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Juan Díaz de Solís, un atajo a escala humana

Juan Díaz de Solís cuenta también las historias de superación de numerosas familias paranaenses. Foto: Sergio Ruiz.

En el sureste de la ciudad de Paraná, una calle breve teje un presente familiar y vecinal y sueña con un destino donde lo humano no quede menospreciado. Se llama Juan Díaz de Solís y allí, todavía hay lugar para el saludo atento y la conversación oportuna. Los más chicos le sacan brillo a la pasión por pedalear y en las alturas, las aves recrean una sonoridad característica.

Angelina Chanzi (*)

Especial para EL DIARIO

La calle del marinero europeo, ubicada en el barrio Villa Hermosa, presenta diversos paisajes que acompañan su recorrido. Se le designó ese nombre mediante la ordenanza N°4.717 en 1958. Gabriel Chanzi, quien vive hace 25 años allí, se refirió a la urbanización de la zona donde creció su familia.

En Paraná, la calle Juan Díaz de Solís comienza su angosto deambular en Blas Parera y continúa hasta Gobernador Crespo, trayecto en el que es interceptada cuatro veces. Corre de oeste a este y abarca seis cuadras. Quienes la recorren pueden atestiguar lo empinada que es, en su trecho inicial. Allí se encuentran las casas más antiguas, bajitas y pequeñas, que fueron las que inauguraron la vida del barrio.

En la primera esquina hay una distribuidora de bebidas. Sus camiones van y vienen, surcando el asfalto e interrumpiendo el paso con sus grandes ruedas.

Según lo que pudo averiguarse, cuando asumió Arturo Frondizi la Presidencia del país, se consagró mediante la ordenanza N°4.717 que 204 calles fueran renombradas en nuestra ciudad.

Entre ellas estaba la N°342, que pasó a llamarse Juan Díaz de Solís el 29 de abril de 1958. En aquel momento pertenecía al barrio Villa Sarmiento, pero el 31 de mayo de 1988 se reconoció, mediante la ordenanza número 1.495, a la comunidad municipal Villa Hermosa que la cobijó desde ese momento.

No están registrados los motivos por los que se le asignó ese nombre a esta arteria, pero debemos tener en cuenta que Juan Díaz de Solís fue un navegante español o portugués (no hay acuerdo en torno a este punto) considerado el primer europeo en llegar al Río de la Plata. Al marino, se le encargó que buscase el paso que comunica el Atlántico con el Mar del Sur descubierto por Balboa en 1513.

El explorador ingresó al Río de la Plata a principios de 1516. Pasó por el Río Paraná, al cual llamó Río de Santa María. Luego ancló frente a la costa uruguaya, y apenas tocó tierra los indios ocultos, probablemente charrúas, cayeron sobre él y lo mataron. Quienes sobrevivieron se volvieron a España en 1516.

Desde entonces el estuario del Río de la Plata fue conocido en España como Río de Solís.

Motivos

Se ignoran los detalles de cómo fue que una sencilla calle de Paraná terminó honrando a quien estuvo al frente de aquella expedición que, en rigor, fue la primera que documentó con certeza el descubrimiento del Río de la Plata.

Lo que se sabe, es que en algún momento no fue más que una vía de ingreso a un área agreste, no urbanizada y que, de a poco, se fue convirtiendo en lo que hoy es.

A lo largo del recorrido de la calle Juan Díaz de Solís se pueden apreciar los árboles ubicados en las veredas: ficus, chivatos y palos borrachos, y una variedad incontable de plantas que adornan los frentes de los hogares.

Llegando al tramo medio de la calle está el único terreno baldío. Entre Sáenz Peña y Beiró hay una iglesia Evangélica, que acompaña la caminata con los cantos que emergen de su interior, mientras buscan las alturas.

Juan Díaz de Solís es, como tantas, una arteria cuya memoria late en la sensibilidad de quienes la habitan. Gabriel Chanzi o Gabi, como lo llaman en el barrio, es uno de ellos: un hombre de 50 años que vive allí desde que “era todo campo” y que conoce no solo aquella zona, sino gran parte de la ciudad por haber trabajado como remisero en su juventud.

Hace 25 años compró el terreno junto a su esposa Marta, para posteriormente empezar a edificar su casa. En el barrio vio crecer a sus dos hijas y también fue protagonista de una larga historia de amor.

En la esquina de Solís y Montaño hay tres locales: un kiosco, un espacio de aprendizaje para niños y una librería. Más hacia el final de la calle hay cuatro casas que adornan sus frentes con palmeras. También una peluquería y un mecánico de autos. La gente que vive por allí aparenta ser adultos jóvenes que no pasan los 55 años, y la mayoría de las veces podemos observar soledad en las veredas.

Ante nuestra requisitoria, Gabriel informó que cuando llegó en 1998, junto a su pareja, el alumbrado público ya estaba, y a principios de 2003 llegaron los otros servicios: gas natural, cloaca y asfalto. “Hacer una casa en esos tiempos no era fácil, menos siendo tan jóvenes, pero siempre logramos salir adelante”, se refirió a sus inicios en el barrio, y agregó: “Desde siempre nos fuimos ayudando entre vecinos y con el tiempo logramos forjar lindas amistades, al igual que nuestros hijos”.

Juan Díaz de Solís parece terminar cuando es interceptada por la calle Maestro Normal, pero doblando a la derecha y luego a la izquierda vuelve a retomar su rumbo oriental. En esta parte están las casas más nuevas y en la esquina se encuentra un reciente polideportivo, donde todas las tardes se ven niños y adultos jugar al básquet y al fútbol, o simplemente tomando mates con facturas en las mesas redondas de sus costados. En el año 2013, este tramo fue nombrado por la ordenanza n° 9.169 como prolongación de Juan Díaz de Solís, que llega así hasta calle Gobernador Crespo.

“Cuando creció el barrio empezamos a tener todo a mano: farmacias, supermercados y hasta locales de ropa. Eso es lo que más me gusta de acá, porque no tenemos que hacer largos recorridos para conseguir lo que necesitamos”, dijo Gabriel acerca de la urbanización en el barrio.

Además, mencionó que esta parte nueva antes era un descampado donde sus hijas iban a remontar cometas, y la calle era una alfombra de tierra surcada por las huellas de los autos pertinaces.

A lo largo de los 600 metros de la calle se pueden apreciar en la mayoría de las casas sus frentes atravesados por rejas negras y los autos estacionados en ambos costados de la pavimentación. 

También niños yendo y viniendo en bicicleta y el cantar incesante de los loros, proveniente de los altos eucaliptos del polideportivo. Podemos decir que Juan Díaz de Solís es una calle con muchos años de historia, pero sobre todo de recuerdos.

(*) Estudiante del Taller de Especialización I. Redacción, de la carrera de Lic. en Com. Social de la Fac. de Cs. de la Educación, de la UNER.

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