Los relatos de inmigrantes de posguerra permiten conocer las motivaciones que los impulsaron a dejar su tierra natal. Una serie de fragmentos de una entrevista con un italiano que decidió radicarse en la provincia al concluir la Segunda Guerra Mundial, dan cuenta de ello. Su historia es la de miles que llegaron al país luego del conflicto.
Las tierras del mundo están acotadas formando entidades cívicas y la población del mundo se clasifica por lugar de residencia, así, los individuos tienen una entidad regional y los vínculos sociales entre ellos se anudan dentro de un ámbito geográfico, sostiene Dean Harper (1983). Resulta más fácil migrar dentro de la propia Nación o ámbito geográfico, en tanto que emigrar plantea una experiencia apasionante pero temible.
Antes de partir, las opiniones, los proyectos, las experiencias de vida del emigrante con seguridad no son las mismas que las que se tienen luego de cinco o diez años como extranjero. Abandonar el país donde se ha nacido representa un esfuerzo extremo, particularmente después de haber sufrido experiencias tan terribles como la guerra, capaz de debilitar hasta la confianza en uno mismo.
Un destino idealizado complica aún más el encuentro con una realidad que de entrada le plantea un conflicto con el idioma, más trámites complejos, y frecuentes actitudes discriminatorias. El encuentro con familiares, ayuda a dejar de sentirse anónimo en el nuevo contexto y a adaptarse a comportamientos, normas y valores del país huésped que poco a poco el migrante adopta como propios. Con el tiempo incluso, puede llegar a renunciar a la idea de retorno.
A LAS FUENTES
Las entrevistas con inmigrantes italianos de posguerra son una fuente interesantísima de primera magnitud para conocer motivaciones que impulsaron a decenas de miles de personas dejar su país para radicarse en Entre Ríos. Una serie de fragmentos de una entrevista sostenida el 18 de abril de 1986, con un inmigrante italiano que se radicó en la provincia al concluir la Segunda Guerra Mundial, dan cuenta de las motivaciones que lo llevaron a encarar el desafío.
En su testimonio recuerda: “Papá había venido (a la Argentina) en 1927 y mi hermano mayor en 1931, ya estaban aquí. Escribí a mi hermano que me mandara un contrato de trabajo, me mandó y decidimos venir en 1949, llegamos el 31 de agosto en el Giovanna Costa, esos de los armadores, paquebotes que hacen en el sur la línea de la costa (línea C). Paquebotes buenos que partían de Génova. Éramos unos 1300 pasajeros, la mayoría italianos y también algunos españoles. Anduvimos 26 días en el mar, pensar que ahora lo hacen en 12 o 13 horas”.
En el relato asoman limitaciones a vencer: “Viajé con una pierna rota porque estaba haciendo el frente de mi casa que estaba quemada por los alemanes y caí de unos 9 metros y me rompí la pierna. El día antes de viajar me saqué el yeso yo mismo, sin ir al hospital, con la tijera y vine con el bastón”.
Otra prioridad para afrontar la aventura era el futuro y sus posibilidades: “Mi señora estaba (embarazada) de siete meses y los médicos no se responsabilizaban a bordo, pasando un número determinado de meses. Al mes que llegamos nació mi hija, la única que tenemos”.
ALEJAR EL DOLOR, LLEGAR A ENTRE RÍOS
“Estuve en el frente cuatro años y medio en Francia, en Grecia, en Albania, en Yugoeslavia, si. Yo la pasé, vi la muerte tres o cuatro veces, la muerte blanca también a 2300 metros sobre el mar, me dio más miedo que las balas la muerte blanca”, evocaba el entrevistado.
Por la condición de la esposa, con embarazo avanzado, “vine directo aquí a Entre Ríos, tenía mis manos y la voluntad y aquí estaban mi padre y mi hermano, en Paraná… De Buenos Aires fuimos a Santa Fe en tren y desde allí en balsa a Paraná y subimos la barranca caminando hasta la casa de mi tía y ahí a la mañana nomás empezamos con las dificultades del idioma”.
Las dificultades fueron diversas. ”`Enrengué´ como cinco años, por el asunto de la pierna, me había quebrado en el tobillo, doble fractura. Como no podía subir al andamio – yo soy albañil- , por la inseguridad de la pierna, fui a trabajar a una fábrica de mosaicos, de Volpe, frente al hospital en calle Gualeguaychú. Ya no está más”.
En esas condiciones el empleo fue uno de los primeros desafíos. “Nunca en mi vida había hecho mosaicos. En quince días los hacía mejor y más que los viejos que estaban ahí. Había un amigo, Binaghi, que era fabuloso como mosaiquista. Él me enseñó. Los otros me tenían un poco de rabia porque no sabía hablar”.
La falta de conocimiento del idioma fue otra barrera a desarmar. “Yo me hacía entender a señas, más todavía en los boliches (risas), a seña. Pero aprendí, aunque el acento está siempre. Una vez me dijeron si era correntino y yo les dije pero no, si soy un gringo de m…, sí, porque aquí nos decían así a nosotros cuando llegamos. Pero yo tengo un carácter alegre y congenio con todos, hice muchos amigos aquí, pero muchos”.
Al calor de las palabras, asoman recuerdos de la colectividad en aquellos años. “Había otros italianos aquí en Paraná, todavía no estaban organizados. Cuando empezaron era el año 52 que hicieron La Friulana, había otras instituciones también. Cuando llegamos había varios italianos que eran simpatizantes de Mussolini; no habían vivido la guerra”.
Luego de dos años en la mosaiquería “me uní a la empresa que construyó una escuela en La Paz y después la parte nueva del Paraná Rowing junto con mi primo. Hicimos muchos trabajos: el Colegio de Escribanos, Los Tribunales, los zócalos de la Casa de Gobierno y el templete -el entrevistado se refiere a La llama votiva de la Argentinidad 1952- que era una placita con columnas que rodeaban la llama votiva que recordaba a Eva Perón, en el lugar donde está Tribunales. Y una gran cantidad de casas de familia. Después me enfermé y dejé la empresa”.
Al considerar lo vivido con perspectiva, el entrevistado efectúa un balance que resulta positivo: “Mirando hacia atrás, Argentina no me defraudó, al contrario, vivimos bien aquí, tuvimos nuestros tropiezos y me siento muy argentino, sin dejar de ser italiano. No quise volver”. Pero la decisión, como la de tantos otros migrantes, tuvo sus costos, lo cual se hace visible cuando el entrevistado baja el tono de voz y la mirada, juntó y apretando las manos expresó: – Cuando nos vinimos, mi mamá quedó en Italia con mi hermano, cuatro años menor que yo, que también había estado en el frente. No la volví a ver “.