La historia del Parque Urquiza tiene facetas poco conocidas. Una de ellas es que su perfil actual fue moldeado, en la década del 30 del siglo pasado, por una multitud de personas desempleadas -de las más diversas procedencias- contratadas para esa tarea por una Comisión de Ayuda a los desocupados presidida por Alberto Marangunich.
Griselda De Paoli
Especial para EL DIARIO
Los parques, junto a plazas, calles, centros culturales y los deportivos, en sus diferentes escalas, son importantes elementos en la configuración del espacio público. Son espacios basados en un concepto de libre acceso para que personas de distintos contextos, edades y estilos de vida, pueden encontrarse para articular un sentido social colectivo; sea a través de actividades recreativas y físicas; de necesidades de disfrutar del ocio; como posibilidad de contacto con la naturaleza; de contemplación estética o simplemente para poner en pausa el trajín cotidiano. No es infrecuente que las disposiciones que cada gestión municipal introduce o cambia para regular su utilización, generen críticas, desacuerdos y quejas que en realidad tienen que ver con percibir alterados los puntos de referencia de un lugar de identidad colectiva; un “lugar practicado” diría Michel de Certeau.
Sucede también que, de improviso, una mirada mercantilista introduce cambios en la infraestructura y perfil de este espacio público – el parque- y por lo tanto una regulación del mismo que, concebido y requerido para la recreación, demanda la restructuración de las prácticas sociales, forzándolas.
Sabemos, no obstante, que si se lo observa en el transcurso de la historia puede comprenderse que un parque es un lugar y un espacio en constante transformación; pero también un lugar de memoria.
El Parque Urquiza se conformó a partir de la donación de un predio al final de la actual Avenida Alameda de a Federación, junto a la barranca, por parte de Dolores Costa de Urquiza. La donación fue ampliada por el aporte de otros vecinos que hicieron posible la “Plaza Urquiza”, diseñada por el ingeniero Thays, e inaugurado en 1895, frente al río, en un escenario inmenso y agreste que pronto (1899) animó a las autoridades municipales a emprender su ampliación adquiriendo terrenos a distintos vecinos.
Sin embargo, la gran transformación del parque fue encarada por el intendente Francisco Bertozzi y se inició con la apertura de una calle de circunvalación -en 1932- sobre el antiguo camino del tranvía a sangre que iba hasta Puerto Viejo y con las demás calles que le fueron dando forma.
ASISTENCIA AL DESEMPLEO
En plena crisis económica, la tarea se llevó a cabo con la colaboración pecuniaria de una Comisión Pro Desocupados, que era presidida por el filántropo Alberto Marangunich. -de acuerdo a lo consignado por Ofelia Sors-. Y aquí es donde apelamos al relato memorioso, al foco puesto algo más allá de los datos histórico-administrativos de la construcción de nuestro parque, y pensando, a través de la palabra de Amaro Villanueva -tal como lo señala “En memoria del desocupado”, texto que integra el libro Paraná, rosa de otoño -publicado por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos en 2016- en las manos y el esfuerzo que lo hicieron posible.
“La conversación nos lleva a unos diez años atrás, cuando otro gran período de crisis económica, como el que ahora atravesamos, hizo de esta ciudad un verdadero nido de desocupados que venían de todas partes de la provincia y de todas partes del mundo, porque entre esos linyeras había grandísimo número de extranjeros, de las más diversas nacionalidades. Por las calles desfilaban en tropel hombres rubios y jóvenes, mal vestidos, mendigando. Muchos de ellos habían cavado sus habitaciones en las barrancas inmediatas al Parque, donde el criollaje tenía sus ranchos de lata, de tablas y paja. Entonces se constituyó entre el vecindario acaudalado una Comisión de Ayuda a los Desocupados, por iniciativa de don Alberto Marangunich, a quien se le confió la presidencia. Pero eran tantos los desocupados extranjeros, venidos quién sabe de cuántos lugares del país, que en los trabajos que se emprendían para darles algún escaso jornal, apenas si encontraban ocupación los desocupados hijos de la ciudad… Y se la comprende mejor, a más de diez años de distancia, porque ahora tenemos otra vez desocupados y comisiones de ayuda.”
“La comisión que presidía Marangunich comenzó dando trabajo en el levantamiento de los rieles del antiguo tranvía de caballo. Luego encaró otros trabajos. Y después, no sabiendo cómo dar aplicación a esa barata mano de obra, inició un plan de arreglo del Parque Urquiza, que entonces se encontraba abandonado…con malos jardines y las isletas de añosos árboles que circundaban el monumento a Urquiza. Los trabajos comenzaron por la barranca que queda a espaldas del monumento… Los pocos criollos y los muchos grébanos de don Alberto empezaron a pulir la parte alta de la barranca y a adosarle tepes o ladrillos de césped. Plantaron árboles, limpiaron los caminos existentes, abrieron algunos otros, iniciaron la reparación y modernización de las antiguas almenas.”
“Entonces se hallaba al frente de la comuna de Paraná don Francisco Bertozzi, hombre emprendedor, práctico, de iniciativa, que aunque había recibido la Municipalidad en estado de completa bancarrota financiera, la puso al día y sacó plata hasta de debajo de las piedras, para modernizar la ciudad. Hizo venir de Buenos Aires un técnico en urbanización y trazado de paseos públicos y le encomendó el proyecto de modernización y ampliación del Parque Urquiza. Enseguida se continuó la obra, que cualquier día llegará hasta el Puerto Nuevo. Se obtuvo del gobierno nacional la construcción de la avenida Costanera y el refulado de los terrenos inundables inmediatos a Puerto Viejo. Más tarde se abrieron, por entre las barrancas, las curvas rampas de acceso al atracadero de la balsa, por las calles Santa Fe y Buenos Aires. De este modo le nació a Paraná uno de los paseos públicos más hermosos del país.”
A esos desocupados “de 1930 o 1932 les corresponde el mérito de haber contribuido a la materialización de esta magnífica obra con su jornal escaso y su numerosa mano de obra. Además, la casualidad, el destino… tomó a esos hombres que constituían un motivo de preocupación pública, como resorte de inspiración para sugerir la posibilidad de emprender tan hermoso trabajo, que hoy representa la gala y el prestigio de la capital de Entre Ríos… este monumento inmenso de verdor, de color, de rosas, de mármoles, de cemento, de asfalto conservará por siempre la memoria de los desocupados. Que es también un poco, a su modo, el monumento al desocupado desconocido”.