El contacto con el río no sólo es poético. Además del paisaje, fuente de recreación y deporte, el río permite también obtener el preciado `pan del agua´, en la inolvidable metáfora de Ramón Ayala. Combinando ambos aspectos, la pesca se torna una actividad que centenares de personas practican a lo largo de la franja costera de la ciudad. Desde la orilla las líneas se adentran en el curso marrón. Para muchos pescar es una cuestión de supervivencia. Entre ellos los pescadores artesanales, que obtienen sus ingresos de lo que puedan extraer del río. Con sus canoas llevan adelante cada día la esforzada tarea de recorrer sus espineles en busca del producto de su trabajo. Al costado de unos y frente a la vista de otros, la ciudad se yergue, monumental e impertérrita, como testigo del afán de los pescadores.