El revisionismo histórico se ha empeñado en reivindicar a Rosas construyendo un relato que lo muestra como un paladín de la defensa de la soberanía nacional, incluso desde niño.
Wendel E. Gietz
Especial para EL DIARIO
Como es sabido Juan Manuel De Rosas fue derrotado por Urquiza en la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852.
El régimen rosista de delaciones y terror se derrumbó como un castillo de naipes sin nadie que lo defienda, mientras el tirano se escabullía en las sombras hacia el exilio definitivo en Inglaterra.
Según las Tablas de Sangre de José Ribera Indarte, la dictadura de Rosas dejó 20.000 muertos por motivos políticos (un número escalofriante si consideramos los datos demográficos de entonces), y también una Confederación Argentina empobrecida y barbarizada.
Pasada la larga noche hubo que hacer todo: Constitución, leyes, escuelas, bibliotecas, telégrafos, ferrocarriles (Rosas prefería la carreta), teatros, puertos, hospitales, colonias, etc.; resultado de 20 años de gobierno en favor de los intereses de Buenos Aires, en detrimento de los “Trece ranchos” (como se llamaba despectivamente al resto de las provincias argentinas).
Sin embargo, a pesar de tan desolador legado, luego de la muerte del dictador en 1877, surgió tímidamente una corriente historiográfica a partir de la obra de Adolfo Saldías, quien se empeñó en redimir lo irredimible.
Interpretando algunas acciones de política exterior construye el mito del Rosas nacionalista, el cual es extendido incluso hasta la etapa de las invasiones inglesas, cuando aquel era un joven de 14 años.
Escribe Saldías:
“Se inició la resistencia que debía concluir con la reconquista de la ciudad de Buenos Aires, Rozas se llevó a la casa de la calle de Cuyo, a varios de cuyos amigos los incitó a la pelea, los armó como pudo, y se presentó a la cabeza de ellos, al general Liniers. Así peleó al lado del mismo general la jornada del 12 de agosto de 1806. Después de la rendición de los ingleses, Liniers quiso significar a los padres del joven Rozas por los servicios que éste acababa de prestar, enviándosele con una carta honrosísima en la que le manifestaba que Rozas se había conducido “con una bravura digna de la causa que defendiera”.
Y completa el relato heroico del joven adalid argentino con la segunda invasión en julio de 1807:
“El joven Rosas sentó plaza de soldado en el cuarto escuadrón de caballería, llamado de los “Migueletes”, que mandaba el porteño don Alejo Castex. Vistiose ufano, con el uniforme punzó de ese cuerpo ―color que sería siempre de su predilección― y combatió con denuedo en la cruenta defensa de Buenos Aires contra la segunda invasión de los británicos.” Juan Manuel volvió a su casa, de la que poco antes saliera adolescente, convertido en guerrero. Sus padres, al propio tiempo que abrazaban al joven soldado que retornaba victorioso al hogar, recibían del Alcalde de primer voto don Martín de Alzaga, y de don Juan Miguens sendas cartas de felicitaciones por la conducta valerosa de su hijo”.
Justo a tiempo
Historiadores posteriores enrolados en las corrientes nacionalistas de principios del siglo XX (Ernesto Quesada, Carlos Ibarguren, los hermanos Irazusta, Dardo Corvalán Mendilaharsu), repitieron estas afirmaciones agregándole incluso más detalles de color para destacar la actuación de Rosas en dichos acontecimientos.
Sin embargo, el abogado, historiador y político Ernesto Celesia publica en 1954 el primer tomo de su obra “Rosas, Aportes para su Historia”.
En este trabajo, muy documentado, echa luz sobre el asunto desenmascarando la falsedad histórica del relato construido en torno al rol de Rosas en aquellos primeros tiempos de la patria.
Deja en evidencia que el nombre del futuro Restaurador de las Leyes no aparece mencionado en los numerosos testimonios de la época. Nadie lo recuerda, ni lo cita para nada. ¿Cómo puede ser?
Muchos de los cronistas en tiempo de las invasiones eran amigos o incluso parientes de la familia de Don León Ortiz de Rozas, padre de Juan Manuel. Dichos cronistas recogieron los nombres de quienes se destacaron en aquellos días de gloria, incluso de los más humildes, como Manuela la Tucumana, la parda María de los Remedios, el esclavo Pablo Jiménez, o los niños Luciano Montes de Oca y José Dionisio Cabeza Enríquez, entre tantos otros.
Sería inaceptable, por la clase social a la que pertenecían los Rozas, que se hubiese ocultado esa participación gloriosa de un miembro de la casta gobernante y, por el contrario, se hubiesen narrado las acciones heroicas de negros esclavos, indios y mestizos.
Asimismo, las famosas cartas de reconocimiento de Liniers y Martín de Alzaga, nunca aparecieron ni fueron publicadas. Ni siguiera en la obra del propio Saldías, a pesar de ser uno de los pocos que tuvo acceso al archivo personal de Rosas que obraba en poder de su hija Manuelita en Inglaterra.
En detalle
Hasta que, como dijimos, el meticuloso Dr. Celesia da en el Archivo General de la Nación con el Libro Comprobantes de Caxa, correspondiente al período de enero a diciembre de 1807, donde aparece la lista de pagos y revistas del cuerpo de Migueletes.
De acuerdo a estos registros militares, Rosas aparece revistando y cobrando su sueldo de soldado desde enero hasta mayo de 1807.
Ya en la revista del mes de junio, cuando la poderosa flota inglesa se acercaba a las costas del Río de la Plata, el joven Rosas figura como presente, pero “enfermo en su casa”, y en la del mes de julio desaparece, directamente no figura en la lista de pago.
Es consignado al margen de ese documento histórico con esta leyenda: “Nota: Juan Manuel de Rosas se apartó del servicio el 1ro. de Julio – Lorenzo Frutos Gómez en igual día. Franc Casavalle se retiró el mismo día. – José Antonio Vargas salió el propio día.
El 1ro de julio de 1807 fue el día en el que el ejército criollo se puso en marcha para proteger el paso del Riachuelo frente a las poderosas fuerzas del general Whitelocke.
Pero el joven Juan Manuel de Rosas no estaba entre ellos. Se encontraba cómodamente en la estancia “Rincón de López”, de la pudiente familia de su madre Agustina López Osornio, a 250 kilómetros de Buenos Aires, en la desembocadura del río Salado, boleando avestruces o marcando vacas.
Cabe agregar que Rosas nunca más regresó al escuadrón de Migueletes, tampoco su nombre figura en ninguna de las listas posteriores de esa unidad militar.
No obstante las pruebas documentales que lo refutan, este relato mentiroso sigue siendo repetido incluso hoy día, por ejemplo, en la página www.elhistoriador.com, de un conocido historiador mediático revisionista.
Un anticipo
Esta nota es el anticipo de un desarrollo que Wendel Gietz volcará en un próximo libro. El autor la comparte desde EL DIARIO por entender que es una de las funciones de quienes investigan la Historia: propiciar y enriquecer la discusión sobre procesos, circunstancias y personajes, basada en el rigor de las fuentes históricas.
Además de escritor y denodado lector, Gietz es un estudioso de la Historia. Desde ese afán, procura producir un aporte para los lectores interesados.