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Manu Ginóbili, un hechizo hedonista

Cada tanto, los fanáticos regresan sobre esta jugada inolvidable para repasarla una y otra vez.
Desde su debut en el Hollywood del básquet, la carrera de Emanuel Ginóbili en la NBA pareció destinada al estrellato. Sin embargo, el periplo de Manu por la liga más espectacular del mundo no se trató solo de eso. Ginóbili pasó la frontera de los 40 y fue más allá, del juego y del tiempo.

9 de mayo de 2017. San Antonio (Texas), Estados Unidos. El AT&T Center luce expectante. Los Spurs están a 9 segundos de quedar a un triunfo de avanzar a la siguiente ronda, en los playoffs de la NBA. Del otro lado, los Rockets de Houston. La diferencia son tres puntos y a la pelota la tienen los Rockets, que rápidamente la hacen llegar a manos de su jugador estrella: el número 13, James Harden, que no tiene tiempo para pensar. Sin embargo, después de un cambio de marca, queda emparejado con un jugador que lo obliga a hacerlo.

Para entonces, la cuenta regresiva está en dos segundos. El tiempo apenas le alcanza para intentar un disparo que le permita llevar el juego a prórroga, pero la situación lo obliga a tomarse un instante. Mira fugazmente al jugador que lo defiende cara a cara, en sus ojos y en su cabeza calva se reflejarán sus hazañas más grandes y sus más dolorosas derrotas. Sabe Harden que el hombre que tiene enfrente tiene muchas más batallas peleadas que las que le quedan por delante, sabe que la experiencia es también un signo de veteranía. Pero, lejos de relajarlo, eso lo alerta más. Quisiera tener más tiempo, pero no lo tiene. Quisiera ser como el otro, que a sus 40 años en plenitud deportiva parece haber conseguido la receta para derrotar a Cronos.

Aunque Emanuel Ginóbili es argentino, ha sido el estandarte latino en el básquet de la NBA

Pero no es el otro, está arrojado a ese instante sin mañana. Por eso, sin perder más tiempo, intenta madrugar a su defensor con una finta. Por un momento cree lograrlo. Tiene el aro para tomar un tiro sencillo, casi de práctica, y conseguir así los tres puntos que su equipo necesita. ¿Habrá pensado que fue más sencillo de lo que creía? ¿Habrá sospechado que no podría ser tan fácil, que alguna trampa quedaba en camino? Pero casi no había tiempo para una trampa más. Quedaba nada más que un segundo, solo había que soltar la pelota y rezar la plegaria. Entonces toma impulso y ensaya el disparo, pero un huracán intempestivo en forma de brazo izquierdo le arranca la pelota de sus manos y la esperanza de los Houston Rockets. Porque, como reza el refrán, viejo es el viento y sigue soplando.

Experiencia

“¡Lo peina Ginóbili!”, el desbocado grito del relator Álvaro Martin reverberó en la comunidad latina esparcida en diferentes partes del mundo. Porque, aunque Manu Ginóbili es argentino, ha sido el estandarte latino en el básquet de la NBA. No solo deportivamente, al encarnar un básquet conceptualmente diferente al juego relámpago que en el show de esa liga impera. Sino también culturalmente, en nombre del latino que se siente representado por la labor de un jugador que se fue ganando su lugar a fuerza de estrategia y talento. “Lo siento mucho, pero no te puedes retirar. Por lo menos, un año más. Sin Manu, no ganaban este partido”, remata el coach Carlos Morales, comentarista de la NBA para la comunidad hispanoparlante. Y no falla. Con más de 40 años y más de 13 en la liga, Ginóbili seguiría un año más. Para recibir la gracia de un apodo paradójico: el pibe de 40. Pero, además, fue cierto que Ginóbili había sido determinante. Igual que en toda su carrera, incluso con 40 años. Si la experiencia es un peine que te obsequian cuando quedaste pelado, Manu usó esa experiencia para peinarle la pelota Harden en el momento justo.

Plenitud

Manu pareció predestinado al estrellato desde su debut en la NBA, en el Hollywood del básquet. Lo demostró en la noche en que enfrentó a los Lakers de Shaq y Kobe, en el Staples Centre de Los Ángeles. Con 25 años en aquel entonces, luego en el abismo que para algunos significan los 40 años, Ginóbili, nunca dejó de dar batalla.

No parece ser casual que Atenas haya sido su tierra prometida, en la odisea de ganar el oro olímpico de 2004. Es que Ginóbili parece un héroe salido de la mitología griega. Aliado con Cronos, pudo detener el paso del tiempo. Con 40 años siguió siendo un jugador clave dentro de los Spurs. Como si algo mágico lo hiciera trasladarse a sus años más jóvenes, o como si Manu se nutriera de un elixir extraño que lo hiciera mejorar con el paso de los años.

Alguna vez, Ginóbili fue invitado a ordenar tres razones por las cuales jugaba al básquet. Manu dijo que jugaba en tercer lugar por el dinero, en segundo por la gloria, y en primero por el placer. Así, Manu Ginóbili pareció entregarse a la filosofía de Epicuro. Fue la materialización del hedonismo más puro, jugó por placer y fue eso lo que lo mantuvo vigente hasta el final. Habiendo cumplido sus objetivos económicos y deportivos, supo seguirse brindando a lo que le da placer. Y fue ese mismo placer el que lo hizo renacer en la vigencia y plenitud, como el ave de fuego. He aquí, la plenitud de Manu: no en la juventud, sino en la experiencia. Se mantuvo pleno nutriéndose del placer que le generó hacer lo que hacía. Su receta era un círculo virtuoso perfecto, que no daba pistas de vencimiento.

Cómo Dorían Gray y su retrato, en la novela de Oscar Wilde, quizás haya existido una fotografía de Manu besando la medalla de oro en Atenas. Un retrato hechizado por algún mágico conjuro que habrá envejecido, mientras él se mantuvo pleno.

De haber sido así, habrá estado bien guardado. Manu no lo habrá visto, porque el hechizo nunca se rompió. Es que, si es el deporte el que decide cuándo retirar a los deportistas, entonces Manu nunca se retiró. Hasta la última gota de su sudor emanó vigencia, talento y profesionalismo.

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