Representaciones donde no está corrido el dolor, sino que es una capa que constituye pero no obstaculiza la posibilidad del encuentro con el otro y con el pasado como lugar de felicidad.
La memoria se construye de manera fragmentaria, con continuidades y rupturas, pero qué pasa cuando los fragmentos se dispersan y no es posible encontrar una nueva lógica: eso es lo que sucede en el documental “La memoria infinita”, de la directora chilena Maite Alberdi, sobre el deterioro cognitivo del periodista Augusto Góngora a raíz del Alzheimer, un proceso que también viene siendo eje de libros como “Otras cosas por las que llorar”, de Luciana de Luca, y “Un temporal”, de Ansilta Grizas.
Tanto las novelas como la película asumen la perspectiva de cómo se enfrenta la pérdida de la memoria de un ser querido ya sea una pareja, en el caso de “La memoria infinita”; o la de un padre, como en “Un temporal”, mientras que en “Otras cosas por las que llorar” la perspectiva es la de Carolina, una mujer de 60 años que va perdiendo la capacidad de recordar pero su voz avanza para intentar datos, anécdotas, nombres, por recomendación de su médico.
En las tres representaciones no está corrido el dolor, sino que es una capa que constituye pero no obstaculiza la posibilidad del encuentro con el otro y con el pasado como lugar de felicidad.
El documental es el trabajo más reciente de Alberdi y se trata de una producción que cierra una trilogía sobre el envejecimiento como un proceso que no es uniforme, compuesta por “La once”, sobre los encuentros de un grupo de amigas a lo largo de una vida, y “El agente topo”, acerca de la cotidianidad de un geriátrico.
Estrenada en la plataforma Netflix, la película también figura en la lista de 15 preseleccionadas en la categoría de mejor documental en los Oscar, que tendrá definidas las nominaciones el 23 de enero de 2024 y puede verse también como un homenaje a un periodista como Góngora, que trabajó por mantener la memoria de la resistencia del pueblo chileno durante la dictadura de Augusto Pinochet.
El material audiovisual producido por él también forma parte de este trabajo de Alberdi, quien se encontró con el desafío de no interrumpir durante la pandemia el registro de los días de la pareja compuesta por Góngora y la actriz y exministra de Cultura de Chile Paulina Urrutia. Entonces le entregó la cámara a Urrutia y así hay imágenes de mayor intimidad y planos más movidos o fragmentarios a lo largo del filme que pertenecen a la esposa de Góngora.
Quien fuera editor general de Teleanálisis, un noticiero que nació para informar lo que no se contaba en los medios tradicionales durante la dictadura, aceptó protagonizar este documental sobre cómo atravesaba la enfermedad diagnosticada cuando tenía 62 años.
Caminatas compartidas, charlas en las que Urrutia indaga en qué es lo que recuerda su marido sobre ese vínculo que construyeron a lo largo de décadas o ratos de repaso por los informes y entrevistas que hacía Góngora van componiendo el mapa de recuerdos de “La memoria infinita”, con la preocupación central de focalizar en aquello que recuerda y no en lo que se va difuminando.
Mientras asume las tareas de cuidado, Urrutia sigue trabajando y Góngora la acompaña, por ejemplo, al teatro. Su emoción al verla actuar o la preocupación de ella cuando él se desorienta minutos antes del comienzo de la obra en la que ella trabaja son algunas de las escenas que integran este documental que Alberdi filmó durante seis años.
Un temporal
El Alzheimer y sus consecuencias también toma la trama de la primera novela de la fotógrafa y escritora Ansilta Grizas “Un temporal” (Entropía), que surgió de las notas que la autora fue tomando mientras su padre comenzaba a atravesar el deterioro de sus capacidad de habla, memoria y movilidad.
Escrita en una segunda persona que puede leerse también como una carta al padre, “Un temporal” inicia una conversación con un padre que vive pero se va transformando a medida que avanza la escritura. Esa hija intenta, a través de ese registro, guardar recuerdos y condensar modos de su padre de habitar el mundo.
Ese registro parte de identificar la transformación que atraviesa su padre pero se abre a otros que también acompañan, cuidan y hacen duelos por el deterioro que vive un ser querido.
“Hay un movimiento de ir a buscar al pasado, es como si yo metiese los dedos en la arena de los recuerdos para ver por qué estamos acá”, dijo a Télam cuando recién se publicó la novela.
“Otras cosas por las que llorar”
En el caso de “Otras cosas por las que llorar” (Tusquets), de Luciana de Luca, también se trata de una primera novela pero el registro es en primera persona: “Yo repito las cosas, como una fuente, como una canción de cuna. Hay algo dentro de mí que está fermentando y se deshace como fruta podrida a la vista de todos”.
La voz es la de una mujer de 70 años, Carolina, que va perdiendo su memoria y su autonomía y decide seguir las indicaciones de un médico que le dijo: “Anote si se olvida, anote si duda, si tiene fantasmas en el borde del ojo, si se le oscurece el ánimo y siente una tromba de olor a sangre que viene de adentro del cuerpo”.
“Tuve una Carolina en mi vida. Mi Carolina era la mamá de mi papá. Yo viví en la provincia de Santa Fe y mis abuelos vivían en la misma manzana. Entonces había una especie de túnel invisible entre la casa de mis abuelos y la mía. Mis padres trabajaban y yo estaba muchísimo en la casa de mi abuela y compartía mucho tiempo con ella en su casa. Era su sombra. En algún momento yo crecí y mi abuela fue envejeciendo y empezó a tener un deterioro de su memoria y yo fui viviendo y acompañando ese proceso de una manera muy natural, con ella. Empecé a ver los saltos en lo que ella contaba, en la memoria, en la repetición de ciertas historias, en cómo se fijaba su atención en algunas cosas y en otras no”, contó a Télam De Luca sobre la creación de este personaje.
En los tres relatos el cuerpo se presenta como territorio de batalla y la memoria, que parece ir desvaneciéndose, es custodiada por quienes están cerca o pueden acercarse a acompañar el avance de un deterioro que no se detiene.
Pero parece ser en ese intersticio entre lo que se nombra y lo que intenta fugarse que se puede construir la memoria de una vida. Ese trabajo por retener, para proyectar, los ecos de quienes se ven atravesados por el olvido es lo que emprendieron Alberdi, Grizas y De Luca en sus relatos.
Desde el documental hasta la ficción, de las imágenes escritas a las filmadas, los tres relatos apuestan a contar para proyectar los instantes que configuran una vida y potencian de esa manera la capacidad de narrar como ejercicio contra el tiempo.
Fuente: Emilia Racciatti (Télam)