El 26 de marzo de 1991, nació formalmente el Mercosur. Concebido a partir de una visión que integrara estratégicamente una región que fue dividida políticamente por diversos intereses -externos e internos- tras su ruptura con España. A más de tres décadas de este proyecto de integración regional de los países del sur de América, el propósito no se ha concretado plenamente.
El 26 de marzo de 1991 Argentina, Brasil, Paraguay y la República Oriental del Uruguay suscribieron en la ciudad de Asunción, el tratado de ese nombre por el cual se plantaron las bases para la creación del Mercado Común del Sur (Mercosur).
A más de tres décadas del intento de integración regional de los países del sur de América, las idas y vueltas, las distintas visiones acerca de las políticas integracionistas impidieron alcanzar los propósitos de reunificación de territorios que en su momento integraron el extenso reino (virreinato) del Río de la Plata. La balcanización producida tras la ruptura con la metrópolis española a partir de 1810 fue la consecuencia de la visión exclusivista de los puertos metropolitanos de América como Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro en complicidad con los intereses de Inglaterra en la región.
Esta unidad territorial que se insinúa actualmente con el Mercosur, que agrega a Bolivia, incluso es anterior a la irrupción de la llamada conquista europea. En ese sentido es interesante plantear una visión del tema situados en Entre Ríos donde la toponimia, la fauna y la flora están empapadas de términos del armonioso lenguaje guaraní.
Es que la matriz cultural guaranítica-charrúa, con influencia lingüística guaraní (lengua general desde antes de la irrupción hispano-lusitana), configuró una región cultural conformada por el Paraguay, sur del Brasil, y el litoral argentino-uruguayo. Posteriormente la acción jesuítica sobre la población guaranítica consolidó aquella tendencia y se extendió hacia Santa Fe y Córdoba. La influencia europea incorporó el castellano como lengua común de la región e impuso las prácticas de la religión católica. No obstante la influencia guaranítica no se perdió. El sincretismo superó las diferencias y fortaleció el sentido de pertenencia de los pueblos de la región que se “acriollaron” constituyendo un tipo humano original.
CENTRALISMO BORBÓNICO
A fines del siglo XVIII con la creación del Virreinato del Río de la Plata, la política centralizadora de la casa de Borbón, gobernante en la metrópolis española, y la expulsión de los padres jesuitas en las postrimerías del mismo siglo produjeron un quiebre en las relaciones intrarregionales. Se tensionaron los vínculos entre las distintas regiones con los puertos de Buenos Aires, Montevideo y los centros metropolitanos del Brasil.
Cuando irrumpió el proceso de independencia la puja entre las capitales virreinales y los cabildos interiores hizo crisis. Hizo su aparición la figura del caudillo autonomista defensor de los particularismos regionales con Artigas como figura prominente que consolidó el espacio político de la Liga de los Pueblos Libres, enfrentado a las pretensiones hegemónicas del poder centralista de Buenos Aires, Montevideo y el Imperio del Brasil. Ese espacio institucionalizado por Artigas reunió brevemente los “pueblos libres” de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, la Banda Oriental y las misiones occidentales y orientales que comprendían Río Grande y Santa Catalina.
Los estados del sur del Brasil eran reivindicados como herencia del virreinato del Río de la Plata y como parte integrante de las Provincias Unidas luego de la independencia. El reclamo de los territorios del sur del Brasil se mantuvo hasta la época de la Confederación bajo la hegemonía de Rosas.
Para ponerlo en contexto apelamos a Oliveira Viana (citado por Ricardo J. Montalvo en Getulio Vargas y la unidad brasileña) que explica la conformación del Brasil a partir de la confluencia de tres historias diferentes: La de los sertones con su tipo social, el sertanejo, en el norte; la de las matas, con el matute, en el centro; y en el sur la de las pampas con el farroupilhas y el gaúcho como representantes característicos.
El sur se constituyó en una verdadera zona de frontera poblada sucesivamente por bandeirantes, azorianos portugueses y españoles provenientes del sur.
En Río Grande y Santa Catalina hubo varios intentos de confederación con el Río de la Plata, motorizados por los autonomistas republicanos, también llamados farrapos, que se oponían al predominio del centralismo imperial. En 1835 se produjo la denominada Revolución de los Farrapos liderada por el coronel Bento Goncalves de Silva, un estanciero de Río Grande.
Los rebeldes tomaron Río de Janeiro, proclamaron la república de Río Grande e iniciaron las tratativas para lograr su confederación con la Argentina. El movimiento contó con los auspicios de los orientales Juan Antonio Lavalleja, Manuel Oribe, y de Juan Manuel de Rosas.
La iniciativa no prosperó porque la diplomacia británica operó para promover la creación de un estado independiente denominado Federación del Uruguay, con la incorporación de la Banda Oriental, Entre Ríos y Corrientes. Se pretendía consolidar el estado intermedio que se había proyectado cuando se firmó la paz entre Brasil y Argentina en 1827 que creó la República Oriental del Uruguay.
Finalmente, el contraste de las tropas de la Federación, comandadas por Fructuoso Rivera, derrotadas por Oribe en la batalla de Arroyo Grande (territorio de Entre Ríos) dio por tierra las aspiraciones autonomistas a fines de 1842.
INTENTOS DE INTEGRACIÓN
Para la época de la fundación de la república del Brasil (1889), escribe Montalvo, el Río Grande del sur se constituyó en una de los centros propulsores por ser una “región nueva, penetrada de las ideas comtistas (por Auguste Comte), sin preconceptos políticos, con la influencia de las repúblicas del Plata, con una tradición republicana heredada de la República de los Farrapos ofrece una verdadera pléyade de hombres públicos que pregonan denodadamente contra la monarquía. Silveira Martius y Tulio de Castilho son sus mayores hombres”.
Cada país siguió su desarrollo en forma independiente, y a principios del siglo XX hubo un atisbo de volver a plantear la integración con la firma del tratado ABC entre el barón de Río Branco y el presidente argentino Roque Sáenz Peña. La idea fue retomada por el presidente Perón que logró firmar un acuerdo con el presidente chileno Ibañez en 1953. El gobierno del Brasil, presidido por Getulio Vargas, también coincidía en el proyecto pero no estaba en condiciones de tomar esa determinación frente al jaqueo de la oposición, influida por la política aislacionista y expansiva de Itamaraty. El mismo Vargas era un hombre del sur, nacido en Sao Borja como Andresito Guazurarí, que había brindado su decidido apoyo al Barón de Río Branco cuando promovió una solución de buenos vecinos frente al conflicto suscitado con la República Oriental de Uruguay por la posesión de la laguna Merim.
Finalmente, en la década de 1980 se dieron los primeros pasos de la integración del Mercosur.
La matriz cultural que hunde sus raíces en tiempos prehispánicos se proyecta hasta nuestros días en la idiosincrasia de los pueblos asentados en la extensa región que se prolonga desde las pampas argentinas hasta el Río Grande conformando un verdadero hinterland. Criollos rioplatenses y gaúchos riograndenses son la muestra del entretejido que trasciende las fronteras políticas y subyacen por debajo de los discursos oficiales.
Es por ello que la integración regional no puede limitarse a un mero esquema de mercado
ampliado, permanentemente jaqueado, como es el actual Mercosur.
La integración debe crecer desde los pueblos, con políticas que retomen lo que está dado y lo promuevan. El gran pensador latinoamericano Alberto Methol Ferré cita en Perón y la alianza argentino-brasileña: “’Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen’, planteaba el entonces presidente Juan Domingo Perón en 1953.”
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