En la vida de provincias, la carrera de sortija era una actividad habitual en las celebraciones populares de cierta relevancia. Este desafío que combina diversión y destreza era una escena reiterada en el festejo de fechas patrias y fiestas patronales.
Griselda De Paoli
Especial para EL DIARIO
Expresamos frecuentemente en este espacio que la memoria individual que construye la memoria social, contribuye a dar forma a la identidad, que requiere el continuo fortalecimiento de la trama de significados que la sustentan. La conmemoración, la celebración de aquellas cosas que hacen a la historia y a la memoria común sin duda contribuyen a ello y también pueden actuar como válvula de escape de las tensiones sociales, reafirmando el orden.
Los documentos oficiales, raramente proporcionan , para acercarnos al pasado, una visión de un punto de vista que se aproxime al del vecino, o al del observador que no tiene relación con el poder, Pero podemos apelar a otras fuentes, ya sean textos poéticos, o relatos novelados o no, a lo que dice la letra de una canción o a la imagen que plasmó un pintor. O, como lo hacemos en esta entrega de Historias Paranaseras, a la descripción de un vecino que nos ofrece su visión, un recorte de una realidad de ayer, que adquiere valor testimonial al mostrar ciertos aspectos de la vida cotidiana de los hombres del pasado que, de los que algunos matices siguen viviendo porque están fuertemente arraigados en la memoria colectiva.
En el libro Recuerdos del Pasado, de Julián Monzón, su autor describe “de manera sencilla y natural” una infalible escena de la vida provinciana – como lo expresaba Martiniano Leguizamón- que traemos para compartir, extractado de la magnífica reedición realizada en 2015 por Ediciones del Cle, La corrida de sortija. Se trata de un juego tradicional de nuestra campaña que fue infaltable en los festejos de fiestas patrias y fiestas patronales de cada pueblo, que ha perdurado con algunas variantes, en ámbitos que comparte con las carreras cuadreras y el tiro de la taba.
RELATO VIVAZ
Nos metemos en la celebración de un 3 de Febrero de muchas décadas atrás, con la frescura y vivacidad del relato de Monzón: “Una de las diversiones en que más descollaba la indumentaria y la apostura de los hijos de la tierra, era la Corrida de la Sortija”, expresa en sus páginas.
Esta fiesta tenía lugar en los aniversarios patrios: como el 9 de Julio, el 25 de Mayo y el 3 de Febrero.
“En vida del Capitán General don Justo José de Urquiza, o sea antes del años 1870, en que aquel fue asesinado; el 3 de Febrero, aniversario de la batalla de Caseros, gran victoria de la libertad, hecho notable, en que se distinguió el pueblo entrerriano bajo la dirección de aquel ilustre jefe, se solemnizaba con todo entusiasmo y con el mayor sentimiento patrio”, dice Monzón.
“Desde la víspera -evoca- se hacía sentir el regocijo de tan gran festival, con la afluencia a la Villa de los vecinos de la campaña; sobre todo, de los que podían lucir la riqueza del apero de sus cabalgaduras.”
“El día de tan glorioso aniversario, al salir el sol, se le saludaba con salvas….este fogueo general, transportaba a un campo de batalla el espíritu de los vecinos; sencillos pero muy patriotas… luego venía el Tedéum… y de allí se pasaba a la Comandancia … donde se servía licores y se daba expansión al buen humor… como a las tres de la tarde tenía lugar la corrida de la sortija”, prosigue.
“Se realizaba esta interesante fiesta en una de las calles que rodeaban la plaza del pueblo. Se levantaba en el centro de la calle un arco revestido de telas de colores patrios, en cuyas cimas ondeaban banderas, sobre todo la entrerriana”.
PROTAGONISMO ECUESTRE
“A cierta altura -prosigue el relato- se atravesaba una piola, de la que pendía una argolla sujetada con una cinta, la que pasaba por un canuto de caña de castilla y estaba asegurada con un nudo corredizo. Las principales familias y autoridades, que generalmente dirigían la corrida, se situaban enfrente del arco. Los corredores ocupaban los dos extremos del trayecto marcado,; divididos en dos bandos que se alternaban en la corrida. Era realmente una exposición de grandeza ecuestre. Los caballos eran lo mejor de las grandes tropillas de los establecimientos, por sus formas y su pelo, como por su ligereza, nerviosidad y lindo andar”.
En esa instancia, describe Monzón, “había algunas cabalgaduras que lucían valiosas prendas: como grandes pretales que cubrían el pecho del caballo; artísticas cabezadas, , pontezuelas y grandes copas en el freno; fiadores en el pescuezo del caballo; grandes estribos con sus pasadores; riendas de cadenas o enchapadas con bombitas y vistosas chapas en las cabezadas del basto. Todas estas prendas eran de plata pura y maciza; algunas llevaban incrustaciones de ingeniosos dijes de oro.”
Los jinetes se presentaban vestidos con la elegancia de aquellos tiempos. “Algunos llevaban pantalón, chaqueta y bota fuerte; otros iban con chiripá, generalmente de paño, ponchillo y bota de potro, hechas con toda prolijidad. Los más emprendados, llevaban grandes espuelas de plata y los demás espuelas de fierro. El rebenque era de uso común, habiendo algunos muy lujosos, cubiertos de botones de plata y prendidos con un juego de patacones, con una chapa o una onza de oro en el centro”.
En este tipo de eventos, concluye el autor, “el pueblo en general ocupaba las aceras de la pista, y cuando todo estaba pronto se empezaba la corrida… El torneo, exclusivamente nuestro, duraba hasta la entrada del sol. Al terminar, no faltaba algún entusiasta, que arrancando una bandera del arco, se lanzara por las calles, perseguido, para quitársela por los demás, con toda la ligereza de sus caballos y atropellando todo lo que les impedía el paso… Con estas expansiones de alegría y con algunos bailes en la noche y los infaltables fuegos artificiales, poníase término a las fiestas con que se solemnizaban nuestras glorias patrias.”