Pasaron 365 días del día que quedó inmortalizado en la retina de millones de argentinos. Día en el que Argentina y Francia protagonizaron una batalla acorde a lo que la instancia indicaba. La Albiceleste, luego de un partido con alargue y una tanda de penales emocionantes, cerró una noche soñada en el Lusail de Qatar para entregarle a Lionel Messi su mayor aspiración, la Copa del Mundo.
La distancia temporal suele ser un recurso eficaz para dimensionar la magnitud de los sucesos y a un año de la espectacular final Argentina-Francia en el Mundial de Qatar 2022 se presenta como un vigoroso disparador que plantea el debate sobre la mejor definición en la historia de la Copa Mundial de la FIFA.
Su desarrollo, cinematográfico y literario, plagado de matices, desbordante de emociones, la instala sin discusión entre los partidos más fantásticos. Sin embargo, los seis duelos anteriores le habían agregado más dramatismo a la historia.
CUANDO LAS FINALES SE ANTICIPAN. La Scaloneta llegó a este Mundial como uno de los favoritos a quedarse con el título. Las chapas de la Copa América 2021 y la Finalissima 2022, se sumaban a un andar eximio que traía el equipo.
Para entonces, Argentina mantiene un invicto de 36 partidos sin perder. Invicto que se perdió, quizás, en el momento más oportuno.
La derrota por 2 a 1 ante Arabia Saudita en el debut fue un baño de agua fría, pero de realidad. Casi como un cachetazo. A partir de ese momento, Argentina estaba obligado a ganar todos los partidos restantes.
El mundo miró de reojo y sonrió ante la inminente despedida temprana de Messi y compañía. Y como si hubieran despertado a una fiera, el capitán reaccionó y fue un gran artífice de la victoria por 2 a 0 ante México.
Propio del envión pero con respeto, Argentina le vaticinó el mismo marcador a la Polonia de Robert Lewandowski.
El mal trago de la fase de grupos, había pasado. Ahora empezaba otro mundial. En Octavos el contrincante era Australia y para entonces, los pibes ya tenían protagonismo indiscutido. Un 2 a 1 y a pensar en Cuartos.
Luego, Países Bajos decidió que el partido se jugara desde la previa. Las declaraciones desafortunadas de los neerlandeses llevaron a la reacción argentina. Dentro de la cancha se vivió la denominada “Batalla del Lusail”. Tras mucho trabajo y por penales, la Albiceleste apretó el puño para no dejar escapar el boleto a semis.
Ya para esa instancia, el encuentro ante Croacia fue trabajado pero con táctica y talento, la goleada 3 a 0 desahogo todo tipo de especulaciones para finalmente depositar a la Celeste y Blanca en la final.
DE PELÍCULA. La final del 18 de diciembre último en el estadio de Lusail tuvo todos los ingredientes. Goce, sorpresa, angustia, drama, confusión, consternación, nervios, desahogo y delirio, todo condensado en casi tres horas de acción, con una multitud desencajada en el estadio, tal y como lo había hecho durante los siete partidos anteriores, y todo un país en vilo a través de las pantallas de los televisores.
Fue una prueba para el sistema nervioso de los argentinos de la que no hubo indicios hasta el tramo final del tiempo reglamentario. Argentina jugó unos primeros 80 minutos de ensueño, en los que Messi fue el director de una orquesta brillantemente ajustada para la ejecución de la última pieza. La Scaloneta dominaba a placer con una defensa bien plantada, un mediocampo aceitado y un ataque certero y voraz.
Di María, ubicado por la banda izquierda, forzó el penal del 1-0 y facturó el 2-0 en una transición perfecta del equipo argentino, que combinó a un toque a lo largo de toda la cancha.
Tan grande era la diferencia de funcionamiento que la sensación de un tiempo de sobra comenzó a percibirse en el segundo período. Pero a los 80 minutos se produjo un punto de inflexión: el comienzo de otra final, sin ninguna conexión con lo visto antes. Todo se disparó por un pequeño descuido de Nicolás Otamendi, que cometió un penal y que Mbappé transformó en la resurrección de Francia.
Un minuto después, cuando Argentina todavía asimilaba emocionalmente el descuento, Mbappé apareció en toda su dimensión y empató el partido con una volea para el estupor de todo el estadio. La final que parecía definida, quedó 2 a 2 en un abrir y cerrar de ojos.
DOS TIEMPOS MÁS. Con semejante temor, la Selección encaró una prórroga para la que no estaba preparada. Messi recuperó la ventaja con su segundo gol personal, un 3-2 que entonces sí parecía definitivo pero que se desvaneció diez minutos más tarde por otro infortunio, una mano de Gonzalo Montiel en el área.
Mbappé, volvió a empatar en el minuto 118 antes de otra jugada dramática, que pudo cambiar el curso de la historia. Una devolución desde la última línea de Francia se transformó en una asistencia perfecta para Kolo Muani, que picó a la espalda de los defensores y quedó enfrentado con el arquero, quien atacó al delantero, estiró todo su cuerpo para cubrir el arco y bloqueó la volea con su pierna izquierda.
Los penales fueron la última instancia de un partido que ya se había convertido en un suplicio, una tortura para los corazones que palpitaban por la tercera estrella. Los jugadores argentinos no fallaron y Dibu Martínez fue leyenda para finalmente, después de 36 años, gritar “¡Argentina, campeón del mundo!”.