Cambiar de país o mudarse, puede despertar sismos psicoafectivos que cambian las reglas del juego. Pequeña Flor (2022) cuenta la historia de una joven familia entre el desespero, la rutina y lo extraordinario, el quiebre, el amor y la risa.
Victoria Elizalde | [email protected]
La canción de Páez que alude a un pétalo de sal furioso va dejando huellas de nostalgia, de urbanidad hostigantemente vacía, de desarraigo, de dolor, pero al mismo tiempo desarrolla un destello de metamorfosis y subversión. En su música algo de lo poético favorece ese cambio, en la película de Mitre es algo de lo fantástico, fantásticamente aterrizado.
Migrar puede fallar
José es dibujante y caricaturista argentino y Lucie es periodista francesa. Luego de un tiempo viviendo en Argentina se mudan a Francia por una tentadora oferta laboral para él —sólo que no maneja el idioma—, y al calor del hogar compartido dan a luz a Antonia, su primera vez en todo pero que no cae con pan bajo el brazo. Luego de seis meses, a José (Daniel Hendler) lo despiden del trabajo y Lucie (Vimala Pons) observa con naturalidad pretendidamente resuelta, la posibilidad de ser ella quien salga a trabajar. Allí comienza el conflicto en bucle. Mientras Lucie sale a trabajar durante el día, José aprende a ser padre de tiempo completo pero prontamente, en lo que padre e hija estrechan lazo, Lucie vive el desgaste, la distancia y un dejo de insatisfacción. Ambos enfrentan sus propios miedos y cuestionamientos en tensión con la ternura del crecimiento de Antonia pero las singularidades y la pareja entran en crisis. Todo suena a lugar común, lo distópico es que al mismo tiempo en que José aprende a cuidar de Antonia, aparece la figura de su vecino Jean-Claude (Melvil PouPaud), un dandy culto, fanático del jazz y con aires de superioridad a quien asesina todos los jueves cuando suena el emblemático, Petite Fleur. Paradójicamente, esos encuentros se vuelven una suerte de terapia extraña desde donde (sin proponérselo) elabora su propio estado y la razón de su infelicidad al tiempo que Lucie se adentra en un centro terapéutico de dudosa trayectoria, donde una suerte de gurú provoca los estados más irascibles de José. Un inevitable quiebre detona en la inestabilidad, y tanto José como Lucie tienen que vérselas con aquello de sí mismos que no quieren enfrentar.
Maneras de contar
La película parte de la novela homónima de Iosi Havilio (con estudios de filosofía, música y cine en su haber) quien, aunque no se encarga de adaptar el libro a guión, sí pondera la peculiar apropiación del texto literario por parte de Mitre y Llinás en la transposición y la pinta como la apertura de “una ventana nueva al universo”.
En cuestión de género es algo ecléctica porque esta comedia negra se cruza con un moderado dejo de gore, suspenso, romance y drama.
En esta historia, la forma se matiza con miradas sobre lo indómito del inconsciente y la manera inequívoca del tiempo de no ser el mismo para todo el mundo
Si bien hay algunas reacciones y personajes de desarrollo dramático endeble, buena parte de la comedia emerge del contrapunto entre la propuesta visual, la interpretación verbal de los textos y la banda sonora o la síntesis semántica que resulta de diálogos e impronta no verbal que imprimen los actores. En ese sentido, la trama de los encuentros entre ambos vecinos ostenta pequeñas estratagemas y cadencias retóricas de plasticidad coreográfica, gratamente inusitada. Lo mismo ocurre con los micro pasajes donde los personajes dicen sin decir, se provocan, por ejemplo, sólo con gestos de pretendido descuido direccionados en tono exasperante. Digno de mención, tal como pasa también con la entrañable narración de memorias de paisajes de Rosario y el Paraná en su geografía vital y mágica, con sus pescadores, camalotales y recovecos. Relato poético que proyecta experiencias sobre los personajes que desde afuera suenan a poesía, pero en la progresión interna bien podrían leerse como una hincada de espuela en caballo bravío.
La luz, los colores, las texturas sostienen los climas de modo sugerente y complementan la labor de puesta musical diseñada con tono jazzero embriagador y de deleite percibido en el lenguaje corporal de los personajes. El efecto loop del montaje destaca esa zona de lo fantástico donde no se sabe bien qué es real y qué es imaginario, si acaso hay uno o lo otro allí, como un código que se ejecuta repetidamente, casi igual hasta que se cumple una suerte de condición imprevisible que produce un nuevo estado de cosas. Como aquello que aparentemente no tiene lógica, al ser relatado y reorganizado cobra nuevo sentido.
Migrar puede despertar
En esta historia, la forma se matiza con miradas sobre lo indómito del inconsciente y la manera inequívoca del tiempo de no ser el mismo para todo el mundo, el reparo sobre la vida, la muerte y cierta pretensión contemporánea de transformación gratuita sin aceptar morir a algo. La película deja relucir la mirada sobre los recorridos del amor, los encuentros y desencuentros, el autoconocimiento y lo que implica emprender algo de distinto modo, aunque involucre atravesar el desconcierto de lo fantástico entre furiosos pétalos de sal.
FICHA TÉCNICA
Título: Petite Fleur – Fifteen ways to kill your neighbour
Idiomas: Español, francés
País: Argentina, Bélgica, Francia, España
Año: 2022
Texto original: Iosi Havilio (novela homónima)
Guión y adaptación: Santiago Mitre y Mariano Llinás
Dirección: Santiago Mitre
Edición: Alejo Moguillansky
Duración: 98 minutos
Género: Comedia, Fantástico, Drama
Plataforma: Mubi
Clasificación: +16