jueves , 21 noviembre 2024
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El rayo privatizador

YPF figura entre las empresas y organismos comprendidos en el proyecto de ley para privatizar, junto con Aerolíneas Argentinas, Banco Nación, Casa de la Moneda, Correo e INTA, entre otros.
“La dificultad no consiste en saber cómo pagar la deuda, sino en cómo hacer para no aumentarla”, Juan Bautista Alberdi

Soluciones posibles 🔵 Parte 2

Ladislao F. Uzín Olleros | Especial para EL DIARIO

Enmarcado en la política de la nueva administración, el Poder Ejecutivo ha elevado al Congreso un proyecto de “ley ómnibus” en la que se dispone la privatización de determinadas empresas y organismos públicos, encuadrado en la normativa vigente (ley N° 23.696 de Reforma del Estado, 1989), con el anunciado propósito de “generar mayor competencia y eficiencia económica, reducir la carga fiscal, mejorar la calidad de los servicios, promover la inversión privada y profesionalizar la gestión de las empresas”, según el texto del proyecto remitido al Parlamento.

Siendo cuestión opinable que provoca adhesiones y rechazos, señalaré por mi parte los fundamentos de optar por la segunda opción.

Entre las empresas y organismos comprendidos en el proyecto de ley, figuran -entre otros- Aerolíneas Argentinas, YPF, los ferrocarriles, el Banco Nación, la Casa de la Moneda, el Correo, el INTA, las empresas de fabricaciones militares, los talleres navales de Dársena Norte, y sigue la lista.

Hay que ser muy cuidadoso en las decisiones que se adopten al abordar estos asuntos que gravitan sobre el presente y el futuro del país; las recientes experiencias de privatizaciones y reestatizaciones han sido nefastas: ni mejoraron los servicios ni se alivió el presupuesto, muy por el contrario, culminaron en el desguace de Aerolíneas y condenas millonarias en tribunales foráneos, de las cuales, la reciente sentencia de un tribunal de Nueva York por el caso de YPF, implicará un desembolso de más de 16 mil millones de dólares en momentos en que el país carece de divisas, el Banco Central registra reservas negativas y no hay posibilidades de auxilio financiero externo, lo cual –de ser posible- implicaría acrecentar la deuda externa.

Experiencias nefastas

Entonces, ¿desprenderse de los activos nacionales es la solución?… Personalmente, me inclino por la respuesta negativa y razono remontándome siempre a los ejemplos de la historia.

El crac del 29 (el martes negro) por la caída de la Bolsa de Nueva York (Wall Street), llevó a EE.UU. a la mayor crisis de su historia (la “Gran Depresión”) con secuelas disvaliosas en el orden interno (imposibilidad de devolución de los depósitos a los ahorristas), en el frente externo (excesiva oferta, poca demanda, deflación y endeudamiento), expandiéndose la crisis por Japón, Europa e Hispanoamérica. Aquí la crisis golpeó superlativamente por tratarse de una región productora y exportadora de materias primas (algodón, cacao, café, minerales, salitre, petróleo, cereales) en desventaja –además- porque debía adquirir productos elaborados en los países industrializados, con un marcado desequilibrio en sus balanzas comerciales.

Ante la crisis, el gobierno reaccionó prestamente; el “new deal” (nuevo trato) impulsado por la administración Roosevelt entre 1933 -1938, reformuló el mercado financiero, redinamizó la economía estadounidense afectada por el crac, que provocó el desempleo masivo y las quiebras en cadena. Con ello (intervencionismo estatal controlado) EE.UU. se recuperó, industrializándose poderosamente en su ámbito interno y en el frente externo proveyó el material bélico y la logística que permitió a los aliados (incluida la URSS) salir triunfantes en la II Guerra Mundial, emergiendo como primera potencia a nivel mundial y acreedora de las naciones europeas involucradas en el conflicto, indemne en su territorio pues no fue blanco de los ataques del eje Alemania – Japón. Sumó a ello el Plan Marshall (a partir de 1948), aprobado por republicanos (con mayoría en el Congreso) y demócratas (instalados en la Casa Blanca, presidencia de Harry Truman), que se tradujo en un desembolso de 13 mil millones de dólares de la época, destinados a la reconstrucción de los países europeos devastados por la guerra. Esto fue objeto de varias críticas, en particular, porque no incidió en la recuperación de sectores estratégicos europeos y sí, favorecía la entrada de empresas estadounidenses, convirtiendo a los países destinatarios en estados clientelares y dependientes de los EE.UU. Es decir, en el país rector de la iniciativa privada, la intervención del Estado ante una crisis profunda, permitió una pronta recuperación, crecimiento exponencial de la estructura industrial y afianzarse hasta convertirse en la primera potencia mundial.

“Vivir con lo nuestro”

Aldo Ferrer (1927-2016) fue un eminente político y economista argentino, autor de una interesante obra sobre el particular: ”Vivir con lo nuestro” (2002), en la que se ubica en el contexto de la globalización y ataca lo relevante de las restricciones externas que operan como impedimentos para nuestro desarrollo; se detiene en la necesidad de diversificar la matriz productiva nacional, la importancia de aumentar el peso de la industria, advirtiendo sobre los marcos teóricos y las fuerzas sociales detrás de los modelos neoliberales, a quienes señala como responsables recurrentes del colapso de los indicadores sociales de la República Argentina, proponiendo una visión de la economía alejada de la ingenuidad de creer en la bondad y omnipotencia de las fuerzas del mercado como única opción. Remarca que, en definitiva, toda economía es política y que, por detrás de las dinámicas productivas, lo verdaderamente existente son los actores sociales y un Estado que, emancipado de los gobiernos de turno, tiene la capacidad para producir las transformaciones. Enfocado en la perspectiva nacional del desarrollo económico, acudiendo a los recursos keynesianos (tal como lo hizo Roosevelt) para orientar el crecimiento, siempre se mostró adepto al manejo estatal de los resortes básicos de la economía, así como de la propiedad pública de empresas estratégicas. Sus ideas se mantuvieron en el tiempo sin desdeñar alternativas que resultaren provechosas en determinadas coyunturas.

Sin aferrarnos al simplismo ecléctico, y ante el panorama alarmante de rifar el patrimonio nacional, para no abrumar al lector con despliegues anchurosos, en sucesivas entregas habré de referirme a la importancia estratégica que tienen para el país las empresas y organismos involucrados en esta fiebre privatizadora que no sólo empobrecen el patrimonio nacional, sino que ponen en riesgo los espacios soberanos.

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