El agobio de Gregorio Samsa, convertido en un monstruoso insecto tras una absurda e inobjetable metamorfosis, el laberinto interminable de injusticias padecido por Josef K en un proceso fatal y otros inolvidables personajes de Franz Kafka volverán a estar en foco este año en el que se cumple el centenario de su nacimiento.
María Aguirre
El universo literario rendirá tributo este 2024 al autor nacido en Praga en 1883 y que pese a haber tenido una muerte prematura a sus 40 años, el 3 de junio de 1924, dejó huellas indelebles en la literatura con La metamorfosis, El Proceso y El castillo (inconclusa y póstuma), obras que, sumadas a sus relatos y cartas, lo convirtieron en un escritor influyente.
Kafka se desmarcó de los cánones de su tiempo, anticipó las angustias del hombre del siglo XX y detonó interrogantes en la literatura y la filosofía. Por esos y otros motivos su figura sigue vigente hoy y su obra se prolonga en una agenda de tributos que a lo largo de este año tendrán lugar en todo el mundo para conmemorar el centenario de su muerte.
“Así como Borges observó alguna vez que Kafka había inventado a sus predecesores, o sea, que había sido capaz de influir en el pasado, hoy la vigencia de Kafka parece funcionar también al revés. No es que su obra siga teniendo pleno sentido porque explica cada vez mejor la realidad que nos toca vivir, sino más bien que nuestra realidad insiste en volverse cada vez más kafkiana, en una especie de mímesis oscura. El mundo abusa de Kafka como una máquina de plagiar sus lógicas”, analizó el novelista y poeta Andrés Neuman.
En homenaje al narrador, que pidió ser olvidado y dejó el mandato incumplido de que sus materiales fueran quemados, ya están en marcha para este año varios congresos y exposiciones que tendrán como escenario la Universidad de Oxford, las Bodleian Libraries (acreedoras de gran parte del material de Kafka) y la Asociación Internacional de Críticos de Teatro, en la ciudad checa de Brno.
¿Profeta en su tierra?
Está pendiente aún una definición sobre qué sucederá en el museo que lleva su nombre, Franz Kafka, en Praga, una ciudad un tanto esquiva a la hora de apropiarse con contundencia de la figura del autor, según describió el periodista argentino Juan Pablo Bertazza, residente allí hace cuatro años.
“Kafka cobra volumen en Praga a partir del interés y las preguntas de los visitantes de todas las latitudes, pero eso no se ve en el día a día de los habitantes locales y no es casual entonces que no exista en la actualidad ni un sólo circuito turístico, dedicado exclusivamente al autor”, contó.
Como explica Bertazza, la dominación comunista en el país -post Segunda Guerra Mundial- “invisibilizó la obra de Kafka y, si bien no estuvo explícitamente prohibida, fue sacada de circulación”, algo que perduró hasta los ‘90.
El escritor checo vivió un mundo que hoy parece lejano, un tiempo en el que la humanidad todavía no imaginaba la llegada del hombre a la Luna ni la inteligencia artificial, pero sí empezaba a mostrar las primeras señales de una Europa rehén de la voracidad de los fascismos, como el nazismo y el avance del entonces régimen comunista, que se apropió de Checoslovaquia (ahora República Checa), unas décadas después de que el país se hubiera emancipado del imperio austrohúngaro.
Quizá ahí resida el vínculo entre los textos de Kafka y el devenir del mundo moderno. “Los grandes temas que él adelanta o presagia tienen que ver con la falta de libertad, por eso es una literatura que puede leerse perfectamente hoy”, explicó Bertazza, a la luz del avance de los movimientos de extrema derecha en el mundo y del grado de indefensión de las víctimas inocentes de las guerras hoy vigentes.
Misterio literario
Sus relatos y novelas sortearon tiempos y obstáculos, además de la indiferencia de sus propios compatriotas hasta la caída del comunismo, pero pisaron fuerte en el resto de Europa y especialmente en Latinoamérica.
Neuman considera que Kafka estuvo atravesado por una “identidad desplazada, hecha de minorías superpuestas” y argumenta que “demasiado judío para el canon alemán de entreguerras, demasiado alemán para la tradición checa, demasiado elusivo e incómodo para el futuro soviético de su Praga natal”.
“Quizá por eso puede ser tan de nadie y tan nuestro”, reflexionó el escritor argentino, autor del prólogo de una nueva edición de Cuentos completos que la editorial Páginas de Espuma lanzará en la Argentina en abril, con el aporte de la biblioteca israelí que conserva el legado kafkiano y traducción de Alberto Gordo.
Para Neuman, “toda la inteligencia sensible de Kafka converge en una especie de refutación o parodia del súper hombre de su época: vulnerable, dubitativo y tiernamente pudoroso, en continuo estado de incertidumbre”. Y, por eso -opina- “su figura hoy nos suena un siglo más cercano que las sobreactuaciones de Hemingway o Henry Miller, por ejemplo”.
En mayo próximo, el XIX Congreso Internacional de la Sociedad Goethe en España analizará el impacto de la obra del checo en un encuentro que se realizará en la Universitat de Barcelona y en esa misma ciudad habrá cursos del mismo tenor en el Institut d’Humanitats.
