
Los contenidos también tienen que ser confiables, chequeados, utilizar argumentos e ideas y no agresiones. Y deben respetar y considerar la diversidad existente.
Retrospectiva
–¿Cómo cree que evolucionó la mirada del periodismo sobre la defensa de la democracia a lo largo de estos 40 años en el país?
–El respeto a la vigencia de un sistema democrático se tornó la base indiscutible de esta profesión. De hecho, cuando se publican contenidos antidemocráticos, cuando hay apología de la dictadura, las mismas audiencias ponen en juego un cuestionamiento que puede ocurrir -a veces- por vía de los comentarios de los lectores o desde las redes sociales.
Estos posteos hacen que los discursos autoritarios hayan perdido vigencia.
De todas maneras, en estos 40 años se produjeron cambios y modificaciones que afectaron las agendas de la prensa.
Y no hay que dejar de lado que la precarización laboral que afectó a los trabajadores y trabajadoras de prensa perjudicó -también- a la libertad de expresión.
–¿Percibe diferencias en esos movimientos entre el periodista o comunicador y las empresas periodísticas?
–El advenimiento de los medios comunitarios y sin fines de lucro fue un elemento muy positivo que favoreció a que empezaran a escucharse puntos de vista y voces diversas que antes también existían, pero no trascendían.
Los medios que se sirven ahora del streaming tuvieron un poder democratizador muy positivo porque significó que, con una inversión muy baja, se tuviera un medio de comunicación, cosa que antes estaba reservado a grandes grupos empresarios que emitían información alineada sólo con sus intereses y que tenían al lucro como su único objetivo.
Virajes
–Considerando a la libertad de expresión y a la información como un derecho humano esencial, ¿qué cambios estructurales percibe en los medios de comunicación y su forma de cubrir las noticias en época de dictadura y en tiempos de democracia que promuevan la buena comunicación?
–Es imposible disociar esta respuesta de los cambios tecnológicos porque Internet, la telefonía celular y las redes sociales tuvieron un efecto similar al de la invención de la imprenta en relación a los medios de comunicación y en la circulación de la cultura y de la información.
Más allá de las distorsiones que puede haber, como la presión de generar muchas visitas a una web (clicks) y la consecuente baja calidad de algunas producciones periodísticas -que son copy-paste (copia y pega)- es indudable que la vertiginosidad de la circulación de la información es un signo de la época que no podemos ignorar. Es el gran signo de la época.
Desaparecieron casi los diarios en papel porque su contenido se desactualiza antes que salgan de las rotativas.
Ahora nadie espera el noticiero para informarse. Las nuevas generaciones casi no consumen televisión de aire, se informan por redes, y los contenidos que reciben de radio y televisión también los reciben por redes.
¿Cómo apelamos, entonces, a su interés si no queremos que los medios tal como los conocemos dejen de existir? ¿Cómo se conjuga esto con un periodismo de calidad, no repentista, sensacionalista, superficial? Este es el gran desafío, pero lo que no se puede hacer es tapar el sol con la mano.
El ecosistema de medios cambió radicalmente. Además, las audiencias ahora producen contenidos, nos interpelan con esos contenidos y en ocasiones obtienen más visitas y visualizaciones que los puntos de rating de un programa del prime time.
Por eso es que nuestra capacidad profesional tiene que ser la garantía de la supervivencia del periodismo, de un periodismo de calidad. Tenemos que trabajar más, más y con mayor profundidad.
Carne podrida
–Más allá de la recuperación de las libertades y los cambios tecnológicos aplicados a la práctica periodística, ¿qué cambió en la esencia del discurso y las formas de narrar las noticias?
– Siempre hubo libelos, contenidos difamatorios, lo que se hacía en las redacciones era tratar de no publicarlos. Sin embargo, quienes están en la función pública deben aceptar las críticas, aún las más virulentas.
Lo que resulta nuevo y tóxico para la democracia es ese grado de violencia e incitación a la violencia que generan.
Respecto a la desinformación, es un fenómeno que existe de antes, lo llamábamos carne o pescado podrido, y ahora está emparentado con el discurso de odio porque en tiempos de crisis, si se criminaliza a una persona o a un colectivo con una mentira como que, por ejemplo, las travestis reciben sueldos sin trabajar, casas gratis o pasajes, se corre el riesgo de propiciar odio, violencia y crímenes homofóbicos.
También ya tuvimos el ejemplo del intento del magnicidio de la vicepresidenta (Cristina Fernández de Kirchner), caso en el que la violencia discursiva se transformó en violencia física, es decir: en violencia real, y eso es un peligro.
–¿Cómo interpreta que con 40 años de ejercicio democrático haya habido candidatos -en estas últimas elecciones- que preanunciaran la intención de cerrar o privatizar a los medios públicos como parte de su política de reducción de gastos del Estado?
–La decisión de cerrar o de privatizar los medios públicos ya estuvo presente en la administración 2015-2019, y fue la resistencia de quienes trabajaban en esos medios, pongo como ejemplo la lucha de Télam, lo que impidió que se concretara.
En los países que esas mismas líneas políticas de derecha quieren cerrar o privatizar los medios del Estado -como Francia, Alemania, Italia o Inglaterra- sin embargo, existen sólidos sistemas de medios públicos.
Al contrario de cerrarlos, lo que hay que hacer es fortalecerlos y apuntar a su excelencia.