Incluso, los resortes de su literatura permearon en el habla hispana y en el 2001 la Real Academia Española aceptó el término “kafkiano/na”, como sinónimo de una “situación absurda, angustiosa”, algo que no sucede, en cambio, en su ciudad natal Praga.
Lo cierto es que Kafka, que ya estuvo en la mirada de cineastas como Orson Welles y Aleksei Balabanov y de escritores como Thomas Mann (“describe lo inconmensurable, lo incognoscible y lo que no puede ser juzgado por la capacidad humana”, dijo el autor de La montaña mágica), ahora estará presente en editoriales y librerías que lanzarán, por ejemplo, el segundo tomo de sus Cartas, a través de Galaxia Gutenberg.
El mismo sello editará en febrero la novela de Monika Zgustova, titulada Soy Milena de Praga, basado en Milena Jesenska, amiga del escritor, destinataria de numerosas cartas entre 1920 y 1922 e integrante de la Resistencia cuando las tropas nazis invadieron el país.
Habrá publicaciones, además en abril próximo, de las editoriales Acantilado, Nórdica y Alianza, dedicadas a novelas, relatos y narraciones cortas.
Audiovisual
Pero, además, el autor checo tendrá este año su biopic (película biográfica), dirigida por la realizadora polaca Agnieszka Holland, nominada al Oscar en 1992 por la adaptación del guion para el film Europa, Europa.
Se trata de “un deslumbrante mosaico caleidoscópico de una película que dramatiza la vida y la imaginación del famoso escritor en una serie de viñetas independientes, que abarcan la vida de Kafka desde su nacimiento en la Praga de antes de la Primera Guerra Mundial, hasta su trágica muerte en Berlín en 1924”, dijeron tiempo atrás los productores del proyecto.
También, el escritor Radim Kopác está terminando en breve un libro sobre “los 60 lugares de Kafka en Praga”, apoyado en la obra y correspondencia del autor.
Estas son apenas algunas muestras del tributo que el mundo le hará al escritor un siglo después de su muerte y gracias a que su amigo Max Brod incumplió su mandato testamentario.
“Mi último ruego: quema sin leerlos absolutamente todos los manuscritos, cartas propias y ajenas, dibujos, etcétera, que se encuentren en mi legado (…), así como todos los escritos o dibujos que tú u otros, a los que debes pedírselo en mi nombre, tengáis en vuestro poder”, pidió Kafka poco antes de morir de tuberculosis.
Brod se llevó con él los manuscritos cuando en marzo de 1939 -un día antes de la entrada de los alemanes en Praga- escapó a Palestina y a su muerte, en 1968 en Tel Aviv, ese material pasó a manos de su secretaria, Esther Hoffe, que a su vez lo dejó en herencia a su hija.
En una singular paradoja del destino -que podría asociarse a los derroteros padecidos por sus personajes- el legado de Kafka fue presa de un largo y polémico proceso en torno a los derechos de propiedad.
Reivindicado por Israel para su Biblioteca Nacional (en línea con la voluntad de Brod) y ambicionado también por Alemania (frente a la resistencia a deshacerse de él de la familia Hoffe), el litigio concluyó en 2016, cuando la justicia le dio la razón al Estado israelí.
Un muerto exitoso
Perteneciente a una familia de comerciantes judíos, subminoría de la minoría de alemanes que hablan un minoritario alemán en la colosal Praga del Imperio austrohúngaro; corredor de seguros primero, inspector de accidentes laborales después, Frank Kafka, cuyo apellido trajo del alemán al checo su abuelo y significa algo así como «grajo», «pájaro negro» –el negro, vestimenta de muchos de sus personajes–, Kafka se convirtió con su exigua obra –por escasa– en el escritor más influyente para los escritores del siglo XX, y aun del XXI.
Su proeza se llama rentabilidad, que es igual al rendimiento dividido por el esfuerzo. Ningún escritor ha obtenido tanto de tan poco –entiéndase el poco en cantidad–. En vida recibió elogios de Rilke, Musil, Hesse, Döblin –todos mayores que él y todos le sobrevivieron–. Dichos elogios son por una obra publicada en vida que, si dejamos fuera documentos privados y las cartas que intercambió con sus amores, son nueve títulos que suman 250 páginas; la extensión tipo, tirando por lo alto, de una novela estándar de hoy.
Franz Kafka publicó más muerto que vivo, de hecho. Su obra póstuma o inacabada es la más extensa, con cerca de seiscientas páginas entre relatos, observaciones, aforismos, diario y cartas, y tres novelas inacabadas: El proceso (publicada en 1925), El castillo (1926) y El desaparecido (1927).
En total, la obra completa de Kafka suma unas ochocientas páginas, no más que cualquier ladrillo del realismo ruso. La primera edición de la misma, desoída la orden de su autor de quemar todo lo no publicado, la preparó su albacea, Max Brod, y se publicó en Berlín en 1935, momento y lugar poco oportunos. Años más tarde le leen André Breton y los surrealistas; también Camus, Gide y Sartre. Para cuando se publica la segunda edición de su obra completa en Nueva York, entre 1950 y 1958, esas ochocientas páginas han conquistado Europa.
Franz Kafka, el escritor que quiso que destruyeran su obra.